Si Milei no va a las cosas, las cosas irán por él

La suma de ideas inaplicables y de gestión deficiente condujeron al gobierno de Milei en la semana que pasó a la crisis del gas, al escándalo de los alimentos sin entregar y a una crisis de gabinete que demostró que el gobierno nacional tiene más internas que gente. Mientras, Milei suelto de cuerpo, viajando por el mundo. Pero no se puede huir de las cosas. Debe enfrentarlas, o sino ellas lo enfrentarán a él, como está empezando a ocurrir.

Si Milei no va a las cosas, las cosas  irán por él
Javier Milei y Sandra Pettovello.

Es muy distinta la evolución de los presidentes outsiders en América Latina. El chileno Gabriel Boric al ver el fracaso estrepitoso para gobernar con las ideas que portaba desde su militancia universitaria de extrema izquierda, se adaptó rápidamente a la política tradicional, y se alió con los más afines de la “casta” que venía a demoler. En cambio, el peruano Pedro Castillo no pudo superar jamás su fenomenal incompetencia de origen, a los cinco meses ya le querían iniciar juicio político, intentó entonces cerrar el Congreso y terminó destituido y preso.

Llegando a su primer semestre, Javier Milei mantiene su popularidad pese a haber adoptado medidas antipopulares y no parece ser incompetente como Castillo sino que se está adaptando a su nuevo rol, tratando de no pegarse tanto a la “casta” como lo hizo Boric, pero acercándose a ella -o acercando a los suyos- en todo aquello que va necesitando.

No obstante, uno de sus más importantes problemas es la mescolanza de ideas con que llegó al gobierno, una sopa con gotas de Adam Smith, Herbert Spencer, Juan Bautista Alberdi y Frederic Von Hayek, con rastros previos de Milton Friedman. Aún con su diferencias, todos liberales. Y todos con ideas con las que se puede gobernar. La dificultad es que a esos pensadores los hizo pasar por el filtro central de Murray Rothbard, un extremista de derechas ultraminoritario creador de una secta anarcolibertaria con cuyas ideas, a diferencia de todos los citados anteriormente, es imposible gobernar, acá y en cualquier parte del mundo. Es un conservadurismo reaccionario en lo socio-cultural que propicia la desaparición del Estado y de la política creyendo en la infalibilidad del mercado en tanto único y exclusivo organizador del funcionamiento social. Un delirio pleno, apto para ganar elecciones en estos tiempos antipolíticos (más aún luego de 20 años anteriores de haber sobrevivido a otro delirio, aunque de signo ideológico contrario), pero no se puede gobernar con delirios.

Por eso, de a poco Milei deberá ir desprendiéndose de su influencia, de ideas estrambóticas que le sirvieron mucho para ser un stand up televisivo de programas de chismes, que le sirvieron menos para su campaña (tuvo que desdecirse ya en ese entonces de muchas de ellas, como la venta de órganos) y que no le sirven en nada para gobernar. Mejor dicho, lo obstaculizan.

En lo económico, o más bien en lo estrictamente macroeconómico, Milei está aplicando un programa liberal ortodoxo bastante convencional, que tiene apoyos y detractores por igual. Economistas respetables como Ricardo Arriazu o Juan Carlos de Pablo creen que va por el buen camino. Otros no, pero en general está haciendo lo previsible. Hay cien formas distintas de ajuste económico liberal, pero todas tienen algunas coincidencias estructurales.

El Milei previo a la presidencia tenía teorías o doctrinas o ideologías en la cabeza, pero no planes, programas o proyectos salvo las chapucerías rothbardianas. Por eso adoptó -por inteligencia o porque no tenía nada más, lo mismo da- un plan integral: el que le proveyó Federico Sturzenegger. Lo compró llave en mano y suplió sus faltantes estratégicas con estos contenidos. En sus mejores intenciones, de funcionar, el plan busca desregular el corporativismo estatista del que padecemos, que no es lo mismo que el interés sectorial legítimo que todos y cada uno de algún modo defendemos. No, el corporativismo estatista es cuando a través del mal uso del sistema público (con su complicidad) lo sectorial se edifica en contra o en detrimento del interés general.

Sturzenegger tiene interesantes propuestas desregulatorias que pueden ayudar a desmontar el país corporativo desde un liberalismo en general sensato. Pero eso no se hace de un día para otro. Y además la sorpresa inicial se acabó: luego de la demora en aprobar las leyes desregulatorias, ya están todas las corporaciones haciendo funcionar sus lobbies a full y no se detendrán. Por eso la tarea se deberá hacer a la luz del público. Comunicando y aprobando ley por ley. Mostrando las ventajas de una sociedad desregulada que acabe con la burocracia que un Estado ineficiente pero elefantiásico se empeña en hacer sobrevivir a toda costa. Así como en las empresas estatales deficitarias previas a las privatizaciones de Menem, existía una alianza entre los cuerpos gerenciales y los sindicatos para seguir lucrando con algo que ya había dejado de funcionar, hoy hay una verdadera alianza de hecho entre la burocracia estatal y las corporaciones sectoriales que se alimentan mutuamente. Un pacto que les permite sobrevivir a ambas a costa del interés público, haciendo que el Estado funcione mal en lo que debe funcionar y que la actividad privada no prebendaria, encuentre obstáculos de todo tipo para poder desarrollarse en esa dichosa libre competencia a la que Milei invoca todos los días como si de su tótem se tratara, pero que sólo surgirá cuando se combata en serio a la sociedad corporativa, que sigue tan viva como antes.

Por eso, de aprobarse la ley de bases y mantenerse el super DNU, el gobierno de Milei tendría un sustento programático y estratégico sin el cual el mero ajuste ortodoxo carecerá de vuelo y correrá el riesgo de que los esfuerzos se dispersen en el aire y todo haya servido para nada.

Frente a ese ajuste ortodoxo que Milei está tratando de que se lo tolere el pueblo que lo sufre, y frente a esa propuesta desreguladora que Milei está buscando que parte de la “casta” se lo apruebe, está el Milei confundido que al darse cuenta que sus doctrinas e ideologías no funcionan en el país, en vez de aplicar otras más realistas, fuga hacia adelante, mejor dicho hacia afuera y se la pasa viajando por el mundo tratando de exportar lo inaplicable, aunque no mucho más que discursivamente que es lo único que puede hacer afuera. Aparte de pelearse con medio mundo.

Vale decir, el fundamentalismo que lo fue haciendo conocido como panelista bizarro en los programas televisivos, y que casi sin solución de continuidad lo convirtió en un presidenciable que usó el caudal de sus argumentaciones como contracara de la política actual, hoy está intentando exportarlo por el mundo porque para gobernar el país no parece servirle. Pero las excentricidades lo son aquí y en todas partes. Lo podrán hacer conocido y hasta salir en las tapas de las revistas internacionales, pero no necesariamente creíble por los inversores ni por los países. Y a veces, lo contrario.

Eso de creerse el líder global de una buena nueva que debe predicar por los púlpitos internacionales es puro macaneo. Milei es básicamente el presidente de los argentinos y por lo tanto debe intervenir en la gestión como parece no querer hacerlo. Su estilo es demasiado personalista para luego no aplicar esa personalismo en la práctica gestionaria. Porque con ese personalismo donde todo empieza y termina en él pero sin intervenir en la gestión concreta, ha sembrado el terror entre sus funcionarios, todos temerosos que los echen en el momento menos pensado por la razón menos imaginada. Pero a la vez que intimida, no da instrucciones precisas, sino que a la mayoría de los funcionarios los deja abandonados sin recursos y sin gente. El peor de los mundos.

Pero seamos, a la vez que realistas y críticos, también constructivos y esperanzados porque el futuro suele ser el jardín de los senderos que se bifurcan, al decir borgiano. Con un ajuste económico que se “ajuste” lo necesario para resultar soportable por la población, más una propuesta desregulatoria a largo plazo que se cumpla sin prisa pero sin pausa y con un liberalismo socio-cultural moderno que se aleje de las propuestas ideológicamente reaccionarias tanto de Murray Rothbard como de sus amigos del club de los fundamentalistas de ultraderecha tal cual Trump, Bolsonaro, Orbán o Vox (que, además, son antiglobalistas, ultranacionalistas y proPutin, cosas que Milei no es), es posible que la propuesta de nuestro presidente pueda empezar a funcionar. Pero para lograrlo deberá arrancar jirones de su personalidad y de sus viejas ideas en nombre de la viabilidad política. Caso contrario, hasta las puertas del cielo serán muy difíciles de abrir.

Hay hiperactividad cerca del presidente pero total déficit de gestión más lejos. No puede aplicar sus viejos modelos pero no tiene sustitutos. Eso hace que no nombre a nadie, que el Estado se mueva a cámara lenta y que no funcione nada ni bien ni mal, lo que es lo mismo que funcionar mal, como en el caso de los alimentos perecederos donde tardaron una semana en darse cuenta del error. Nadie tenía idea de lo que estaba pasando. Muy jodido.

Algo debe estar pasando para que, en general, se reciba con tanto alborozo a un político tradicional, miembro pleno de la casta, como Guillermo Francos para suplir las falencias presidenciales. Un alivio de sensatez se sintió con su empoderamiento. Quizá el nuevo jefe de gabinete le pueda enseñar a Milei que no debe confundir shock, autoridad o rapidez con negar el consenso, la prudencia o el justo medio. No es lo mismo ser timorato, medias tintas, pecho frío o tibio que buscar el equilibrio sin el cual evidentemente se cae en un extremo u otro y la sociedad sigue dividida en dos por lo cual, salvo el bando triunfante, no cambia nada más. O todo sigue peor. Cuesta abajo.

El espíritu de la reforma de la Constitución Nacional de 1994 instituyó la figura de jefe de gabinete como una especie de primer ministro moderado, una institución para hacer más parlamentario el régimen presidencialista argentino, que es lo que quería Raúl Alfonsín. Pero hasta ahora jamás se aplicó así, sino como una prolongación de la mano del presidente para fortalecer aún más su poder, no para ponerle un límite institucional. Hoy, en los hechos, frente a la representación minoritaria que posee en el Congreso (y ni que decir en las provincias y municipios), Milei necesita como el agua o el pan un personaje que le acerque posiciones entre las varias instituciones que no maneja. Máxime cuando este presidente desprecia la política, y, para colmo, no le gusta ocuparse de las tareas concretas de gestión. Todo eso lo podría hacer Francos pero para eso necesita que Milei le delegue parte de su poder como en los sistemas parlamentarios se hace en el primer ministro. El problema acá es que además de no interesarle la cuestión gestionaria, Milei tiene inculcada en su personalidad la tendencia ultrapersonalista del presidencialismo argentino. Por lo cual es muy probable que se encuentre ante la contradicción de necesitar alguien que comparta institucionalmente el poder con él, pero a la vez que sus tendencias atávicas le impidan que comparta el poder con alguien. Y allí estaremos sonados. Además, aunque compartiera el poder institucional con el jefe de gabinete, no por eso Milei debe desentenderse de su tarea de gobernar cambiándola por shows bizarros o recorriendo el mundo para juntarse con impresentables de todo tipo. Necesitamos un presidente que vaya a las cosas. Que se implique todo lo que pueda en la gestión y que a la vez delegue todo lo que pueda delegar. Su idealizado Carlos Menem cometió muchas macanas, pero al menos esas cuestiones las manejó bastante bien.

El hombre que sabe de macroeconomía y que para ello se apoya en gente sensata como Alberdi o Von Hayek, y que en desregulación se apoya en los planteos interesantes de Sturzenegger, también debe ocuparse de actividades culturales, educativas, sociales, de obras públicas, de salud (párrafo aparte para Seguridad que tiene en quien la conduce a una presidenciable eficaz y una de las pocas con la suficiente independencia para actuar por sí sola), todas aquellas áreas sobre las cuales en general Milei vino con ideas cavernícolas, para cambiarlas. Y ahora se encuentra confundido, sabe que no puede avanzar hacia donde pretendía antes de ser presidente, pero no tiene ideas sustitutas a las que asirse.

Allí debe hacer otra variación y reemplazar sus tendencias retrógradas, reaccionarias por las de un moderno liberalismo donde se apliquen los principios de esa doctrina en vez de atacar la obligatoriedad de la educación (Bertie Benegas Lynch), querer volver atrás con el divorcio (secretario de culto Francisco Sánchez), postular vender órganos en el libre mercado (Murray Rothbard y Benegas Lynch, el papá de Bertie) o decir que el mercado por sí solo hará que nadie se muera de hambre aunque pase mucha hambre, una ininteligible locura que acaba de pronunciar el Milei presidente que aún no se desprendió del Milei cavernícola anterior. Y si exageramos sin mentir, para el Milei anterior hasta la escuela y la universidad, detrás de su gratuidad, su laicismo y su obligatoriedad, encierran muchas ideas del mundo moderno que él rechaza. Con esas ideas Milei subió al gobierno y hoy está obligado a repensarlas porque el rechazo es mayor del que pensó. Como ocurrió con la marcha universitaria que no se la esperaba. Por eso tiene todas esas áreas en general paralizadas, porque no sabe qué hacer con ellas.

La suma, entonces, de ideas inaplicables y de gestión deficiente condujeron en la semana que pasó, entre otros problemas, a la crisis del gas (de la cual lo salvó su odiado Lula), al escándalo de los alimentos sin entregar (inexplicable por donde se lo mire) y a una crisis de gabinete que demostró que el gobierno del anarcolibertario tiene más internas que gente. Mientras, Milei suelto de cuerpo, viajando por el mundo. Pero no se puede huir de las cosas. Debe enfrentarlas, o sino ellas lo enfrentarán a él, como está empezando a ocurrir. Y eso no es una buena noticia.

Milei, un improvisado que llegó tumultuosa pero espectacularmente al poder -y con una legitimidad indiscutible- debe reperfilarse en profundidad a fin de asumir plenamente la misión para la que el pueblo lo eligió, en vez de autodesignarse otras misiones para las cuales no lo eligió nadie.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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