Siembra y cosecha

Analicemos qué significados pueden adoptar como mendocinos estas dos palabras ligadas a la vendimia. Nos vamos a detener en lo que ellos pueden nombrar en nuestra actual realidad, como ciudadana, pero, fundamentalmente, como docente.

Siembra y cosecha
Cosecha de Malbec en Finca Argento en Alto Agrelo. Foto: Claudio Gutiérrez / Los Andes

Para los mendocinos, marzo entraña vendimia, fiesta o cosecha: “Para el tiempo de cosecha, ¡qué lindo se pone el pago!”, canta la cueca.

Si alguien desconoce el valor de este término, el diccionario puede, rápidamente, ilustrarnos acerca de su significado; de raigambre latina, su acepción fundamental es “recolección y cosecha de la uva”; derivada de este sentido inicial, el segundo nos dice que vendimia es el “tiempo en que se hacen esas acciones”; sentido figurado posee el tercer valor: “Provecho o fruto abundante que se saca de algo”. Se forma, además, el verbo ‘vendimiar’ que solamente se relaciona con la primera acepción de ‘vendimia’: “Recoger el fruto de las viñas”. Sus otros significados son de sentido figurado y negativo: “Disfrutar algo o aprovecharse de ello, especialmente cuando es con violencia o injusticia” y, en forma coloquial, “matar o quitar la vida”. Lo vemos en ejemplos como “Han vendimiado mucho porque fueron deshonestos en su proceder” y “Los culpables fueron vendimiados en su ley”.

Pero analicemos qué significados pueden adoptar como mendocinos dos palabras ligadas a la vendimia: ‘sembrar’ y ‘’cosechar’.

No voy a referirme, por cierto, a sus valores denotativos; me voy a detener en lo que ellos pueden nombrar en nuestra actual realidad, como ciudadana, pero, fundamentalmente, como docente.

Casi cuarenta años en las aulas de todos los niveles me dieron solvencia en lo curricular; pero eso no ha sido lo más valioso: mi aprendizaje más ponderable fue que jamás se debe estar satisfecho con lo estudiado porque siempre hay aspectos nuevos por conocer, facetas inexploradas, personajes desconocidos y magníficos por descubrir, alumnos que van renovando nuestra manera de enseñar y el modo de acceder al conocimiento, fascinante tecnología por investigar y aplicar; he comprendido que el placer de la siembra no se satisface jamás; es muy valiosa la acción cuidadosa de sembrar en forma ordenada y meticulosa, pero, análogamente, es invalorable también la que se da en llamar “siembra al voleo”, esto es, la que, como reza la definición, se hace arrojando la semilla a puñados y esparciéndola al aire: el modo de hablar correcto, la amabilidad en las respuestas, la falta de grosería en la expresión cotidiana, no por mojigatería sino por auténtica convicción; el entender que todo debe edificarse en la cultura del esfuerzo...

Habría que tomar el ejemplo de dos disciplinas: la musical y la deportiva. Un músico nace con un talento, pero este no se realiza de modo accidental y casual: precisa de la constancia de la práctica diaria, rigurosa y metódica, con un instrumento, con la propia voz o al frente de un grupo orquestal o coral. Del mismo modo, un deportista y un equipo (lo sabemos por experiencia reciente) deben entrenar y dedicar, en forma diaria, horas de su tiempo a alcanzar el rendimiento y el grado de perfección ideales para destacarse y lograr la anhelada victoria. Esto mismo se replica en cualquier ámbito del saber y del trabajo: no se llega a un grado alto del conocimiento o se descuella en el ámbito laboral de modo rápido y casual, sino con esfuerzo sostenido y educación de la voluntad.

Creo profundamente en el valor del mérito e intento propiciarlo porque, desde muy pequeña, supe cuánto valían el sacrificio y la entrega al estudio y al trabajo y cómo ello traía aparejada una mejora social y espiritual. Primero, mis padres, luego, mis docentes, supieron inculcarme, con sus magistrales ejemplos, el valor de una siembra bien hecha y oportunamente realizada.

¿Y la cosecha, entonces?

Ella no se mide en valores materiales, importantes, indudablemente, pero perecederos y mutables; la verdadera cosecha se refleja en las vidas jóvenes que van floreciendo a nuestro lado, que se destacan en valores, que prodigan sus dones en obras que trascienden sus entornos...

Para comprender qué es una buena cosecha nos vamos a quedar con la sexta acepción de este vocablo en la fuente académica: “Conjunto de lo que alguien obtiene como resultado de sus cualidades o actos, o por coincidencia de acaecimientos”.Traslademos el contenido de esta definición a la vida cotidiana: un padre debe educar con el ejemplo, con honestidad en toda su conducta, entendiendo que el verdadero amor por los hijos no trata de disimular o esconder errores, sino que los corrige con firmeza; un docente enseñará algo más que el contenido de su asignatura: puntual y afectuoso, inculcará en sus alumnos la idea de que copiar es un acto de deshonestidad y que el que hoy hace fraude en un examen, para “zafar”, en el futuro podrá, sin problemas de conciencia, emitir un cheque sin valor o ser infiel sin importar a quién engañe; un funcionario con autoridad, en cualquier ámbito, deberá unificar en un solo riel el tren de sus promesas de campaña y el de la realidad de las obras que ejecuta.

La cosecha no se mide en dinero, en bienes ni en aplausos: se valora por la calidad de la obra realizada. Los romanos decían “non multa, sed multum”, frase hoy clásica que traducimos como “no muchas cosas, sino mucho”. Con este consejo, apuntamos a la calidad de la siembra que asegure más tarde la excelencia de la cosecha: la obra del sembrador debe medirse no numéricamente, sino por su proyección e importancia.

Los refranes, como síntesis de sabiduría ancestral, encierran verdades que nos obligan a reflexionar: “Quien siembra vientos recoge tempestades” y la versión menos conocida “Porque sembraron viento, torbellino segarán”. A diario, vemos hechos terribles en nuestro entorno, no frutos del azar, sino resultados del descuido, del “dejar hacer, dejar pasar”, del “no te metás”, del facilismo, de la amistad mal entendida, de la falta de compromiso, del “hacer la vista gorda”, del silencio cómplice...

Revirtamos la modalidad de siembra, optimicemos los resultados: cada uno, desde su función en la Argentina de hoy, que aparece con un rumbo extraviado, debe asumir con visión de futuro su rol de sembrador, para que la cosecha, feraz y diversa, exceda la capacidad de los surcos y se derrame sobre el mundo.

* La autora es profesora consulta de la UNCuyo.

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