Hacia fines de julio de 1849 el general Justo José de Urquiza fundó el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, al que poco después asistirían hombres como Roca y Wilde. Aquella fundación fue parte de una serie de medidas que tomó para mejorar las condiciones de vida de su pueblo, algo poco común entre los caudillos.
Es que, como lo define César García Belsunce, se trató de un “hombre bisagra” entre la civilización y barbarie. Así, a diferencia de otros líderes federales contemporáneos, se preocupó por sus gauchos en lugar de utilizarlos para vandalizar. Mientras que, guiado por su mitad bárbara, chocó pronto con hombres como Sarmiento, Mitre y Alsina. Solo Alberdi lo siguió, distanciándose de sus paralelos generacionales.
Urquiza —señaló la recordada historiadora Beatriz Bosch— encabezó una verdadera revolución porque modificó nuestro orden institucional y las revoluciones implican siempre algún cambio profundo. La Constitución de 1853 fue sin duda su mayor legado, haciéndolo merecedor de muchas páginas en la historia nacional, aunque su presencia sea ínfima en nuestro colectivo imaginario.
Una de sus descripciones físicas se la debemos a Ángel Elías, quién tras observarlo anotó: “Usa muy poca barba, aunque la tiene abundante; no usa tampoco el bigote tan general en los militares y aun en los paisanos pero su rostro no deja por eso de tener el aspecto de un guerrero. Al parecer es de constitución muy robusta; tiene un pecho muy ancho y sumamente prominente, que difícilmente se puede encontrar en otro más bien organizado. (…) Es de una estatura regular y es más bien grueso que delgado. Su color es blanco, pero la tez de su rostro está algo ennegrecida con los soles que ha pasado en sus campañas militares y con los aires del campo en donde vive. Todas sus facciones están llenas de expresión. Su boca es pequeña y hermosamente dentada. Sus ojos son de un color claro, están llenos de fuego y vivacidad (…). Sus cabellos son negros y empiezan a separarse de su despejada frente, lo que pone al General Urquiza en un paralelo con César”.
Pero más allá de sus características físicas ciertas anécdotas nos hablan de su personalidad. En su libro “Campaña en el Ejército Grande”, Domingo Faustino Sarmiento habla de la relación que nuestro personaje tuvo con su perro: “El general Urquiza tiene a su lado un enorme perro, a quien ha dado el nombre del Almirante inglés que simpatizó con la defensa de Montevideo en los principios del sitio, y contribuyó a su sostén contra Oribe. En honor del anciano y simpático Almirante (…) se llamaba Purvis. El perro Purvis, pues, muerde horriblemente a todo aquel que se acerca a la tienda de su amo. Esta es la consigna. Si no recibe orden en contrario, el perro muerde. Un gruñido de tigre anuncia su presencia al que se aproxima (…). Han sido mordidos Elías, su secretario, el Barón de Grati, cuatro veces, el Comandante de uno de sus cuerpos, y Teófilo, su hijo y cientos más. El general Paz, al verme de regreso de Buenos Aires, su primera pregunta confidencial fue: ¿No lo ha mordido el perro Purvis?”
Como vemos, detrás de nuestros personajes históricos, siempre hay mucho por descubrir.