La prisa y las urgencias de la vida actual nos llevan, muchas veces, a olvidar cómo podemos ser amables con el prójimo. Hagamos una reflexión al respecto, para lo cual, como siempre, vamos a jugar con las palabras. Veamos, en primer lugar, qué significa “prójimo”. El término, que deriva del latín “proximus”, con el valor de “cercano, que dista poco en el espacio o en el tiempo”, es un adjetivo, que registra también la forma femenina “prójima”. Coloquialmente, el prójimo puede ser un individuo cualquiera, pero la acepción que nos interesa es la que llama prójimo a la persona, respecto de otra, considerada bajo el concepto de solidaridad humana. Entonces, “ser cortés con el prójimo” es poder ser atento, comedido, afable, urbano.
¿Cómo demostrar que se tienen esas cualidades? Una de las formas, desde el léxico, es el empleo de fórmulas de amabilidad: por ejemplo, existe la expresión “por favor”, que se antepone o intercala a una petición y que sirve para moderarla o también para atenuar un mandato; no es lo mismo decir, por ejemplo, “Callate”, que instar al silencio diciendo cortésmente “¿Te podrías callar, por favor?”; tampoco es igual solicitar perentoriamente “Guardá cada cosa en su sitio”, que sugerir “Te pido, por favor, que guardes cada cosa en su lugar”.
Otro modo de encarecer una atención amable es a través de la expresión “haceme el favor” o, si tengo menor confianza, “hágame el favor”: “Mandame la nota, haceme el favor”. Esta misma fórmula también puede atenuar un mandato o una exigencia: “Sé sincero, haceme el favor”. “No revele este secreto, hágame el favor”.
¿Siempre usamos el vocablo “favor” para esto?
No. La palabra posee otros valores: si se usa la locución “en favor de”, se quiere significar “en beneficio y utilidad de alguien o de algo”. Por ejemplo, “Es una persona admirable porque siempre trabaja en favor de los huérfanos y desvalidos”. En este uso, puede también decirse “a favor de”: “Votamos a favor de la concreción de la obra”.
Y, en cambio, si se dice “de favor”, estamos hablando de aquellas cosas que se obtienen en forma gratuita: “Conseguí diez entradas de favor”.
Volvamos al lenguaje cortés: hay vocablos que se usan para pedir indulgencia por un error cometido: se trata de “disculpa” y “perdón”, con sus respectivos verbos, “disculpar” y “perdonar”. Si observamos “disculpa” y su forma verbal, vamos a poder entender su significado al recurrir a su etimología: por un lado, estamos ante el prefijo negativo “dis-” y, por el otro, la noción de “culpa”, entendida como una acción negativa, como conducta nefasta, como falta: “Me equivoqué y, aunque me resultó difícil, tuve que pedir disculpas”. Efectivamente, en forma coloquial, “disculpar” es “no tomar en cuenta las faltas u omisiones que alguien comete”, mientras que “disculparse” es “pedir indulgencia por lo que ha causado o puede causar daño”.
Si averiguamos el valor de “perdón” y “perdonar”, vemos que el diccionario lo define como fórmula de cortesía para pedir disculpas: “Perdón por haber llegado tarde”. Es interesante rastrear su etimología latina, ya que “perdonare” era, en esa lengua “olvidar una falta, librar de una deuda”, significado al que se llegaba desde el prefijo “per-” (“completamente”) y “donare” (“regalar”).
En el lenguaje cortés, se utiliza también la expresión “perdón” cuando se interrumpe el discurso de otra persona para tomar la palabra: “Perdón, deseo hacer una observación a lo que están discutiendo”. Asimismo, se puede decir “perdón” en forma interrogativa, para expresar que no se ha entendido algo: “¿Perdón? No comprendo el sentido de lo que está diciendo”.
Otras veces, se usa la locución “con perdón”, como expresión de excusa a algo que se dice, al suponer el hablante que es inapropiado: “Con perdón de los presentes, creo necesario hacer una rectificación de lo que se está diciendo”.
Análogo sentido posee el vocablo “excusa”, cuando se utiliza como motivo o pretexto para eludir una obligación o disculpar una omisión: “Di mis excusas para justificar mi ausencia”.
Una fórmula que hace a la convivencia en el trato y que ya casi no se oye es “permiso” o “con permiso”, expresiones de cortesía empleadas para solicitar autorización a fin de entrar o salir de un lugar o para hacer uso de algo: “Permiso, voy a ubicarme en ese sitio”.
Otro modo de demostrar cortesía es el que se evidencia al dar las gracias. Precisamente, la locución “dar las gracias” es el modo de manifestar agradecimiento por un beneficio recibido: “Debo darle las gracias por la ayuda que me brindó”.
También es posible usar el sustantivo “gracias”, con valor interjectivo, para expresar nuestro agradecimiento por una atención, beneficio o favor recibidos: “¡Gracias por haberme conseguido ese material tan valioso!”.
En relación con ello, existe la locución “acción de gracias”, como expresión o manifestación pública de reconocimiento, normalmente dirigida a la divinidad: “En la misa de acción de gracias, vino gente de toda la comunidad”.
Son expresiones equivalentes a “gracias” los sustantivos “reconocimiento” y “gratitud”, que se definen como el “sentimiento que obliga a una persona a estimar el beneficio o favor que otra le ha hecho o ha querido hacer y a corresponderle de alguna manera”; lo advertimos en expresiones como “Deseamos expresarle nuestro reconocimiento por su colaboración con nuestra institución” y “Los alumnos le testimoniaron gratitud con hermosos gestos y palabras”.
La reflexión sobre los temas que acabamos de desarrollar nos llega con un pensamiento de Séneca: “El favor consiste no en lo que se hace o se da, sino en el ánimo con que se da o se hace”. Otros pensamientos, instalados anónimamente en el ideario colectivo son, por ejemplo: “El que no agradece, no merece”.
Y al cerrar nuestra reflexión de hoy acerca del lenguaje cortés, nos parece adecuado citar el pensamiento de Benjamín Franklin: “Inscribe los agravios en el polvo, las palabras de bien inscríbelas en el mármol”.
*La autora es Profesora Consulta de la UNCuyo.