En 2019 mantuvimos una conversación en la intimidad de su hogar, durante una sesión de fotografías que pretendía representar con un signo, Virgilio, una idea, el científico. Buscábamos el ícono y encontramos al hombre.
El ingeniero agrónomo Virgilio Roig fue uno de los principales impulsores de la creación del Instituto Argentino de Investigaciones de Zonas Áridas (IADIZA), el Centro Regional de Investigaciones de Ciencia y Técnica (CRICYT) y la Reserva de Biósfera de Ñacuñán. Esas acciones representaron un aporte a la institucionalización de la ciencia en Mendoza, contribuyeron a políticas ambientales, promovieron el conocimiento de la biodiversidad de las regiones áridas del país y la conservación de los sistemas naturales.
En 2019 tuve la posibilidad de conversar varias veces con Virgilio. A fines de ese año con mi colega el Dr. Monteoliva visitamos a Virgilio en su casa para hacer el primer registro de Retratos de Ciencia, un proyecto de divulgación de la ciencia con fotografías, avalado por el Centro Científico Tecnológico CONICET Mendoza. El objetivo era representar con un signo, un retrato de Virgilio, una idea, la del científico en su dimensión humana, alejado de los estereotipos.
Contacté al ingeniero Roig por correo electrónico, me respondió inmediatamente y me dio a entender que debíamos resolver el asunto a la brevedad. Una semana más tarde estábamos en la puerta de su casa. Virgilio nos esperaba apoyado sobre su bastón de madera, en ese momento tenía 89 años.
La computadora portátil estaba desplegada sobre la mesa, rodeada de papeles con anotaciones. Virgilio se levantaba a primera hora de la mañana para revisar el correo, leer noticias y ponerse al día con las actividades. Según sus palabras, todavía trabajaba “casi la mitad de las horas del día”.
En el interior del living iniciamos un viaje en el tiempo, con un ambiente acogedor, los muebles antiguos, los colores cálidos, libros por doquier, algunos premios y diplomas más o menos a la vista. Una invitación a perderse en los detalles.
Virgilio abrió una ventana para que ingrese luz natural y se sentó en un viejo sillón estampado de tonos azules. La luz dibujaba el rostro que queríamos captar, ahí estaba el científico.
-”Es un gusto charlar con Usted, por su trayectoria…”, comencé.
- “Buen día, en primer lugar agradecer que me vengan a ver. Creo haber hecho lo que tenía que hacer”, dijo Virgilio.
Al pasar de los minutos entendí que lo más importante para él era la visita. Virgilio estaba contento con recordar su trayectoria, mostrar fotografías, contar sobre los premios recibidos, y decir sin tapujos lo que opinaba sobre la política científica actual.
En su relato autobiográfico, todo comenzó acompañando al campo a su padre, el pintor catalán Fidel Roig Matóns (1884–1977). Fidel no salía con sus carboncillos y pinceles al terreno si no era acompañado de alguno de sus hijos. Virgilio asociaba directamente su interés por la naturaleza con las largas horas de observación durante los itinerarios pictóricos en las lagunas de Guanacache y en los paisajes andinos. Recordaba con nitidez que a los seis años acompañaba al padre y ya sentía gran curiosidad por el conocimiento de la naturaleza.
Se graduó como agrónomo en 1958, aunque, dice, le interesaban las Ciencias Naturales. En la década del sesenta se especializó en el estudio de los mamíferos de las zonas desérticas. Bernardo Alberto Houssay lo asesoró para obtener una beca de estudios en la Universidad de California, Riverside (EE.UU.). Además, cuando Virgilio regresó, en 1968, Houssay lo ayudó a conseguir recursos para montar una cámara experimental para el estudio con animales en Mendoza.
A partir del año 1969 y hasta 1976, cuando tuvo que exiliarse, Virgilio desplegó su mayor productividad en la gestión. Fue el periodo de participación en el gobierno provincial como Subsecretario de Agricultura y Ganadería y como Ministro de Economía, y de creación de las instituciones científicas provinciales, que luego serían nacionales. En su relato esas acciones estaban asociadas.
Durante el exilio tuvo una prolífica actividad en el Programa de Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas, trabajando en el Plan Mundial para Combatir la Desertificación. Con la vuelta de la democracia en Argentina recuperó su cargo de investigador en el CONICET, donde se jubiló a los 75 años. En 2006 el organismo lo reconoció como Investigador Emérito, por su amplia trayectoria nacional e internacional.
Llegó el tiempo de los reconocimientos, entre ellos el Premio Aldo Leopold (Lawrence, Estados Unidos), por sus contribuciones a la conservación de los mamíferos y la biodiversidad. Tuvimos la intención de tomarle una fotografía junto a ese premio, pero no tenía mucha gracia.
En un momento Virgilio sacó de algún lugar una caja llena de fotografías. Era lo que él quería mostrar. Se detuvo a mirar una foto en particular. El epígrafe decía: “Familia de Fidel y Elizabeth, 1933″. En el centro don Fidel, detrás su esposa, doña María Elisabet Simón, y a los lados cuatro niños varones. Uno de ellos con una mirada especialmente escudriñadora.
* El autor es miembro del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales, CCT CONICET Mendoza.