Un país desconocido para una elección agónica

Ninguno de sus dirigentes de primera línea sabe qué país existirá a fin de año. Pero ya se ofrecen como redentores para la elección.

Un país desconocido para una elección agónica
El centro de la batalla está en la Cámara de Diputados. El dominio cómodo del kirchnerismo en el Senado lo ha transformado en un museo de cera.

Agobiado por el fracaso de la estrategia sanitaria, el país se agita como un océano que va y viene. Es un inmenso y oscuro país desconocido. Sobre todo, para aquellos que en noviembre le tocarán el hombro para pedirle opinión.

Si fuese por el clima social que registran las encuestas, los resultados de noviembre ya estarían definidos. El sondeo de satisfacción política de la Universidad de San Andrés reveló que sólo un 11% de los encuestados está conforme con la marcha del país. El 72% desaprueba la gestión de Alberto Fernández. La aprobación del gobierno cayó 41 puntos en un año.

Es probable que en noviembre el votante se encuentre interpelado por tres preguntas simples: cómo fue la gestión de la pandemia, cómo evolucionó su situación económica personal y cuáles son sus expectativas a futuro.

El oficialismo confía en su nueva ecuación asistencialista: vacunas por votos. Pero nadie sabe qué resultará del invierno, de la letalidad acelerada de los contagios y del colapso del sistema de salud.

Sobre la situación económica, aquella misma encuesta arroja datos significativos. Aunque la sociedad en ningún momento mermó su percepción sobre la peligrosidad del coronavirus (siempre se mantuvo por encima del 90%), sus principales preocupaciones pasan hoy por la inflación y la corrupción. Y las expectativas a futuro son muy pesimistas.

Pero el impacto del desasosiego no sólo afecta al oficialismo. También está complicando a la oposición. Su intención de voto cayó 15 puntos entre diciembre y mayo. Y se duplicó la propensión al voto en blanco.

Desde que Juntos por el Cambio expuso su fragilidad interna aferrándose a las Paso, quedó en evidencia su agenda desalineada de la urgencia social.

Ninguno de sus dirigentes de primera línea sabe qué país existirá realmente a fin de año. Pero ya se ofrecen como redentores para lo incierto más lejano: la elección de 2023.

Esa enajenación es el resultado de la fricción entre dos modelos de armado político para este año. Mauricio Macri ha resuelto apuntalar en cada distrito a los dirigentes que se referencien en su liderazgo. Horacio Rodríguez Larreta propone armar un dream team en cada territorio. También es su modo de disputar el liderazgo.

En esa puja, la elección de este año tiende a ser más o menos instrumental. ¿Lo es? Si se observa en detalle lo que estará en juego, se trata más bien de una elección agónica, que puede definir un perfil institucional de largo alcance.

El centro de la batalla está en la Cámara de Diputados. El dominio cómodo del kirchnerismo en el Senado lo ha transformado en un museo de cera. Hasta las gestiones de lobby se han mudado al arrabal turbulento de la Cámara baja, como pudo constatarse con el debate sobre biocombustibles.

De los 118 diputados que tenía originalmente Juntos para el Cambio, al menos cuatro ya se entregaron al Gobierno. Los referentes opositores hacen números en silencio y calculan perder entre siete y ocho bancas. Arriesgan más que el oficialismo, porque tienen que renovar el mapa de 2017.

Mauricio Macri pasó por Córdoba y la interna quedó más desordenada que antes. En Santa Fe, la oposición no mejoró ni después de fallecido su competidor más fuerte en ese espacio, Miguel Lifschitz. La ausencia de María Eugenia Vidal en territorio bonaerense complica a Macri y a Rodríguez Larreta en tableros simultáneos: Ciudad y provincia de Buenos Aires.

Enfrente, Cristina Kirchner tiene en claro que la campaña estará en sus hombros. Esa certeza es la pesadilla de Martín Guzmán. De allí nacen las demandas más intransigentes para la gestión económica. Cristina exige llegar con la inflación en baja y la emisión en alza.

Guzmán tiene ahora por delante otra nueva bola de nieve: los pasivos monetarios del Banco Central que se fueron engrosando para financiar el déficit.

La Fundación Mediterránea alertó sobre el problema: si Guzmán quiere mantener la base monetaria neta sólo un 40% por encima de 2020, tendría que remunerar con mayores intereses la deuda interna. Con más presiones sobre el dólar y la inflación.

El oficialismo reaccionó al revés. El Banco Central dispuso que los encajes que los bancos pueden integrar con Letras de Liquidez (Leliq), también puedan hacerlo con bonos del Tesoro en pesos. En buen romance: los bancos pueden aumentar la cantidad de títulos públicos en sus carteras, en reemplazo de letras del Banco Central.

El cambio no es menor. Aumenta la exposición y vulnerabilidad del sistema financiero ante un eventual default de la deuda pública. Que es lo que Cristina le pide a Guzmán.

Todos los gestos de política exterior que realizó en los últimos días el Gobierno tienden a acentuar esa perspectiva. El voto en la ONU funcional al terrorismo de Hamas. El giro diplomático en La Haya para desconocer los crímenes de lesa humanidad de la dictadura venezolana.

O la complicación artificial del vínculo con Colombia: Juan Grabois ensayó un viaje a su propia idea de la revolución. Hizo escala en una oficina de migraciones, donde enfundó cruz y espada con iracundia jesuítica. Ante la cruda evidencia de un pasaporte vencido.

*El autor es de Nuestra Corresponsalía en Buenos Aires.

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