La primera gran diferencia que Francia tiene con Argentina, es el voto no obligatorio. Sin embargo, cuando se trata de elecciones presidenciales como las que se llevaron a cabo el domingo, la asistencia ronda el 70 por ciento, cifra similar a la que se alcanza en nuestro país. Otra diferencia es que la grieta no existe. En vez de dos partidos que se pasan la pelota cíclicamente, el oficialismo enfrenta una oposición fragmentada que incluye a once partidos de izquierda y derecha, con perfiles distintos, pero con algunos ejes comunes, que, según varios analistas locales, son los que han puesto en riesgo de perder su victoria cantada a Emmanuel Macron. El momento de asistir a las urnas guarda similitudes, pero también grandes diferencias. Acompañé a un amigo parisino a votar para ver el proceso de cerca. Lo hizo, como nosotros, en una escuela. En su caso se trató del Liceo Voltaire, edificio que ocupa una manzana entera en la Avenue République, cerca de la famosa plaza homónima.
Ingresamos caminado entre los bustos de Voltaire y Ampère (el matemático y físico a partir del cual el amperaje recibe su nombre, quien, evidentemente, fue en la época de la construcción del edificio a finales del XIX, una referencia insoslayable) y, mientras esperamos en el patio en el que dos colas vigiladas por un fiscal que daba instrucciones a los futuros votantes, Julien no ocultó su preferencia con Jean-Luc Melenchon con comentarios altisonantes. Cuando le dije que revelar o difundir la intención de voto en Argentina sería un motivo para anularlo, se rio como cuando le hablé de la veda electoral, práctica que los franceses no consideran necesaria. Tampoco las boletas de los partidos son iguales que las nuestras, con sus fotos de los candidatos y logos impresos a todo color: los franceses disponen solamente de unos papelitos blancos de unos 10 por 12 centímetros con el nombre del candidato impreso en pequeñas letras de color negro.
Al momento de hacer las cuentas, los resultados varían enormemente de región en región, arrojando en algunas muy buenas cifras para candidatos que no tienen gran aceptación a nivel nacional, pero que tallan fuerte en sus lugares de origen. Una vez que los resultados se consolidan, como en Argentina, los análisis florecen en todos los medios que, en esta ocasión, lidiaron a lo largo de la campaña con encuestas que daban al actual presidente como ganador. Hoy, tras la primera vuelta, esa victoria puede ponerse un poco en duda porque la principal candidata de la derecha, Marine Le Pen, lo sigue con solo cuatro puntos de diferencia, y el principal candidato de izquierda, preferido por mi amigo, con cinco. Es que sacar a Macron del poder parece prioritario para grandes sectores de la población francesa que, como en el caso de los, mermados en fuerza, pero aún vigentes Chalecos amarillos, comenzaron a acuñar el slogan “cualquiera menos Macrón”.
Izquierda y derecha contra el pase sanitario
Revisando las propuestas económicas de los dos partidos que hoy arañan la espalda del primer mandatario, se advierten distinciones irreconciliables derivadas fundamentalmente de su pertenencia ideológica a una izquierda que algunos clasifican como clásica, en el caso de Melenchon, y a la extrema derecha de Le Pen. Pero hay ejes comunes entre ellos que, para muchos, han determinado el crecimiento en el número de votantes opositores y se relacionan fundamentalmente a las restricciones sanitarias que el oficialismo impuso a Francia a partir de marzo de 2020.
Ni Le Pen ni Melenchon están a favor del pase sanitario dispuesto para fomentar la vacunación contra el Covid19, muy resistida en Francia, como en otros países de Europa. Al igual que otros candidatos de izquierda y derecha, han discutido la eficacia de las medidas restrictivas que Macron suspendió casi por completo desde que comenzó la campaña: hoy en Francia no hay pase sanitario, ni distancia social, ni barbijos obligatorios, excepto en el transporte público. Pero, como señalaban varios voceros de la izquierda, la suspensión no es derogación y se parece más a un oportunismo que, teniendo en cuenta los resultados, no convenció a todo el mundo.
En el patio de la escuela, Julien juró estar dispuesto a votar a Le Pen en la segunda vuelta para sacar “al pequeño tirano” (como muchos llaman sardónicamente a Macron) y, en mi ingenuidad, creí que era una estrategia excepcional. Por la noche, en la televisión, corroboré que mi amigo no está solo en su manera de pensar porque varios columnistas pronostican que, si bien una parte de los votantes izquierdistas de Melenchon se abstendrán en la segunda vuelta, otra no trepidará en darle el visto bueno a Le Pen con tal de truncar de una vez por todas los sueños de la era macroniana.