Durante gran parte de la Edad Media, los parisinos enterraron a sus muertos en cementerios ubicados por toda la ciudad, la mayoría de los cuales se encontraban junto a las iglesias parroquiales.
Hacia la segunda mitad del siglo XVIII dichos espacios estaban saturados. Consecuentemente el Estado francés consideró que mantenerlos era contrario a la salud comunal. El problema se repetía en toda Francia, pero era aún mayor en París.
Así, los cementerios más antiguos y problemáticos de la ciudad fueron condenados, vaciados y arrasados en los años previos a 1789.
Durante la Revolución Francesa el papel del cementerio mutó acompañando el conjunto de cambios. Los revolucionarios consideraron que la igualdad social debía manifestarse también allí.
El vínculo entre pasado y presente que se genera en cada espacio fúnebre, los convirtieron en sitios de manifestación política. Allí se unía poderosamente a los ciudadanos entre sí y con la nueva Francia.
Después de nacionalizar todas las propiedades de la iglesia en noviembre de 1789, los revolucionarios se encontraron en posesión de una riqueza territorial y material sin precedentes, incluida una gran cantidad de mausoleos y esculturas funerarias.
Independientemente de la forma que estuvieran destinados a adoptar, los nuevos cementerios de Francia debían dar la bienvenida e invitar a los ciudadanos, en lugar de “rechazarlos”. Así, debían dejar de ser lúgubres y convertirse en zonas educativas, en el sentido de que los ciudadanos comunes pudieran admirar especialmente a los líderes patriotas.
Por otra parte, entre los ciudadanos comunes, pobres y ricos recibirían un trato igualitario en el cementerio. Mensaje que también buscaban transmitir desde las altas esferas de aquel París.
Con el tiempo la Revolución tomó tintes terroríficos que pueden sintetizarse en el uso y abuso de la guillotina. En este contexto, así como necesitaban héroes cívicos -que serían resaltados en sus espacios fúnebres-, también necesitaba villanos, cuyas tumbas fueron violentadas.
En septiembre de 1793 se invadieron varias iglesias de la ciudad para exhumar a los clérigos y aristócratas que fueron enterrados allí. “El supuesto objetivo de estos desenterramientos era contribuir a la nación, asegurando metales preciosos y joyas o materiales que podrían beneficiar el esfuerzo de guerra, como el plomo, que podría fundirse y reutilizarse como balas”, señala la especialista Erin Marie Legacey.
Mismo destino sufrió toda la realeza francesa. La realidad fue que atacando esos cuerpos se atacaba lo que representaban: el orden anterior a 1789.
Mientras tanto la realidad en los cementerios revolucionarios distó de ser la anunciada por el Nuevo Estado. La nueva clase de espacio funerario urbano que crearon terminó siendo aterradora debido al descuido generalizado.
Hacia 1798, Marie Lafargue describió la situación de manera extrema: “presencié a una madre llorosa peleando con un jabalí por el cadáver de su amado hijo”.
Para entonces la figura de Napoleón Bonaparte destacaba y fue bajo su mando que Francia generó espacios dignos para sus muertos. Es que, observando un cementerio podemos conocer mucho sobre la sociedad a la que pertenece.
*La autora es historiadora.