El preacuerdo del Gobierno argentino con el Fondo Monetario Internacional inauguró una nueva matriz política. Esa nueva escena iba a llegar, tarde o temprano. La estrategia de negociación oficial aspiraba a postergarla sin fecha. La aceleración de la crisis marcó un punto final.
Posponer un acuerdo sin reservas mínimas en el Banco Central es imposible. Tanto que apenas los trazos gruesos del entendimiento -las metas de reducción del déficit; el cambio de política monetaria; el compromiso de revisiones trimestrales- fueron suficientes para desencadenar una nueva crisis en la alianza gobernante.
Para la facción liderada por Cristina Kirchner, lo anunciado por Alberto Fernández equivale a una claudicación de soberanía. Un cogobierno de hecho con el Fondo. Enfrentarse con esa realidad iba a provocar disidencias internas resonantes. Así ocurrió. Con polaridad invertida, la misma controversia también iba a surgir en la contraparte. Los técnicos del FMI abocados al caso argentino recibieron críticas en Washington por la laxitud de las exigencias acordadas.
Hubo reproches como el publicado por The Washington Post, que usó una metáfora de comprensión inmediata. “Argentina es un país adicto a las deudas y el FMI es su proveedor”, tituló el diario de primera lectura en la Casa Blanca.
De modo que la nueva matriz de análisis debe comenzar por el repaso de lo que están diciendo y haciendo los flamantes actores del nuevo modelo político.
Kristalina Georgieva salió en auxilio de sus negociadores. Dijo que el acuerdo en gestación ayudará a la Argentina a lidiar con sus problemas estructurales más significativos. Sus críticos dicen que el programa preacordado descansa en una confianza excesiva en la capacidad de crecimiento de la economía argentina, en lugar de reducir el gasto para mejorar las finanzas públicas. Así lo resumió Financial Times.
A favor de Georgieva debe anotarse que fue la única de los protagonistas de primera línea que dijo algo de interés para los argentinos de a pie. Algo que sus gobernantes eluden asumir, aun en el vaporoso mundo de las declaraciones de intención. La jefa del FMI dejó en claro que su principal objetivo es sacar a la Argentina del muy riesgoso camino que transita en un desfiladero de alta inflación.
No menos relevante fue su autocrítica sobre el acuerdo cerrado entre el FMI y la gestión Macri. Demasiado frágil para ser exitoso. Conviene dialogar con expectativas más realistas. Tratándose de Argentina las cosas siempre pueden ponerse peor.
El auxilio de Georgieva a sus negociadores contrastó con el abandono que Cristina Kirchner hizo de los suyos. Hasta que Alberto Fernández regrese de su breve descanso en Barbados, la vicepresidenta estará a cargo del Poder Ejecutivo. Antes de asumir el relevo se produjo la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque oficialista en Diputados. Por acción o por omisión, Cristina quedó comprometida con la deserción de su hijo.
Entre los argumentos que intentó esgrimir para defenderse, Máximo Kirchner dejó en evidencia el más contundente de todos: no tiene una opción al acuerdo que avanzó Martín Guzmán. Sólo puede oponer una corrección de adjetivos. La negociación no fue dura y su resultado tampoco puede calificarse como beneficioso. Giro lingüístico y nostalgia: Néstor Kirchner lo hizo mejor.
Como recordó el columnista Mario Wainfeld, peca de simplismo el contraargumento según el cual el verdadero kirchnerismo es el que paga para desembarazarse de las deudas. Néstor Kirchner lo hizo en un contexto muy distinto. “La estrella política de Kirchner iba en ascenso, enfilaba a duplicar los votos conseguidos en 2003, la economía iba viento en popa, mediaba consenso popular por satisfacción de necesidades. Para trazar simetrías, Alberto debería haber arrasado en la votación de medio término y el Banco Central contar con reservas que multiplicaran varias veces la cifra pagada”, escribió Wainfeld en Página 12.
Una respuesta más simple le llegó a Cristina y Máximo Kirchner de parte de Martín Guzmán. El negociador impugnado puso sobre la mesa una verdad ineludible para el arte del buen gobierno: “Siempre hay que comparar entre alternativas”, declaró en Moscú. Máximo sinceró -por escrito- que carece de una opción viable para ofrecer.
La cuestión de las alternativas disponibles no es menor. El propio Guzmán suele hostigar el acuerdo que firmó Macri sin aludir a las escasas opciones que había. Discernir si Macri tuvo alternativas antes de acordar con el FMI no es secundario sino central para el análisis político. Es, en verdad, lo principal que debe animarse a decir. Como es central ahora admitir que Alberto Fernández tampoco tiene opciones para evitar un default.
La nueva mesa virtual que integran Georgieva, Cristina y Guzmán se completa con Fernández. El Presidente avanzó con los escasos recursos que tenía en el preacuerdo con el FMI. Pero luego protagonizó una de las torpezas diplomáticas más notables de la que se tenga memoria en la historia reciente. En medio de un conflicto grave en Europa, después de haber implorado apoyo norteamericano en el FMI, y antes de embarcarse hacia China, Alberto Fernández balbuceó en público un ofrecimiento de relaciones carnales a Vladimir Putin. Obtuvo como respuesta una mirada de hielo. Rusia es la patria de nadie, solía decir Antón Chejov.