Cristina Kirchner se vio obligada a aclarar que no hablaría para revolear algún ministro porque el país la cree capaz de revolear al Presidente. No le desagrada inducir en los demás esa percepción del poder. Pero además es perceptible que actúa por algún temor. Ahora cree posible que la crisis también arrase con ella.
En todos y cada uno de los términos de esa definición se encierra la clave de interpretación de los días sin rumbo para el país que se agravaron desde la renuncia -tan esperada como intempestiva- del exministro de Economía, Martín Guzmán.
La vicepresidenta terminó de desequilibrar en su favor el balance de poder interno del oficialismo. Ya no hay ninguna simetría posible en la disputa con el Presidente. La acumulación del lado de Cristina es tan abrumadora que Alberto Fernández quedó en una situación de extrema fragilidad. El propio Presidente la acrecienta con sus errores -como su errático discurso de Tucumán- y es una debilidad que no convierte en creíble cualquier versión sobre su destino, pero explica la multiplicación de especulaciones.
La salida de Guzmán no sólo coronó el acoso y derribo que ordenó la vice para expulsarlo del Gobierno. También acrecentó en ella el poder de veto para el reemplazo. Indirectamente concentró en sus manos el diseño general de la política económica frente a la crisis.
Menos gobierno, más crisis
Una ecuación de poder más nítida en el oficialismo debería haber producido una coagulación temporaria de la crisis económica. No fue así. Las principales variables se dispararon hacia un terreno fatídico: aquel donde desaparece la noción de valor. Nadie puede establecer a ciencia cierta cuánto vale cada bien o servicio que mueve la economía.
Sucede en primer lugar porque la política no quedó más ordenada, sino menos. El archipiélago de presuntos aliados en el gobierno -empezando por Sergio Massa, siguiendo por gobernadores, intendentes, referentes sociales y sindicales- quedaron postrados ante las ideas de Cristina. El alineamiento debería ser proactivo, pero al final ella pone todas sus energías en la acumulación de poder, tanto como le escapa al compromiso con el gobierno. ¿Dónde estaba cuando asumió Silvina Batakis?
Con la líder del oficialismo huyendo de su cuota de responsabilidad en la administración y debilitando al Presidente que tiene esa responsabilidad encima, más poder equivale a menos gobierno. La de Cristina es una forma de acumulación que ante la crisis provoca vacío, insumo preferido de la ingobernabilidad.
Es verdad que en su metodología de construcción política la vicepresidenta jamás pudo superar una malformación que la ha perjudicado de manera constante: tiende a confundir la inestabilidad con el cambio. También es cierto que hay causas económicas que se autonomizan cada vez más ante la inacción o los errores del gobierno.
No todo es político
La crisis económica se aceleró tras la salida de Guzmán no sólo por el desorden político que se observó en su relevo (que concluyó en un reemplazo irrelevante, sin equipo, ni plan) sino por aquellos aspectos del diseño económico del propio Guzmán que no son precisamente los que difieren, sino al contrario, los que coinciden con el vaporoso programa económico de la vice.
El fracaso del exministro es la constatación de que el diseño kirchnerista para la economía es todo humo, ineficiente y gris. “Yace aquí el milagro de Joseph Stiglitz”, debería rezar el epitafio de la gestión Guzmán. Cristina propone insistir con las recetas del santo, esculpiendo en la misma piedra la próxima lápida.
Por esa razón suenan insustanciales sus críticas a la “traición” de Guzmán al gobierno y al Presidente. Ahora que echó a Guzmán, reparte las cartas y es dueña del mazo, la vice se hace trampas jugando al solitario. ¿Acaso no ordenó el motín de ministros -encabezados por Wado de Pedro- que sacudió al Presidente tras la derrota electoral? ¿Guzmán se fue por desobediente o porque obedeciendo a las ideas de Cristina cualquier diseño económico explota?
Como la vice, la nueva ministra Silvina Batakis declara su admiración por José Ber Gelbard, gestor de la economía del último Juan Perón. Si actualiza su brújula, Batakis encontrará curiosas similitudes entre Gelbard y Guzmán. Ambos dejaron como herencia desequilibrios parecidos. El legado de Guzmán: un déficit fiscal enorme; el tipo de cambio actualizándose con devaluaciones bruscas según los espasmos del mercado; la escasez de dólares colisionando menos con el turismo que con la gobernabilidad; ningún avance en el ajuste de las tarifas subsidiadas y una bola de nieve en la deuda en pesos.
Lejos de legar antecedentes para una tesis académica sobre la reestructuración de deudas soberanas, el desastre que deja la impericia de Guzmán tiene además una magnitud histórica que seguramente desespera al kirchnerismo de acumulación patrimonial y deja hiperventilando frustrado a su voraz capitalismo de amigos: ocurre en medio de un ciclo de precios favorables a las exportaciones argentinas sólo comparable a aquellos que disfrutaron el primer Perón y luego Néstor Kirchner.
El verdadero desafío que ojalá advierta a tiempo y por su salud Batakis es no terminar como Celestino Rodrigo. El ministro al que le estalló la bomba de controles que inventó José Gelbard, el pensador admirado.