La izquierda debe ser más racional en lo económico y la derecha más racional en lo social. Esas racionalidades no sólo deben ejercerse desde el gobierno, sino también desde la oposición. Hasta aquí, la regla es la irracionalidad de ambas cuando son oposición, mientras que, cuando toca gobernar, algunas se vuelven racionales.
El nivel de racionalidad está dado por la cercanía con el centro. El PT en Brasil y el Frente Amplio en el Uruguay son ejemplos de izquierda económicamente racional, mientras que, en esos mismos países, los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso y los de colorados y blancos fueron socialmente racionales.
El discurso de Gustavo Petro al asumir la presidencia de Colombia promete racionalidad económica en el primer gobierno izquierdista de la historia de ese país. Como opositor fue un azote con poca razonabilidad, pero las propuestas que hizo en la campaña y sostuvo en el discurso de asunción, son metas lógicas y necesarias.
Es razonable lo anunciado en materia pacificación, de construcción de equilibrio social y ambiental, aunque parezcan aspiraciones desmesuradas. La desmesura está en convivir con un estado de violencia armada que comenzó junto con el siglo XX; en perpetuar la desigualdad que abona esa violencia y en defender las economías apoyadas sobre bases energéticas que aceleran el cambio climático.
Una clave para que avancen las reformas que propone Petro, es que tenga menos oposición que la padecida por Juan Manuel Santos. Alvaro Uribe fue el más tenaz cuestionador de aquel presidente, en particular del proceso de paz, que al fin logró frenar a través de su delfín, Iván Duque. Pero Uribe se debilitó y eso permitiría a Petro aplicar la reforma tributaria que incluye elevar el impuesto a los grandes patrimonios. Sin esa reforma no podrá financiar su plan de renta mínima para la extrema pobreza, reduciendo al mismo tiempo el déficit de 7 puntos que dejó Iván Duque.
Otro gran objetivo es la conversión hacia “una economía sin carbón ni petróleo”. Por cierto, cuando empiece a implementarla y, sobre todo, cuando empiece la reforma tributaria sin la cual serán inviables tanto su plan de “Futuro Verde” como la erradicación de la miseria, hallará resistencias que hablarán de su pasado guerrillero. En realidad, la guerrilla a la que perteneció petro, el Movimiento 19 de Abril (M-19), planteó reformas de corte socialdemócrata. De esa organización insurgente surgieron figuras que negociaron la paz con el presidente Virgilio Barco en 1990 y ocuparon altos cargos con pragmatismo y defendiendo el Estado de Derecho. El mejor ejemplo es Antonio Navarro Wolff, ex comandante del M-19 que presidió la Asamblea Constituyente, fue ministro de Salud del gobierno centrista de César Gaviria y gobernador del departamento Nariño.
Si Petro sigue los pasos de Navarro Wolff, Colombia no experimentará ideologismos dogmáticos, ni caerá en populismos económicamente insostenibles y políticamente autoritarios, ni de asociarse con regímenes forajidos como los que imperan en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Aunque las guerrillas que quedan son residuales, la pacificación absoluta es una gran meta. En un país que inició el siglo XX con la “Guerra de los Mil Días” y a partir de 1950 vio multiplicarse ejércitos y superponerse conflictos hasta hundirse, en los noventa, en la fase más letal de la conflagración interna, proponerse la paz total resulta un objetivo tan ambicioso como necesario.
No va a ser fácil acordar el desarme del ELN. A diferencia de las FARC, que tenía una estructura de mando vertical y centralizada, la guerrilla castrista que se formó en 1964 y tuvo líderes célebres como el sacerdote Camilo Torres, tiene muchas cabezas a las que les cuesta ponerse de acuerdo. Eso frustrólas negociaciones que inicióSantos en La Habana y podría frustrar también el esfuerzo de Petro.
Tampoco será fácil acordar con la disidencia de las FARC y mucho menos acordar el desarme del poderoso Clan del Golfo, la organización militarizada que trafica cocaína a través de la región bananera de Urabá y de la selva del Darién.
Parece una misión imposible, pero hay otro objetivo que, de alcanzarse, podría ser la llave para la pacificación total: acabar con la “guerra contra la droga”; un conflicto que lleva 4 décadas y un océano de sangre sin menguar el poder narco, la fuente que financia guerrillas y paramilitarismo.
Aunque “pacificación absoluta” suene utópico, la realidad confirma que lo utópico, o fallido, es proponer un objetivo inalcanzable como vencer totalmente al narcotráfico por las armas. Si la vía de la legalización funciona, no acabarán las drogas, pero se debilitarán los poderes fácticos generados y financiados por las drogas. La era Petro comenzó con señales tan osadas como necesarias y racionales.