Un palco para irse de la plaza

Toda la energía política de Cristina se ha concentrado en dramatizar el tema del traidor y el héroe. Alberto Fernández debe ser visto como el desertor ideológico. Ella misma, en vibrante retirada, como la víctima heroica de la traición. A ver si es posible que Alberto cargue, en la soledad cansada y exclusiva de su espalda, la cruz del fracaso del modelo económico y político de Cristina.

Un palco  para irse de la plaza
Cristina Kirchner y sus adherentes el 25 de mayo

Hábil como pocos para la mordacidad, Umberto Eco le hizo decir a un personaje de sus novelas que, a los parisinos, desde hace por lo menos un siglo, les gusta hacer barricadas. Que luego se derrumben ante el primer cañonazo es algo que no parece contar mucho: las barricadas se hacen para sentirse héroes.

Cristina Kirchner (que alguna vez se imaginó a sí misma como una prolongación argentina del revoltoso mayo francés de 1968) montó su última barricada, bajo una lluvia de mayo y con palco de diseño, para escenificar una nueva despedida, otra vez de espaldas a la Casa Rosada. Una concurrencia angustiada le pidió con voz cada vez más tenue que vuelva a ser candidata, que deje de porfiarse proscripta y que regrese a la sede del poder en la Argentina. Aunque como vicepresidenta integra en verdad ese poder y como candidata podría intentar retenerlo, Cristina Kirchner sigue eligiendo eludir ese compromiso. Toda su energía política se ha concentrado en dramatizar el tema del traidor y el héroe. Alberto Fernández debe ser visto como el desertor ideológico. Ella misma, en vibrante retirada, como la víctima heroica de la traición.

La opción de teatralizar la ruptura irreversible con el Presidente era un imperativo simbólico que la vice no podía eludir: el último servicio a la causa kirchnerista que puede aportar Alberto Fernández es cargar, en la soledad cansada y exclusiva de su espalda, la cruz del fracaso del modelo económico y político de Cristina. Si él cumple esa tarea, supone la vice, preservará al resto de su espacio político del costo monumental de un fracaso histórico.

La imagen abandonada del Presidente deja un resquicio alegórico para decir que aquello que falló no fue el modelo de Cristina Kirchner, sino la forma tullida y herética con la cual Alberto Fernández lo aplicó.

La vicepresidenta ya admitió que dos tercios del electorado están dispuestos a castigar al Gobierno por la inflación sin límite. Sus seguidores le piden que se presente como carta de triunfo. Ella intenta persuadirlos de que es mejor ordenar la retirada; de que la única oportunidad de ganar sería una carambola en la que una estrategia de repliegue se combine de milagro con la división de los adversarios. Un azar que permita, reteniendo el tercio propio, colarse por la hendija de los tercios restantes cuando en el balotaje sólo queden dos.

La primera decisión que esa estrategia implica es acertar con un candidato para perder. Tiene tres opciones: Axel Kicillof es el que mejor le retendría el tercio propio, pero jugarlo para la presidencia podría desguarnecer la retirada en la trinchera bonaerense. Sergio Massa se ofrece generoso para el sacrificio expiatorio, pero si por casualidad llegara a beneficiarse con la martingala, lo primero que haría sería enterrar a Cristina. Eduardo de Pedro no tiene votos, la vice debería intentar con alto riesgo una transfusión; sólo así retendría el capital simbólico.

La barricada del 25 lo favoreció más al ministro del Interior que al resto, porque en el tema del traidor y el héroe es quien más complace la pretensión identitaria de la vice. Después del discurso de Cristina, pleno de esas falsedades económicas y agravios institucionales que han llevado al país al abismo, Massa quedó más expuesto como un candidato contradictor del modelo kirchnerista. Su oportunidad es sólo una: que el encierro estratégico en el que ha quedado Cristina por el derrumbe de su modelo económico se estreche tanto que a la vice no le quede más opción que abandonar cualquier pretensión de influencia en la escena presidencial y huir en franca retirada a buscar que no se caiga el fortín bonaerense.

¿Por qué Massa confía aún en sus posibilidades de competir y ganar? Porque lee en las encuestas algo distinto que el kirchnerismo: interpreta que el tercio resiliente del oficialismo no es un bloque ideológico convencido de los dogmas de Cristina, sino un segmento de votantes que se opone al regreso de cualquier variante política no peronista. En el palco de Cristina sólo hubo tres gobernadores, menos intendentes de los que la vice pretendía y los grandes sindicatos se manifestaron esquivos. Poco aporte de las corporaciones tradicionales del peronismo para el intento de Cristina de escenificar su proscripción judicial y renunciamiento histórico. Massa apuesta al pragmatismo visceral del votante peronista: ¿irse de la plaza hacia un destino testimonial y minoritario o quedarse a disputar con vocación de poder?

Toda esa ensoñación de Massa prescinde de un dato central: es el ministro de la inflación. En esa comprobación sencilla reside el pragmatismo de Cristina: ¿quién querrá votar al candidato de la remarcación de precios y la destrucción del salario real? La opción testimonial, en esa línea de razonamiento, no es un capricho ideológico, sino una fuga de primera necesidad.

Que el aristocrático palco del 25 no haya sido usado por Cristina para bendecir a Massa dice mucho de esa lógica de la vice. ¿Cuán necesario es señalar un candidato para perder? ¿Conviene más travestir esa decisión como un legado generoso a la “generación diezmada”?

Si se amplía el foco se ve desde la altura la imagen del Presidente despreciado y despechado; de la vice apurada por disimular su salida acentuando el sesgo ideológico de su espacio político; del ministro de Economía alucinando candidaturas mientras se le incendia la inflación; de las corporaciones del oficialismo introvertidas en la redefinición de sus objetivos de lobby. Un palco preparado para esconder al gobierno que en realidad quedó de espaldas a toda la población.

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