Ahora que está a la vuelta de la esquina el estreno de “Matrix 4″ es pertinente notar el impacto que generó esta saga en la cultura popular de las últimas décadas y, con ello, la fuerza de algunas ideas que se desprendieron de las cintas de las hermanas Wachowsky. Ideas que nos empujan a repensar el presente de otra manera. Con otra claridad. Como si nos hubiéramos tomado la pastillita roja.
Un “te lo resumo así nomás”: la peli cuenta que en un futuro distópico las máquinas se han vuelto inteligentes y, por ello, han esclavizado a la humanidad. El plan maléfico de los chips díscolos determina que los hombres y mujeres estén las 24 horas del día enchufados a una mátrix. Es decir, todos creen que están viviendo una existencia como la nuestra, tal como la percibimos ahora, pero no es así. Viven dentro de una simulación creada por esa súper “compu”. Como si todos estuvieran dentro de un videojuego, o algo así. Sólo algunos pocos son capaces de ver la matrix, entender dónde están metidos, cuáles son las verdaderas reglas del juego. El resto está ciego, sordo y mudo de realidad.
Por lo dicho, me encanta la expresión “ver la matrix”. Más allá de la teoría filosófica-científica de que existe la posibilidad de que ciertamente vivamos en una simulación, me refiero en esta columna a algo más mundano. A cómo sólo algunos -los menos- pueden entender las reglas profundas de la vida que nos tocó en suerte, y cómo otros -los más- están condenados a ser extras de una peli de la que ni siquiera pescan el argumento.
En definitiva, vivimos en un mundo profundamente regido por la política, las finanzas y las leyes, y ¡diganme si les parece satisfactoria la educación que gozamos la mayoría de los ciudadanos de a pie sobre estas áreas de la vida!
¿La educación primaria y secundaria nos da las herramientas para entender cabalmente los hilos que rigen nuestro mundo? Y si no entendemos los mecanismos políticos que nos manejan, la legislación que nos determina, y sus argucias, si solo captamos los palotes de la economía, es como estar condenados a jugar al Monopoly o al Estanciero sin haber leído las reglas. En definitiva, sin ser dueños del tablero ni los dados. O ni siquiera saber de su existencia.
Ejemplos desde la matrix
Los que ven la matrix son los dueños del mundo. Ellos entienden -por ejemplo- mucho mejor que la inflación podría no ser un error de una Argentina atontada; tal vez vean más claro que quizá es la manera para sostener la enorme carga de gastos, “bajando” el sueldo de la gente mes a mes. (Es también, la inflación, un estado de las cosas que no afectó nunca a sectores poderosos argentinos, los exportadores, que gozan de la entrada de dólares, mientras el resto está jugando con billetitos parecidos al del Estanciero, justamente).
Sigamos con ejemplos ilustrativos… Leer los hilos finos de la realidad también nos permite entender por qué si todos estamos de acuerdo en que debiera existir una “boleta única” que de por tierra a la maldita lista sábana, en la matrix esto no ocurre nunca. Y año a año votamos con unos papeles (más que papeles, papelones) que no entran en el sobre, y que desfavorece a partidos que no tienen como fiscalizar la existencia de boletas de los cuartos oscuros.
¿Usamos bien nuestro dinero, cuando lo hay? ¿Quién nos enseña a invertir correctamente? ¿Se estudia lo suficiente las reglas que rigen la tecnología (¡programación ya en las escuelas!), las relaciones humanas, los sistemas productivos, las leyes?
Desde cerca no se ve
Dar las herramientas para que una sociedad decida qué hacer con esas reglas del juego debiera ser una prioridad de un sistema educativo a veces tan 1880, a veces tan “se hace lo que se puede”.
Una simple definición de educación podría ser aprender a ver. Entender que esta realidad aparente se rige por reglas con hilos finitos, profundos. Me corrijo, una buena definición de educación podría ser aprender a vivir la realidad. Y no solo transitarla como zombies conectados a un sistema en el que estamos tan cerca, tan adentro, que no lo alcanzamos a percibir.