Han pasado los festejos y celebraciones vendimiales. El calendario que se inició el año pasado con las fiestas distritales, litigios por coronas, eventos sociales y corporativos, galerías de celebridades de aquí y de allá, corrillos de rumores, operaciones y discursos públicos ha llegado a su fin. En el medio queda lo de siempre: un fenómeno cultural de masas, una vidriera de reclamos empresariales y gremiales, y un escenario de confrontación entre el gobierno nacional y el gobierno de la quinta provincia del país acuciada de viejos y nuevos problemas en torno a la actividad que supo ser el motor del crecimiento económico entre fines del siglo XIX y el siglo XX.
Una economía agroindustrial que, bien vale recordar, fue el resultado de una batería de incentivos estatales e inversiones privadas que gravitaron en la conformación del mercado de trabajo dinamizado por el ingreso de miles de inmigrantes europeos, la formación de clases medias extendidas en áreas rurales y urbanas, la movilidad y promoción social por la vía del ahorro familiar y la educación, y la irrupción de nuevos consumos culturales y estéticos.
Un modelo vitivinícola que se transformó sustancialmente en los últimos cuarenta años, a raíz de cambios cruciales en materia de producción y consumo globales, políticas sectoriales, innovaciones tecnológicas, enológicas y de gestión empresarial y organizacional que impactó de lleno en el nuevo paisaje de los viñedos, la arquitectura de las bodegas, el diseño de etiquetas y en la fisonomía social de los incluidos o excluidos de la nueva economía de la vid y el vino.
Una transformación sin duda vigorosa y estratégica en tanto la vitivinicultura constituye el principal motor de las exportaciones provinciales y distingue a los vinos mendocinos en los principales certámenes mundiales, pero que no alcanza para dinamizar la economía provincial y generar círculos virtuosos de integración social.
Entre ambos modelos vitivinícolas, la fiesta madre de la industria nacida en medio de la crisis desatada con la Gran Depresión mundial que hizo correr el vino por las acequias, ha exhibido cambios de relieve. No sólo mudó el escenario del parque por el magnífico teatro griego ubicado al pie del Cerro de la Gloria, sólo alterado por situaciones puntuales. También se hizo eco de las nuevas tecnologías que vigorizan el montaje de cada espectáculo con el fin de insuflar emociones en las multitudes que pueblan sus gradas o lo hacen desde los cerros. Año tras año, el carácter monumental de la celebración reactualiza el magma de significados fundacionales que exalta la íntima asociación entre Mendoza, los viñedos y sus frutos, y como expresión de la cohesión geográfica, social y cultural.
Hecha y rehecha una y otra vez desde 1936, la fiesta exhibe un guión más o menos estable con alguna pizca de coyuntura o del tiempo presente que hoy se hizo eco de la agenda ambiental, como en 1974 trajo a colación la liberación nacional.
En el zócalo figura el canon formalizado por el gran Abelardo Arias sumergido o inspirado en la narrativa y motivos fraguados por los cultores del “regionalismo cultural” y herederos del mapa literario y cultural promovido por Ricardo Rojas: el legado indígena, en especial, las huarpes porque como los narró Draghi Lucero y los retrató Roig Matons, eran mansos o pacíficos y supieron sobrevivir en el árido paisaje de las lagunas exiguas de agua por los efectos de la transformación vitivinícola. La tradición del conquistador español que fundamenta el papel del mestizaje y de la religión que se conecta con la devoción mariana introducida por otro español, oriundo ahora de la gran inmigración ultramarina.
El reverencial respeto al Padre de la Patria y gobernador de Cuyo. El folklore con sus maravillosas melodías mediante las cuales se representa la variada y diversa geografía argentina y se honra la tonada cuyana; la necesaria interpelación al tango o la milonga, tan distintiva de los arrabales porteños, y el colofón o cuadro final en el que el malambo y el pericón nacional hace lucir el vigor masculino y las destrezas gauchas junto a las “deliciosas mendocinas”, convirtiéndose en anticipo de la cascada de fuegos de artificio que fascinan a cualquier espectador mientras tararea el “Canto a Mendoza” que se entona sin interrupciones desde 1946.
De modo que esa sucesión de cuadros artísticos compuestos por dramaturgos, músicos, artistas plásticos, elencos de bailarines y bailarinas, técnicos, aficionados y devotos vendimiales, ponen en escena estampas y representaciones de una historia plurisecular que condensa el vínculo entre Mendoza y la vitivinicultura, y de la provincia con la nación.
Concluido el momento vendimial sobrevuelan opiniones y balances sobre el espectáculo y sus efectos en los que afloran datos o indicadores de la vendimia concluida que son comparados con las anteriores cuyo cotejo atestigua algunas variaciones sin modificar el promedio de días de permanencia de turistas, nativos o extranjeros, que visitan nuestras tierras y se deleitan con la fiesta, los vinos y los paisajes.
Ante esa evidencia, se reactualizan diagnósticos e interrogantes que recomiendan multiplicar los atractivos de la agenda turística y cultural de la provincia.
Ese desafío incita no sólo a emular modelos exitosos y recetas ensayadas en otras regiones vitivinícolas, sino también a descentrar el eje cultura- espectáculo, y reposar la mirada en el tejido de museos, monumentos y sitios históricos como fuente de atracción, entretenimiento y apropiación de nuevos y viejos contenidos culturales.
Naturalmente, ningún impacto de relieve habrá de lograrse sin políticas de conservación y comunicación patrimonial y museológicas eficaces, modernas y sustentables en el tiempo. Una tarea que involucra al gobierno nacional, provincial y municipal, las universidades y organizaciones de la sociedad civil, pero que de ningún modo excluye al sector privado. Para ello, sería oportuno promover el debate y la sanción de una ley de mecenazgo cultural a partir de los proyectos que todavía esperan ser tratados en la Legislatura. Se trata de un instrumento eficaz en el ámbito internacional, en el nacional como lo ejemplifica el caso de CABA, y el más cercano, en la provincia de San Juan. Asimismo, sería estratégico fortalecer las capacidades de las instituciones que custodian el patrimonio mediante la formación de nuevas generaciones de gestores culturales y promover la necesaria inversión estatal en el mejoramiento de edificios, guiones museológicos, cartelería y formas de exposición de las preciosas reliquias y homenajes dispersos en la geografía mendocina que aguardan ser valorados por los visitantes ocasionales y los mendocinos inquietos o curiosos por conocer relatos y testimonios de nuestro pasado.
* La autora es Historiadora del CONCET y de la UNCuyo.