En febrero de 1830 cuando, tras vencer a Facundo Quiroga en Oncativo, José María Paz se convirtió en gobernador titular de Córdoba. Su administración heredó una importante crisis económica y el azote constante de las poblaciones indígenas.
Desde la vecina Santa Fe, Estanislao López se mantuvo expectante. A pesar de apoyar al Tigre de los Llanos no lo auxilió; por entonces miraba con celo el acercamiento entre Juan Galo Lavalle y Juan Manuel de Rosas. No sabía si en un futuro necesitaría de Paz para enfrentarse a Buenos Aires.
Finalmente, López terminó decidiéndose por el Restaurador. Ambos bandos tomaron forma a través de la Liga del Interior —encabezada por Paz— y la Liga del Litoral, en manos de Rosas.
En este marco, las victorias sobre Facundo permitieron a Paz extender su hegemonía en Cuyo y el resto de las provincias hasta entonces dominadas por el riojano. Como era esperable, impuso en ellas administraciones afines, valiéndose de sus armas o incentivando revoluciones. Sólo Tucumán y Salta lo apoyaron desde un principio.
El norteamericano John Anthony King, que participó en parte de nuestras luchas civiles y dejó memorias al respecto, estaba en Córdoba por entonces y en dicho texto refiere a un reo muy particular que por entonces llegó a la ciudad, proveniente de Mendoza: “(…) había adquirido mucha notoriedad con motivo de la rara crueldad de su carácter y también por el hecho de haber arrojado los hábitos y tomado la espada. Era el general Félix Aldao, que por causa de su anterior estado dominico, era llamado más comúnmente fraile Aldao. (…) con su cabeza gris descubierta al sol y sus pies atados por debajo de la panza del caballo, entró a la ciudad, y no bien se supo su llegada, mil voces pidieron que fuese condenado a muerte (…). Afortunadamente para Aldao, el gobernador de Córdoba [Paz] era un hombre de sentimientos humanos, o por lo menos, tanto como podía esperarse (…) Aldao fue confinado solitariamente en uno de los más oscuros calabozos del Cabildo, con una guardia permanente en la puerta (…). Confieso que mis simpatías estaban con él, no obstante su mala reputación”.
Con la caída de Paz aquél mendocino de mala reputación, quedó en libertad. Años más tarde estuvo al frente de este suelo, que también fue suyo. Meritoriamente intentó poblar el sur provincial, repartiendo semillas entre los pobres y manteniendo durante un tiempo a las familias chilenas que se instalaran allí.
Sin embargo, el verdadero cariz de su administración se manifestó al autofacultarse “identificador de dementes”: por decreto, los unitarios a los que él consideraba locos sufrían confiscaciones y en algunos casos encierro.
Su figura es, sin duda, una de las más atractivas entre los habitantes del Cuyo pretérito. Hemos decidido traerlo a estos párrafos al cumplirse, el próximo once de octubre, un nuevo aniversario de su nacimiento.
*La autora es historiadora