El Aconcagua nos preside desde su altura y sabemos que si en muchas partes somos conocidos es por esta “bestia” de la montaña, que desafía a los más avezados andinistas.
Dos obras de naturaleza distinta, una fruto de la naturaleza cordillerana que elevó casi hasta los siete mil metros el terreno, otra por la obra del hombre que -comandados por el uruguayo Ferrari-, logró plasmar un monumento que es ícono para los mendocinos y para todos los argentinos también.
Uno recuerda, no todas las veces que sería conveniente, el Cristo de los Andes, enclavado en las alturas sobre el límite con Chile, y que renueva diariamente los lazos de amistad con el vecino país. Lazos que, justamente, muchas veces estuvieron por romperse.
Las cosas que ha hecho el hombre en Mendoza tienen un significado especial para el país, después de aquella organización del Ejército de los Andes que significó la independencia para gran parte del sur de Sudamérica.
Los diques también fueron motivo de admiración, desde los Nihuiles, destacados en su época como una de las obras más trascendentes en el país, hasta otros menores pero de igual repercusión con Agua del Toro, Los Reyunos, Potrerillos, El Carrizal.
Pues ahora nos habíamos ilusionado con el Portezuelo del Viento. Mucho se habló y se sigue hablando de esta construcción que iba a marcar un hito en el avance de nuestros pueblos, en la domesticación del Río Grande, allá donde Malargüe se emparenta con Las Loicas.
Pero al parecer Portezuelo del Viento viene atravesado, desde que el presidente dio su parecer y dijo que no iba a avalar los protocolos de construcción de una obra que era cuestionada por cuatro provincias, y entonces se pensó en un laudo.
Frustración para nosotros, aunque el proyecto sigue en marcha, porque lo bueno sería que todas las provincias afectadas estuvieran de acuerdo en su realización y las regulaciones consecuentes.
Pero parece que no es así. Mientras tanto, el gobierno provincial sigue recibiendo las cuotas a las que se comprometió el gobierno nacional para el desarrollo de la obra.
Más, ante los inconvenientes, el gobierno provincial, tomó buen recaudo del dinero recibido y por recibir y está pensando en volcarlo en otro tipo de realizaciones que no sean el gran dique.
De ninguna manera estoy en desacuerdo con la producción de energía mediante un parque solar, que parece ser la alternativa, al contrario, me parece una idea brillante como el sol que la justifica.
Pero, ¿qué hago ahora con mi orgullo por Portezuelo del viento? ¿En dónde me lo guardo? ¿Cómo puedo hacer ostentación de un emprendimiento que no se sabe si se va a hacer?
Guardo mis esperanzas, pero las guardo en el rincón más íntimo de mis dudas, porque todo está por verse. Portezuelo del Viento podría ser una de las obras por la cual renováramos nuestro orgullo. Hay intereses en que no sea así, pues yo me voy a quedar con el orgullo aunque no se haga.