Un rechazo al pensamiento mágico en Chile

El principal problema estuvo dado por un texto sumamente ideologizado que representa en lo fundamental el pensamiento de una minoría y que, por lo mismo, careció de propuestas claras y razonables que respondiesen a las necesidades manifestadas por los ciudadanos en el plebiscito de entrada.

Un rechazo al pensamiento mágico en Chile
Adherentes de la opción "Rechazo" celebran el resultado del plebiscito constitucional, en la comuna de Las Condes en Santiago (Chile)

El pasado domingo 4 de septiembre los ciudadanos chilenos se manifestaron masivamente en rechazo de un nuevo texto constituyente elaborado por una convención elegida democráticamente hace poco más de un año. El resultado de este plebiscito de salida no ha dejado de sorprender a propios y extraños no sólo por la derrota de la opción “Apruebo” (esperable según indicaban las proyecciones), sino también por la magnitud de la diferencia que obtuvo a su favor el “Rechazo” (casi el 62 % de los votos).

Son números ciertamente llamativos si se considera que, en el año 2020 y durante el plebiscito de entrada, casi 8 de cada 10 votantes había manifestado su deseo de que se redactara una nueva constitución.

¿Es posible explicar estos cambios?

En primer lugar, hay un factor estrictamente numérico que puede justificar una parte del asunto.

En aquel plebiscito del año 2020 la participación ciudadana fue altísima para los estándares del país donde las votaciones son voluntarias: se registraron más de 7 millones de votos válidos emitidos. Pero para este plebiscito de salida, donde la participación fue obligatoria, el caudal de votos aumentó de manera sustancial hasta llegar a cerca de 13 millones de votos sobre un padrón ideal de 15 millones de ciudadanos. Muchos analistas dan por descontado que una buena parte de los “nuevos votantes” corresponden a ciudadanos desencantados con la política que, para evitar el pago de una multa, asistieron a votar con el “no” predefinido.

Pero también se puede explicar el resultado desde lo estratégico, ya que fue el propio gobierno chileno, comandado por el izquierdista Gabriel Boric desde marzo pasado, el que ató de manera explícita su destino al de la aprobación de la nueva constitución. Y esto, lejos de ser un salvavidas para ambos proyectos, terminó siendo una lápida para el texto elaborado por la convención.

En efecto, la imagen negativa que padece el gobierno puede resultar sumamente llamativa, teniendo en cuenta el poco tiempo de gestión, pero no es inexplicable: un sinnúmero de errores no forzados, declaraciones altisonantes y despectivas contra opositores e incluso aliados, promesas rotas (y otras incumplibles) y expectativas defraudadas han marcado la agenda de los últimos 6 meses.

Con todo, lo dicho no quita que la principal responsabilidad por el rechazo del texto caiga sobre el trabajo de la propia Convención Constituyente. Amén de una seguidilla de episodios tragicómicos protagonizados por convencionales que asistieron a las reuniones disfrazados de personajes de animé, que utilizaron su tiempo en el estrado para compartir canciones, o que emitieron su voto desde la ducha, el principal problema estuvo dado por un texto sumamente ideologizado que representa en lo fundamental el pensamiento de una minoría y que, por lo mismo, careció de propuestas claras y razonables que respondiesen a las necesidades manifestadas por los ciudadanos en el plebiscito de entrada. Se trata de un texto de enorme extensión repleto de todos los clichés propios de lo que hoy se considera como “progresista”: indigenismo, ambientalismo, feminismo, colectivismo, etc., y que fue elaborado bajo un nivel de soberbia inaudito que bloqueó cualquier negociación con las corrientes opositoras.

A mi juicio, esta última es la causa principal del fracaso constituyente porque es la que explica también las otras dos: tanto la bronca del “nuevo votante” como la impopularidad de un gobierno que comparte esos mismos vicios.

Y creo que la propia actitud de algunos exconstituyentes y promotores del Apruebo parece confirmar esta opinión. Resulta llamativo observarlos con rostros confundidos mientras se preguntan cómo puede ser que el pueblo haya rechazado una constitución paritaria, ambientalista, indigenista y anticapitalista. No ha faltado quien, ante la evidencia de que el Rechazo fue más fuerte en barrios populares e, incluso, en regiones con fuerte presencia indígena, ha esbozado la teoría del “facho pobre” o el “desclasado”, tan usada también en nuestro país.

Lo que la izquierda no puede entender es que sus conclusiones parten de dos prejuicios que deberían revisar de aquí en más: 1) Que una convención (o cualquier institución para el caso) diseñada bajo los conceptos progresistas antes enumerados necesariamente producirá un buen resultado; y 2) Que ellos y sólo ellos encarnan la representación del pensar y sentir populares.

En definitiva, los contundentes resultados del plebiscito de salida en Chile dejan expuesto el nivel de pensamiento mágico que encierran tales planteos.

* El autor es profesor de la Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibánez (Chile)

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