En situaciones comunes, este cambio de gabinete habría sido algo normal en la vida presidencial de Alberto Fernández y en la vicepresidencial de Cristina Kirchner: un nuevo avance parcial de ella sobre él como ha venido ocurriendo en todo desde el primer día, pero nada del otro mundo, algo razonable de acuerdo al poder que detenta cada uno de ambos.
Pero en estos momentos cruciales luego de una derrota colosal, este gabinete es una imposición vergonzosa de la jefa política vicepresidencial sobre su subordinado presidencial. Una claudicación enorme luego de haber soportado Alberto la mayor cantidad de humillaciones e insultos en toda su gestión por parte tanto de Cristina como del cristinismo feroz.
Lo único digno en este cuadro cuasi dantesco, en esta divina comedia de la claudicación, es la renuncia del vocero Biondi que a cambio de echarlo como a un perro lo autorizaron para que en su renuncia dijera un par de críticas e ironías sobre la reina suprema. Algo que las cristinistas como Fernanda Vallejos pueden proferir sin límites, pero que no se le permite a los cada vez menos existentes albertistas.
Es una vergüenza sin excusas que al hombre que por órdenes de la mujer suprema le haya generado casi una insurrección a Alberto encabezando la presentación de renuncias masivas, como Wado de Pedro, se lo premie dejándolo en el cargo mientras que a Santiago Cafiero se lo castigue sacándole la jefatura de gabinete y mandándolo a la cancillería, algo casi inexistente en un gobierno sin política exterior.
Todo el mundo estaba seguro que los dos se irían o en todo caso los dos quedarían donde estaban. Lo que ocurrió es un triunfo pleno de Cristina sobre un genuflexo presidente rendido a sus pies y aterrado frente a una realidad frente a la cual ha perdido toda conexión, como ya venía perdiendo desde la fiesta de cumpleaños de su esposa más de un año atrás.
Algo bueno, más allá de quien haya ganado, es haberse sacado de encima a inútiles a prueba de balas como Felipe Solá, Sabina Frederic, el ministro de educación que fue desautorizado cada vez que decía algo, o el ministro de agricultura formoseño que nunca jamás se enteró siquiera de que era ministro.
Poner a Julián Dominguez en agricultura es un acto de sensatez frente a tanta insensatez. Pero ubicar a Aníbal Fernández en cualquier lugar, y peor aún en seguridad, es comprarse otro desprestigio particular dentro de tanto desprestigio general como el que quedó luego de la estrepitosa derrota. Pero bueno, al fin y el cabo el Aníbal fue el único que defendió al presidente frente a los agravios brutales de Fernanda Vallejos y se merecía algún premio luego de meses suplicando que le dieran un carguito en el gabinete.
El gobernador Manzur es un no cristinista propuesto por Cristina, o sea que salieron ganando los dos, o perdiendo, vaya uno a saber. Daniel Filmus es un hombre que sabe de qué va el ministerio de ciencia y tecnología por lo que está bien puesto. Pero poner en educación a un ministro que en esta semana chabacana desafiara al presidente presentando su renuncia, es otra humillación para Alberto.
Haber dejado a la gente de economía y producción es una transacción coyuntural que permite Cristina en pos del necesario ajuste que pide el FMI para arreglar, aunque el desajuste se haga por otros lados, tratando de reconquistar los votos perdidos.
En síntesis, algunos mendrugos para Alberto tratando de que no quede tan mal ante la opinión pública, pero se trata de un gabinete definido casi enteramente por la vicepresidenta luego de que amenazó con romper su participación en el gobierno con una carta donde acusó a la gente de Alberto de hacerle operaciones y donde indirectamente le dijo a Alberto todas las barbaridades que Fernanda Vallejos le dijo sin pelos en la lengua.
En fin, un gabinete de poco importancia, ajustado a las necesidades de estos dos meses, luego se verá que pasa, donde todo prosigue igual pero peor, con un presidente cada vez más humillado y una vicepresidenta cada vez más humilladora. Nada nuevo bajo el sol, o mejor dicho, bajo la sombra.