En el discurso de quienes se atribuyen la defensa de la universidad publica, gratuita, laica y de calidad coexisten dos lugares comunes, dos expresiones que no parecen provocarles ningún conflicto, ninguna contradicción. Dicen defender la universidad pública de calidad y a la vez que son partidarios de la universidad de masas.
Últimamente insisten más en el argumento de la calidad, sobre todo desde que «las masas» como sujeto social o político parecen haber caído en desgracia, ha pasado a ser un concepto anticuado y antipático. Pero si se les pregunta por el contraste entre una idea y la otra, afirman que no solamente no son incompatibles sino que constituyen el modelo exitoso de la universidad argentina.
Es preciso procesar críticamente este complejo de creencias y supuestos, que tiene una estructura inconfundiblemente ideológica.
En primer lugar ¿qué se quiere decir más precisamente con “universidad pública de calidad”? ¿Cuál es el criterio para saber si es de calidad o uno? Tratándose la nuestra de una universidad profesionalizante, al estilo napoleónico, el criterio principal será la calidad de sus graduados en sus respectivos campos de desempeño. Es curioso que esa creencia coexista con la certeza sobre el abismal descenso de la calidad de los niveles primario y secundario, cuyo deterioro es evidente hasta para quienes no tienen una relación directa con ellos.
La idea de la “educación pública de calidad” solo se refiere al nivel universitario, cuyo prestigio parece subsistir aún ante la evidencia creciente. Esta idea se complementa con la otra, relativa al número: no solo se producen buenos profesionales sino que se lo hace en cantidades masivas. Muchos egresados con buena formación profesional: ese sería el objetivo. Teniendo en cuenta que es mas fácil contar graduados que estimar sus capacidades profesionales, veamos si el modelo de calidad masiva está dando buenos resultados. ¿Habrá podido el sistema universitario argentino resolver el eterno y universal dilema entre calidad y cantidad?
Según el Centro de Estudios de la Educación Argentina (Universidad de Belgrano) el porcentaje de graduados universitario en Argentina es de 31 por cada 10.000, más o menos la mitad de los que se registran en Chile (55) y Brasil (61), cuyos sistemas universitarios están compuestos principalmente por instituciones privadas.
Este dato usualmente es disimulado por los partidarios de la universidad de masas con otro, que aparentemente mejora los resultados: mientras que en Brasil y Chile hay 408 y 355 alumnos universitarios cada 10.000 habitantes respectivamente, en Argentina ese número asciende a 722. Sólo aparentemente, porque si se relacionan los datos de ingresos y egresos, el resultado es desolador. En 2022 hubo 763.345 ingresantes, mientras que se graduaron 162.504: apenas el 21,2%, sin discriminar entre graduados de universidades públicas y privadas. En estas últimas el porcentaje de graduación es superior, por la sencilla razón de que se paga por estudiar. Teniendo en cuenta que el 18 % de alumnos universitarios lo hace en entidades privadas, el número es previsiblemente más bajo para las públicas.
Estos datos parecerían bastar para confirmar el fracaso del modelo de la universidad de masas. Veamos cómo lo explican sus propios partidarios. Dicen que el hecho de que una gran cantidad de personas cursen estudios universitarios sin recibirse (da igual que sea por tres meses o diez años) es razón suficiente para sostener el modelo. Mejor algo que nada, explican. Pasar por la universidad supone una mejora en sus vidas y su rendimiento laboral. Uno de los más destacados defensores de este singular criterio es el sociólogo Alejandro Grimson, que supo ser asesor del expresidente Alberto Fernández.
La pregunta que cabe hacerse es si tal criterio puede servir para planificar y poner en marcha un verdadero sistema de educación superior de calidad. Si el interés principal de obtener lo que podríamos definir como producto final es relativo ¿podemos hablar de universidad de calidad, o más bien la estamos reduciendo a unos institutos que imparten cultura general?
La pregunta puede extenderse a otros aspectos del sistema universitario público actual.
Veamos el ingreso. El modelo de universidad de masas rechaza cualquier forma de selección previa de alumnos. En la Ley de Educación Superior de 2015, concebida por Adriana Puiggrós -uno de los personajes más dañinos para la educación en la Argentina- se sanciona el ingreso irrestricto a la universidad. Esto quiere decir -más o menos, porque todo es materia de interpretación- que no se puede restringir el ingreso por vía de arancelamiento ni de examen de ingreso, al que se considera discriminatorio.
En su lugar las facultades organizan «cursos de ingreso» o «de nivelación», con mayores o menores exigencias para su aprobación, con el objeto de excluir a alumnos que no tengan requisitos mínimos. De ese modo la universidad tiene que hacerse cargo de las deficiencias de la enseñanza secundaria, destinando importantes recursos humanos y materiales que podrían ser mejor aprovechados si existiera una selección previa. El sistema encubierto de selección se extiende a los primeros años, que es cuando se producen los mayores porcentajes de abandono. Las aulas atestadas de los primeros años dan paso a las aulas desiertas de los últimos.
En cualquier caso, el sistema no favorece la eficacia terminal. Tampoco parece que la universidad de masas sea un modelo que permita una forma personalizada de seguimiento y asistencia a los estudiantes, como puede ser el sistema de tutorías, que es común en las universidades anglosajonas y ha sido implementado por muchas privadas.
Respecto de la asignación presupuestaria, el modelo de la universidad de masas destina recursos no según la cantidad de graduados, sino según la cantidad de alumnos, lo que crea un incentivo perverso para las autoridades: se prioriza el volumen de ingreso (según el criterio antes señalado, «mejor algo que nada») y se desestima el egreso.
El propio sistema llamado de «gratuidad» es asimismo un elemento constitutivo de la universidad de masas. Tenía sentido en un país de clase media, como incentivo para emprender estudios superiores. En un país en el que la clase media desaparece, el no arancelamiento es un beneficio poco relevante para los alumnos con suficiente capacidad adquisitiva y es una medida insuficiente para alumnos de clases bajas, que si no obtienen algún tipo de ayuda adicional, sencillamente no pueden acceder a la universidad.
El modelo de masas no funda universidades con criterios de racionalización y optimización de recursos, que al parecer considera ilimitados. En los últimos años las nuevas fundaciones responden a afinidades políticas con intendentes y gobernadores, a necesidades de caja política, a distribución de empleo público, a clientelismo y manejos discrecionales de recursos que permite la autonomía universitaria. La saturación de fundaciones en el Conurbano Bonaerense ni siquiera tiene en cuenta el solapamiento de escuelas, facultades y titulaciones.
El modelo de universidad de masas asume que cualquier capacitación técnica, laboral o tecnológica posee automáticamente status universitario. Así, muchas universidades se han convertido en el mejor de los casos en institutos de formación terciaria, prodigándose en tecnicaturas, especialidades, profesorados y “licenciaturas” cortas de todo tipo: desde el profesorado en títeres a la licenciatura en artes circenses.
Es en la actualidad prácticamente imposible establecer límites a lo que debe considerarse como propiamente universitario y aquello que no lo es. Esta desbordante creatividad en materia de titulaciones no tiene mucho que ver con los requerimientos del mercado laboral. La universidad de masas se empeña en crear «carreras cortas» que no tienen demanda.
En esta misma línea, en el modelo de universidad de masas se despliegan estrategias ideológicas de autorreproducción, introduciendo en las carreras materias y espacios curriculares definidos según criterios ideológicos, que frecuentemente tienen poco o nada que ver con la titulación formal. Entran así un sinfín de contenidos provenientes de las Ciencias Sociales, en particular de la Sociología, la Pedagogía y la Didáctica. La justificación es que es responsabilidad de la universidad formar profesionales que también sean ciudadanos con capacidad crítico y posean habilidades de transmisión de conocimiento.
La universidad de masas no prioriza la calidad y la dedicación de la docencia, sino que la masifica. Apenas el 10 % de los cargos docentes en universidades nacionales son de dedicación exclusiva. El resto es un ejército de profesores de dedicaciones simples y semiexclusivas. Actualmente se da el caso de que las antiguas dedicaciones exclusivas que van quedando vacantes se sustituyen por dedicaciones simples, lo que amplía sustancialmente los planteles docentes, con la consiguiente pérdida de la calidad educativa.
Cuando se dice que los docentes universitarios están cobrando sueldos por debajo de la pobreza, usualmente se oculta que se están refiriendo al enorme proletariado de las dedicaciones part time. Eso, sin mencionar la docencia ad honorem, muy común y extendida en la Universidad de Buenos Aires.
La universidad de masas no promueve la investigación científica como un ámbito sustantivo de actividad institucional. Es cierto que la escisión entre docencia e investigación es una característica propia del sistema argentino de ciencia y técnica. Pero tampoco renuncia a la investigación por completo, promoviendo en su lugar el financiamiento insuficiente para un sinfín de proyectos de toda clase y pelaje, en lugar de definir líneas de trabajo y campos prioritarios de desarrollo. Al final, la investigación también es «café para todos».
La universidad de masas no solamente es un modelo fracasado, sino que en la medida en que se analiza en detalle su configuración, se revela el efecto negativo que tiene sobre los estándares mínimos de una educación superior de calidad. Si ese es el objetivo sobre el que podemos ponernos de acuerdo hace falta más autocrítica, estudio y creatividad, y menos eslóganes.
* El autor es profesor universitario.