Por el contagio de coronavirus que ha sufrido Trump y el manejo del problema, el candidato demócrata ha crecido en las encuestas y ahora tiene aproximadamente 10 puntos de ventaja. En una situación normal, habría que decir que la elección ya está decidida y la experiencia lleva a sostener que dicha ventaja es casi irreversible. Pero las encuestas son relativas y cambiantes: Trump es un jugador imprevisible y pueden surgir nuevos imponderables.
El Presidente tiene la intención de participar en el próximo debate, sea en forma presencial, lo que es rechazado por su adversario que lo quiere virtual. Nada asegura que un nuevo debate vaya a favorecer a Trump, sólo es una oportunidad que se le abre. Él mantendrá su política de confrontación, no parece buscar un efecto “compasión” y seguro va a repetir una estrategia adecuada a su personalidad y trayectoria. La base electoral de Trump no parece mermar, pero su desafío al coronavirus le está restando voto moderado. Mantiene su afirmación de que en el voto por correo habrá fraude y reitera que la elección se definirá en la Corte.
Pasando a Europa, mantener la unidad y cohesión mínima de la Unión Europea es el objetivo central de Alemania. Dos mujeres alemanas de la Democracia Cristiana tienen roles claves. La Jefa de Gobierno, Angela Merkel, quien ha sabido manejar con éxito la pandemia para la mayoría de sus conciudadanos y mantener el eje franco-alemán, decisivo para la unidad europea. Y Ursula Van der Leyden -titular de la Comisión Europea- que tiene a su cargo mantener la cohesión y ejecutividad de la Unión Europea.
En este momento está logrando evitar que el acuerdo firmado entre la UE y el Reino Unido para el Brexit termine en una ruptura total. La UE la semana pasada tomó la decisión de actuar en bloque en materia comercial frente a EE,UU. por un lado y China por el otro, buscando recuperar el rol de actor global. Pero el proyecto de China de la “Nueva Ruta de la Seda” ya ha incorporado a 13 de los 27 países de la Unión Europea y no será fácil mantener la cohesión comercial frente a este país.
Al mismo tiempo, en septiembre la UE adoptó medidas de endurecimiento contra la inmigración ilegal que tuvieron consenso. Pero todo esto no impide que haya tenido una eficacia relativa frente a la crisis de Bielorrusia por las denuncias de fraude, el conflicto entre Grecia y Turquía por la explotación del subsuelo marítimo en el Mediterráneo Oriental, y el rol a través de Francia en el conflicto Armenia-Azerbaiyán.
Siguiendo con el Asia, el éxito chino en lidiar con el Covid-19 la beneficia, pero parcialmente. Mientras Trump y en alguna medida Europa acusan de ocultamiento de información respecto al origen y desarrollo del virus, los resultados por infectados y población son ostensiblemente mejores que en Occidente. También es cierto que Taiwán, Hong Kong y Corea del Sur muestran niveles aún superiores con regímenes democráticos. Pero Vietnam, con más de 100 millones de habitantes, muestra un éxito sorprendente, ya que tiene sólo 27 muertos. En su entorno Laos, Camboya, Myanmar y Tailandia muestran también niveles de infección muy bajos respecto a Occidente. En menor medida esto también sucede en Indonesia, país de casi 300 millones de habitantes.
Esto plantea que más que un problema de régimen político, en función del cual el autoritarismo estaría mejor preparado para lidiar con este tipo de problema, hay un factor regional que influye en los mejores resultados de Asia. Esto también puede plantearse respecto a África, donde los pronósticos de infecciones masivas en los hacinamientos suburbanos con alto nivel de pobreza e indigencia iban a crear situaciones inmanejables. Esto no ha sido así y no se trata de falta de información. Es necesario explorar el factor regional y étnico en el fenómeno.
La creciente intervención de Turquía en conflictos regionales confirma que la Guerra Fría “soft” entre EE.UU. y China deja espacio para potencias medianas. El ejemplo de ello es que este país que tiene 83 millones de habitantes, un PBI de 2.640 millones de dólares y un riesgo país superior a los 600 puntos, es decir baja credibilidad económica.
Su política combina pragmáticamente el ser miembro no europeo de la OTAN con la fuerza simbólica de reconstruir el imperio turco, con un retorno también al Islam desde el punto de vista religioso. Turquía ha intervenido en la guerra civil siria para neutralizar las milicias kurdas apoyadas por EE.UU. y mantener tropas en dicho país. También interviene en Irak, donde hay población kurda que Erdogan ve como amenaza por su interacción con la minoría de esta etnia en su propio territorio. Mantiene el mencionado conflicto con Grecia por la explotación de hidrocarburos en el Mediterráneo Oriental e interviene en la guerra civil libia. En la guerra entre Armenia y Azerbaiyán, Erdogan ha asumido un rol decisivo, apoyando públicamente a este último país en su ofensiva sobre Nagorno-Karabaj, el enclave armenio que se declaró independiente dentro de su territorio.
Se acerca la decisiva elección de Estados Unidos cuando vive su Guerra Fría “soft” con China, que deja espacio para que potencias intermedias como Turquía tengan roles relevantes.
* Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría. Especial para Los Andes