Tucumán, 9 de julio de 1816

Declarar la Independencia no era fácil, los españoles podían volver a tomar el control sobre estas tierras. Finalmente, el miedo dio espacio a la épica y -desde las entrañas del histórico hogar tucumano- una nueva nación brotó sobre la faz de la tierra.

Tucumán, 9 de julio de 1816
Congreso de Tucumán. / Foto: Gentileza Museo Histórico Nacional

En agosto de 1814, tras mucha insistencia, San Martín logró ser designado gobernador de Cuyo por las precarias autoridades nacionales de entonces. Cabe destacar que el romance entre nuestra provincia y el prócer fue instantáneo.

Su poder incluía también a San Luis y San Juan. Llegó a tener influencia militar hasta el actual Neuquén en el extremo sur y hasta La Rioja por el norte. Tomás Godoy Cruz y Toribio Luzuriaga fueron sus hombres de confianza en tierras cuyanas.

Según sus contemporáneos, José de San Martín se dirigía a todos en un lenguaje sencillo y respetuoso, expresado a través de una segura voz ronca con un marcado acento andaluz.

Como gobernador buscó inculcar hábitos sanos en los cu­yanos estableciendo normas contra la vagancia, el delito y el juego. Desde entonces, el peón no podía estar en las pulperías durante los días de semana y a las 22:00 estas debían cerrar. Además, se encargó de la seguridad, incorporó alcaldes de barrio —llamados decuriones— para mantener el orden. Estos continuaron existiendo durante gran parte del siglo XIX en Mendoza.

Paralelamente se encargó de la gesta libertadora, levantando el Ejército de los Andes. Pero no podía cruzar los Andes sin una declaración de independencia. Con este fin se reunió el Congreso de Tucumán, en marzo de 1816.

Tomás Godoy Cruz
Tomás Godoy Cruz

No todas las provincias estuvieron representadas. En total fueron treinta y tres hombres, entre los que se encontraban fray Justo Santa María de Oro, Narciso Laprida, Tomás Godoy Cruz, Juan Martín de Pueyrredón, fray Cayetano Rodríguez y Juan Agustín Maza, entre otros.

Tomás Godoy Cruz fue una pieza fundamental para San Martín y en abril de 1816 le escribió: “… ¡Hasta cuando esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional y, por último, hacer la guerra al so­berano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo? Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos. Esté usted seguro de que nadie nos auxiliará en tal situación (...). Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas. Veamos claro, mi amigo, si no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo éste la soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir a Fernandito…”.

Declarar la Independencia no era fácil, los españoles podían volver a tomar el control sobre estas tierras y los primeros en sufrir las consecuencias serían aquellos diputados.

Finalmente, el miedo dio espacio a la épica y -desde las entrañas del histórico hogar tucumano- una nueva nación brotó sobre la faz de la tierra aquel 9 de Julio de 1816.

*La autora es historiadora.

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