Cuando Alberto Fernández se paró días atrás ante Lula Da Silva estaba representando a un país con reservas de divisas negativas en su Banco Central. Fernández encaró la primera gestión relevante tras su renuncia a la reelección acompañando a dos candidatos a sucederlo -Sergio Massa y Daniel Scioli- que le sugirieron indagar en Brasil algún mecanismo de ayuda para evitar que la economía argentina acelere su ingreso en una nueva hiperinflación.
Es probable que Lula haya recordado la presencia de Fernández el cuatro de julio 2019, en la prisión de Curitiba, donde estaba detenido por causas de corrupción. La memoria de ese momento no cambió la conclusión actual. “Sin dinero, pero con predisposición política”, Lula Da Silva cerró con una amplia sonrisa el ruego de la administración Fernández.
El ritmo frenético que ha adoptado la diplomacia mendicante del gobierno argentino es sobre todo una imposición del ministro de Economía. Massa venía confiado en una nueva flexibilización del Fondo Monetario similar a la que obtuvo en febrero cuando argumentó los efectos devastadores de la sequía. Esa colaboración del Fondo no sirvió para nada. Los dólares que se entregaron haciendo la vista gorda con las metas acordadas se diluyeron entre la última corrida y el fracaso de la previsión inflacionaria. El relevamiento de estimaciones del Banco Central ya calcula un aumento generalizado de los precios de 126% para este año.
Massa pide ahora que le adelanten los desembolsos de junio, septiembre y diciembre: 10.640 millones de dólares para llegar como candidato a la elección. A cambio, descerrajó un tarifazo con aumentos de hasta el 600% en las tarifas eléctricas y del 25% en el gas, a las puertas del invierno. Martín Guzmán habrá leído estas noticias con nostalgia. Cuando quería ajustar tarifas un módico 9%, Cristina Kirchner lo amenazaba con mandarle una procesión de actores indignados por el cierre de bares y clubes de barrio. Lunas de Avellaneda.
El FMI evalúa el pedido de Massa, pero le recuerda que el Banco Central entrega dólares para la importación a la mitad del precio que el mercado estableció tras la última corrida. Cualquier desinformado podría objetar que los nuevos dólares pueden terminar perdidos entre algún peaje y la fuga. Mejor entonces, achicar la brecha. Eso implica devaluar. Una medida necesaria para el ministro Massa; una lápida para el candidato Massa. En la vida hay que elegir, diría Cristina Kirchner.
La desesperación de Massa está generando como daño colateral un desorden diplomático del más alto nivel. El ministro candidato busca apretar a Estados Unidos, principal accionista del Fondo, mediante arrumacos con China y Brasil. La respuesta del Departamento de Estado es nítida: el embajador Marc Stanley enumeró en público las promesas incumplidas por el gobierno de Massa. Desde las políticas para el litio y la tecnología de las comunicaciones, hasta la licitación de la hidrovía y la compra de equipamiento militar al mayor contendiente geopolítico que tiene enfrente. La promesa de ayuda sin dinero que ofreció Lula tampoco es muy beneficiosa. Viene de cosechar un reproche por plegarse a la propaganda de Putin sobre Ucrania.
Sergio Massa, el candidato, puede argumentar en el frente interno que sólo le está pidiendo al Fondo un quinto de lo que le dieron a Mauricio Macri cuando era presidente y buscaba su reelección. En verdad es un argumento de autoría prestada, como se encargó de recordar Cristina en un cruce con Alejandro Werner, funcionario del FMI cuando se acordó el préstamo a la gestión Cambiemos.
Cristina sigue convencida de que ese préstamo del Fondo llegó como un mero favor político y no para financiar la reducción de un déficit fiscal altísimo que ella misma dejó como herencia. Se expuso a una réplica aguda del exfuncionario de Christine Lagarde. Werner se preguntó cómo puede seguir argumentando la vice que el problema es la deuda, si este mismo gobierno es el que hace dos años se ufanó de haberla resuelto reestructurando los vencimientos del sector privado y acordando un nuevo plan de asistencia del FMI. Y el mismo que se benefició antes de la sequía con los términos de intercambio más favorables en décadas.
Como esa réplica pone al kirchnerismo de cara a sus contradicciones con Massa y Fernández, reaparecieron las versiones sobre una eventual candidatura de Cristina a la presidencia. La inflación puede esperar. En la principal oposición, Patricia Bullrich ya desafió a la vicepresidenta a que se presente. La nueva ola de rumores despertó además los reflejos de Horacio Rodríguez Larreta, que le propuso debatir. Un formato más consensual y menos confrontativo, igualmente inaceptable para la vice.
El formato de la polarización vigente hasta 2021 es el que mejor le cuadra a Juntos por el Cambio, por eso cada intervención de Cristina es aprovechada para disimular su interna desmadrada. Juntos por el Cambio parece haber quedado preso de un principio rector de alta combustión política: la crisis puede aguantar hasta que los dirigentes de Juntos por el Cambio se pongan de acuerdo. Y el único método para conseguirlo es estirar hasta las Paso.
En esa convicción, la principal coalición opositora perdió cuatro años de tiempo desde su salida del poder y un intangible circunstancial, que sin embargo pensaba eterno: la división en dos polos de la escena política nacional. ¿El riesgo que corre en la reparación de ese yerro? Que en política tarde es nunca.