Tuvo trascendencia internacional la despedida del Senado de Uruguay de los ex presidentes José María Sanguinetti y José Mujica, quienes dejaron sus bancas, sólo a un año de haber asumido, para no correr más riesgos ante la persistencia de la pandemia de coronavirus. Ambos superan largamente los 80 años de edad.
Los dos políticos dejaron su impronta en la vida institucional del vecino país. Sanguinetti, pieza gravitante del histórico Partido Colorado, gobernó por primera vez, entre 1985 y 1990, tras el regreso de la democracia, constituyéndose en un pilar de la nueva etapa republicana. Mujica, a su vez, fue presidente por el Frente Amplio, de centroizquierda, entre 2010-2015 y adquirió notoriedad porque con su sencillez, sensibilidad y apertura limpió los tumultuosos años de militancia en la guerrilla Tupamaros.
La sesión de despedida de los dos estadistas se transformó en un espontáneo homenaje de los senadores presentes ante la magnitud política reunida entre ambos. Pero lo más trascendente fueron los mensajes por ellos pronunciados, en los que intercambiaron elogios que culminaron con el abrazo que recorrió el mundo a través de las imágenes tomadas.
El trascendente gesto de estas dos figuras políticas de Uruguay fue rescatado mundialmente por los medios periodísticos más influyentes como un ejemplo de unidad democrática. Y es acertado el enfoque, porque hay en el mundo en este tiempo muchas actitudes y estrategias que parecen querer desmontar décadas de calidad democrática. Como ejemplo se puede citar a Estados Unidos, que va concluyendo una vergonzosa campaña electoral hacia las presidenciales del 3 de noviembre con agravios y otras actitudes reprochables pocas veces vistos. Con más razón en los casos de regímenes autoritarios y dictatoriales, como el de Venezuela, donde no sólo se silencia a la oposición, sino que se la pretende aniquilar, lisa y llanamente, con una convocatoria electoral criticada por los países serios de la región desde el punto de vista institucional.
La cercanía y la buena y tradicional vecindad deberían obligar a los políticos argentinos a tomar como muestra ese clima de convivencia que caracteriza en esta época a la dirigencia partidaria uruguaya. Los hombres públicos de nuestro país no encuentran el camino que conduzca a una convergencia que termine de una buena vez con las graves diferencias que enemistan a los ciudadanos (la llamada grieta). Esa convergencia no debe suponer un pensamiento único, como algunos pretenden, especialmente, en algunos sectores del oficialismo de turno, sino el respeto a quien no piensa lo mismo y se desempeña en el lugar que la gente eligió con su voto (oficialismo u oposición).
Los debates deben darse sobre aspectos fundamentales para la población y con actitudes sensatas. Los extremos ideológicos pueden ser salteados cuando de lo que se trata es de buscar y priorizar el progreso de un país. Los uruguayos Sanguinetti y “Pepe” Mujica son un claro ejemplo.