“El sectarismo es el primer enemigo de la conducción, porque la conducción es de sentido universalista, es amplia y donde hay sectarismo se muere porque la conducción no tiene suficiente oxígeno para poder vivir... El sectarismo es la tumba de la conducción en el campo político”.
Juan Domingo Perón. “Conducción política”
“Conducción política” es el libro más importante de Perón. En él se pueden rastrear las principales causas de la permanencia del peronismo en la vida política nacional.
La primera es la gratitud histórica de una gran masa social a la que Perón le otorgó derechos y beneficios esenciales, la integró a la producción y al consumo y le abrió las puertas de la movilidad social. A diferencia del fascismo con el cual el antiperonismo insiste en compararlo, cualquier partido de izquierda del mundo envidiaría la base social del peronismo que no es el cualunquismo fascista, ni el actual lumpenproletariado de sus herederos sino la clase obrera organizada. Esa clase jamás se olvidó de sus bases fundadoras, las cuales trasmitió de generación en generación. Por eso quien hoy tiene la sigla peronista, posee una franquicia (al decir de Luis Alberto Romero) que le permite representar a los sectores más humildes aunque actúen en contra de ellos. Tanto con Menem como con los Kirchner la franquicia surtió efecto ante los esperanzados en que se vuelvan a repetir esos orígenes que dificílmente volverán. El peronismo hoy es nada o todo, lo mismo da, pero su herencia sigue dando frutos, aún inmerecidos.
La segunda razón de la permanencia también está en el libro: la creación de una organización que trascendiera al líder. Perón, a pesar de su personalismo, armó una iglesia laica con sus 20 verdades como las tablas de la ley de Moisés. Tuvo una base filosófica que se explicita en el libro “La comunidad organizada”, que es una traducción sintética del tomismo católico al peronismo. Tuvo un origen revolucionario mítico: su 25 de mayo de 1810 fue el 17 de octubre de 1945. Y hasta un catecismo, la doctrina peronista. Munido de esos elementos pudo cambiar en los distintos tiempos de ideología, pero su forma de organización se mantuvo intacta en 75 años.
La tercera razón es la aplicación de la conducción politica como doctrina de poder, legada a todos sus dirigentes. Un neomaquiavelismo que sigue dando resultados. Perón lo inculcó a todos sus cuadros, les dijo que cada uno debía tener el bastón de mariscal en su mochila, y los sindicalistas son los que más lo entendieron; por eso en el 73/74 sus charlas doctrinarias las siguió dictando en la CGT.
El peronismo posee la teoría del poder más elaborada de todos los partidos políticos argentinos, para bien o para mal, porque era lo que más sabía Perón y la dejó como herencia principal. Pero poder no es igual a política.
El poder es un medio clave para la política, pero es un medio. El poder permite hacer cosas, pero si se hacen bien irá bien y sino irá mal, se tenga o no poder. Hacer buena política es tan importante como tener poder. Perón decía ser un buen conductor pero que como político era un aficionado.
El peronismo, tiene razón el ideólogo K Ernesto Laclau, es un significante vacío al que se lo puede llenar de cualquier cosa. Es que no son sus ideas sino sus formas, sus dogmas los que lo identifican. Es un modo de ser de la argentinidad imposible de excluir por su gran identidad con la cultura nacional pero que no a todos tiene que gustar y que -por lógica- genera odios cuando se lo quiere imponer a todos o cuando sus líderes califican al adversario como el enemigo, que eso ha sido el kirchnerismo (en tanto copia literal de casi todo lo más polémico del primer peronismo).
Perón fue el fundador y su primer Papa. Su pensamiento era una mezcla de catolicismo, industrialismo y obrerismo, con un estilo militar que nunca abandonó pero sabiendo muy bien que conducción política y militar no tenían nada que ver. Personalmente simpatizó con parte del corporativismo fascista, pero no se inspiró en él para armar su movimiento sino en la organización de la iglesia católica, por eso perduró tanto. Como conductor fue mucho más amplio y universalista que sus ideas personales. Aunque en sus primeros gobiernos armó un movimiento con riesgosas intenciones de totalidad que el Perón de los 70, la renovación de los 80, el menemismo de los 90 y el duhaldismo de los 2000 dejaron de lado, pero que el kirchnerismo, luego de su fallido intento de transversalidad, hizo renacer. Y con ello renació la grieta. Los peronistas queriendo ser todo, y los antiperonistas creyendo que el país sólo se arregla con la desaparición del peronismo al cual ven como el culpable de todos los males argentinos. Dos visiones opuestas de país condenadas a convivir en un solo pais y que por eso deberían borrar sus aristas extremas, sectarias y excluyentes.
“Cambiemos” fue un intento de superar esa grieta pero le faltó conducción, política y lógica del poder, cosas que al peronismo siempre le sobraron y de las cuales abusó tantas veces. Así como el no peronismo cae por falta de poder, debilitado, el peronismo cae por exceso, por uso abusivo que termina hartando. Pero el peronismo se reconstruye más fácil porque entiende mejor la lógica del poder.
Generalmente el peronismo para volver cambia de Papa. Esta vez es la primera que no ocurre eso porque Cristina, la más sectaria de las conductoras del peronismo en toda su historia, supo dejar de lado su principal defecto político para volver. Y lo logró, quizá empujada por su necesidad de sobrevivencia que parece haberse impuesto a su autoritarismo natural. Aunque apenas llegada al gobierno y al poder, no hace más que reinstalar su sectarismo.
El peronismo no K no supo construir un nuevo conductor ni manejar bien el poder, por eso terminó subordinado a una líder con la que tenía más diferencias ideológicas que con gran parte de Cambiemos. Pero Cambiemos no supo convocarlos por un gran malentendido producto de una política errónea. Y eso pese a que América Latina hoy marcha hacia un centrismo al cual pertenece la mayoría de los peronistas no K.
Cambiemos tuvo el primer año para hacerlo. Sergio Massa estaba cerca y el obispo más lúcido de la iglesia peronista, Miguel Angel Pichetto estaba dispuesto a dar el salto con una parte del peronismo porque sabía que esa alianza era la única posible de derrotar a Cristina. Pero Macri compró una teoría más de mercadotecnia que de política: la de que para representar la nueva política había que separarse lo más posible de la vieja política, de la cual formaban parte todos los políticos menos ellos. Incluso los radicales con los cuales era necesario tácticamente aliarse pero poniéndolos en un lugar de segundones porque eran buena gente pero viejos políticos. Sólo ellos eran los lindos, limpitos, blancos y modernosos.
Cuando presidía la UCR Ernesto Sanz, él nunca tuvo dudas que había que hacer una alianza mayor incluyendo peronistas para poder gobernar. Y Alfredo Cornejo siempre creyó que hacer del radicalismo un partido segundón en su participación en el poder, era suicida. Ambos leyeron mejor la realidad porque sabían más de política. Pero el macrismo duranbarbista insistía con que ganaron por no haberse aliado con ningún peronista y que si se hubieran aliado habrían perdido. Cuando precisamente por su falta de apertura no solo no pudieron gobernar bien, sino tampoco reelegirse.
Una vez en el gobierno prefirieron comprarle a precio de oro ley por ley al peronismo no K en vez de buscar una alianza más amplia. Eso generó broncas en el radicalismo relegado, también en la propia ala política macrista (ex peronistas afiliados al PRO) igual de relegados y dejó al peronismo no K a punto de caramelo para ser cooptado por cualquier líder que apareciera. Pero no apareció ninguno, salvo Cristina que hábilmente ocupó el vacío de poder dejado por Cambiemos debido a la errónea evaluación política de creer que el sectarismo de Cristina impediría la reunificación peronista y con eso solo tenían asegurada la reelección... hasta que CFK dejó de lado por un rato su sectarismo y reunificó el peronismo.
Esta vez Cristina jugó, como no lo había hecho nunca antes, con la lógica de “Conducción política” y logró dos cosas que parecía no saber hacer: unificar y tragar sapos. Cuando Macri se dio cuenta y cambió su estrategia, aterrado ante el nuevo dato de la realidad, se quedó solo con el obispo principal del PJ pero ni con una sola capillita de la iglesia peronista._
La antigua sectaria le ganó a los nuevos excluyentes.
Le dejaron un espacio enorme a Cristina para ocuparlo si cambiaba aunque sea un rato su naturaleza. Aunque ahora vuelva a las andadas. Uno de sus sacerdotes, Horacio Verbitsky, le insiste que ella podía haber ganado sin necesidad del Alberto. Y Cristina compra la idea, retornando a su sectarismo natural, cubriendo con su gente todo el gobierno y lanzando propuestas divisorias.
No vaya a ser que le pase como le pasó siempre menos en 2019. No vaya a ser que le pase lo que en 2019 le pasó al macrismo por subestimar el peso de la realidad en las decisiones políticas. La voluntad puede mucho pero no lo puede todo si no se sabe leer la realidad objetiva. Cristina se impuso cuando destruyó su sectarismo y dejó como sectarios a los de Cambiemos. Pero ahora lo reconstruye con lujo de detalles.
En síntesis, es muy difícil construir un país cuando de ambos lados predominan los extremos. Eso fue la Argentina desde 1945 hasta los 70, un país vivible en lo económico y social pero imposible de construir políticamente por la furiosa división entre peronismo y antiperonismo. Luego de la reconciliación histórica entre Perón y Balbin y sobre todo cuando se reinició la democracia esa contradicción se fue apagando pero el kirchnerismo la hizo retornar, el macrismo no la supo o no la quiso clausurar y hoy aún anida como el huevo de la serpiente que hace de la intolerancia mutua la imposibilidad de ser un país compartido por todos.