Divididos por el Cambio
Se está transformando en una constante de la política argentina: cada vez que al oficialismo le va mal porque pierde una elección o se divide internamente (incluso de modo casi irreconciliable), la principal oposición le sigue la corriente: en vez de mostrarse como la unidad que la Argentina necesita frente a la defección del oficialismo, se dividen entre sí tanto como el oficialismo. Lo hicieron a fin de año cuando ganaron las elecciones y lo hacen ahora que Cristina y Alberto ni se miran. Lo contrario, exactamente, de lo que deben hacer.
Es incomprensible además que no pudiendo ponerse de acuerdo entre ellos, quieran incorporar más gente, Gerardo Morales por el lado del peronismo no tan K, Macri y Bullrich por el lado de los ultraliberales.
Eso hace que Sergio Massa y Javier Milei se transformen en dos seductores frente a los seducidos cambiemitas. La culpa es de estos últimos, de esta oposición a la que pareciera que le encanta dividirse y dejarse seducir. Que quiere sumar más gente por cualquier lado, incluso los más opuestos, pero no pueden sumarse entre ellos.
Y eso que su proeza no fue menor. Sobrevivieron unidos después de un mal gobierno y teniendo enfrente a un peronismo que se desestabiliza hasta a sí mismo. Por eso el pueblo los premió haciéndoles ganar la elección legislativa. Pero a partir de allí no dejaron macana por hacer. Justo, además, cuando el oficialismo tampoco está dejando macana por hacer.
Así estamos, con un gobierno quebrado que se viene destituyendo todos los días a sí mismo y con una oposición que cada vez que el oficialismo se enreda solo, en vez de proponerse como alternativa superadora se pelean aún más entre ellos porque creen que ya ganaron el 2023, entonces todos quieren ser candidatos de esa apuesta segura. Pero ocurre que a seguro se lo llevaron preso.
Frente de Nadie
Cada vez más alejado del gobierno albertista, el peronismo de Cristina tiene dos objetivos claros en los que se ha puesto manos a la obra: concentrar sus mayores fuerzas en la provincia de Buenos Aires que puede ser fácilmente retenida al no tener ballotage y por ende ser una monumental fortaleza si se pierde el gobierno nacional como hoy piensa Cristina que se perderá... por culpa exclusiva de Alberto.
El otro objetivo es echarle Martín Guzmán al presidente para que Cristina pueda convencer a su electorado que no sólo votó contra el FMI sino que va a hacer todo lo posible para boicotear el acuerdo con el FMI.
Cristina se fotografía con autoridades civiles y militares norteamericanas para decirles: yo con ustedes no tengo nada, porque ustedes defienden sus intereses, el problema somos nosotros que tenemos un gobierno que no los sabe defender. Está claro que a Cristina le simpatiza Putin, pero mucho más le interesa desestabilizar a Alberto, aunque no para destituirlo sino para ayudarlo a perder, para que se cumpla su profecía de que ya perdieron el 2023 pese a que ella luego dirá que hizo todo lo posible para que no fuera así. Y por eso si tiene que sacarse una foto con los yanquis, lo hará.
Es bien sabido que tanto para Cristina como para Alberto como para casi todo este peronismo siglo XXI, la política internacional es apenas una variable menor que sólo sirve para pelear en las internas de la política nacional. Para Cristina que se cree el ombligo del mundo, el mundo es sólo el ombligo, y en eso coincide con Alberto aunque éste ni siquiera sea ombligo pero aún así tiene el mérito de estar compitiendo en los primerísimos puestos entre quienes hicieron la peor política exterior de toda la historia nacional desde 1810.
El político de la antipolítica
Milei es la expresión de la antipolítica dentro de la política, no porque él sea la antipolítica sino porque la está captando para sí. Él es un showman con un programa político y económico tan disparatado como el de los trostkistas, pero de ultraderecha. Promete imposibles que le pueden servir para subir en las encuestas, pero que jamás podrá cumplir aunque son atractivos por su extremismo ultrasimplista. Ya varios llegaron actuando parecido.
En el fondo, aunque se crea antisistema, su contribución al sistema es esa: sumar a los que ya se cansaron de todos (los que dicen que los políticos me tienen repodrido y que la política es una basura). Ahora en vez de pedir “que se vayan todos”, esta gente indignada dice: “me parece que tiene razón Milei, en que todos son una basura”. Menos Milei porque carnaliza la bronca a través del showman televisivo que brinda espectáculos circenses, concursos de dinero y todo eso.
Y que, además, expresa una tendencia mundial de disolución de los grandes partidos que en otros lugares dio resultado pero que hasta ahora en la Argentina fracasó porque el peronismo y el radicalismo, cada uno con sus aliados, demostró tener por décadas el suficiente sostén territorial e institucional para mantener las dos grandes patas del sistema en pie.
Pero algún día las cosas pueden cambiar. Milei sabe que casi nada depende de él, a él sólo le corresponde hacer el show. El resto se lo están regalando las dos grandes coaliciones que no dejan macana por hacer. Y ya no estamos hablando de macanas en contra del pueblo, sino de macanas en contra de sus propios intereses.
Es una vocación autodestructiva de la cual sólo pueden surgir esperpentos aún peores que esta política esperpéntica que tenemos. Y nadie parece darse demasiada cuenta, o si se dan cuenta no pueden hacer nada.
Mi hijo el doctor y mi hijo el político
Después de la crisis de 2001/2 la política pudo salvarse del que se vayan todos, pero se aisló aún más de la sociedad. Sobre todo con Néstor y con el kirchnerismo se profundizó una tendencia, un programa implícito que venía de antes, pero que ahora se multiplicó por mil: al pueblo sólo se le ofrecen subsidios para que casi todos puedan aspirar a la mera sobrevivencia como el objetivo máximo que se le permite a la mayoría de los argentinos. Mientras que a la elite se le regala la única movilidad social que aún queda en la Argentina de modo masivo: hoy mi hijo el doctor ha sido sustituido por mi hijo el político, porque sólo desde la política se asciende socialmente. Habría que preguntar cuántos miembros de La Cámpora no tienen un puesto en el Estado.
Y en el medio, entre el pueblo que sólo sobrevive y una elite ampliada que ha convertido a la política en la única forma de ascenso social, se mantiene en precario equilibrio esa clase media que aún mantiene los viejos hábitos heredados de la Argentina de la movilidad ascendente. Esa clase cada vez más disminuida cuantitativamente (pero cuyo espíritu sigue permaneciendo, incluso en muchos de los que hoy meramente sobreviven) fue lo mejor que tuvo la Argentina del siglo XX. La multiplicación de esa clase social por la cual Fito Páez y la cultura política oficial sienten profundo asco, es el único antídoto contra la mera sobrevivencia de los de abajo y el cínico arribismo de los de arriba.