-Las mujeres panameñas son más pulposas. Es por la mezcla de raza negra que tenemos todos, dice William, nuestro afable guía nocturno. Y le da un trago a su cerveza helada mientras se recuesta en la silla del bar donde transcurrimos la noche ardiente de la ‘city’.
Uno al lado del otro los pubs, que descansan bajo los rascacielos espejados y monumentales, aquietan el pulso para marcar el beat-dance y la fiesta improvisada. Así se siente esta noche panameña: un territorio donde bailar también es un acto posible.
Es martes pero parece sábado: las mesas llenas, las mozas que van y vienen -ya las describió William: sinuosas bellezas latinas-, tragos de aquí para allá, gigantescas pantallas con clips de cara a los deck, la música que suena adentro del local aunque vibra entre los que estamos afuera, luces azules, luces rojas, luces de neón.
La pura urbe nocturna entre torres ultramodernas y autopistas multitudinarias: alzar la vista al cielo y ver cómo laten esas miles de ventanas y carteles luminosos, es parte del espectáculo. En tanto la brisa constante que viene del mar es sosiego y frescura en este clima de trópico.
A las 2 de la mañana dejamos a Gloria y su charla cadenciosa, la mesera venezolana que llegó a Panamá en busca de salvación y nos agasajó con las especialidades del barman. Partimos rumbo al hotel. El viaje en la Van se nos antoja un tránsito futurista: así de contemporánea es la fisonomía de esta porción de la ciudad en la que las finanzas y las compras se adueñan de los días.
Locos por las compras
La mañana que trae y lleva nubes nos recibe con el agite vibrante de una ciudad que se mueve.
Queremos ensayar una caminata de reconocimiento antes de nuestro primer rumbo: el día de shopping. Pero el plan no es fácil porque esta parte activa del centro es, como en otras capitales, de difícil tránsito para la excursión a pie: el tránsito, las autopistas, un mapa trazado para vehículos y no para peatones, requiere en esta geografía de una travesía más propicia para el taxi. Ni modo: así lo hacemos, cada actividad a su ritmo.
Esta parte de Panamá, al igual que Chile o Miami, es una de las mecas del consumo. La afirmación no es hipótesis sino constatación. El paseo de compras es una de las actividades más atractivas para los turistas de todos los rincones que llegan a la capital centroamericana.
Hay shoppings para todos los gustos y bolsillos, incluido el exclusivísimo listado de las tiendas más caras del mundo: Salvatore Ferragamo, Michael Kors, Oscar de la Renta, Emporio Armani, Swarovski, Tiffany & Co, Versace y más. Entramos a ese templo para jugar un rato al despliegue desprejuiciado de las chicas de “Sex & the city”.
Nos interesa también husmear por los productos de alta tecnología (Mac Store, por ejemplo) o nutrir de gangas el guardarropas y la vida cotidiana. Hay un ‘dónde’ y un ‘qué’ variadísimos.
El paseo se amplía, entonces: Multiplaza, Albrook o Metromall son algunos de los nombres de los complejos que permiten recorridas de día completo. Nos entregamos a ese plan porque todos ellos están en la zona céntrica, contenidos por la fiebre urbana de este complejo financiero potente y dinámico.
Corremos con una ventaja pues los precios son incomparablemente bajos respecto de los argentinos. Y en dólares, porque en Panamá la moneda propia tiene nombre -Balboa- pero no materialidad: los billetes que circulan son estadounidenses.
Sin playas no hay paraíso
Nos acordamos de Gloria, la chica venezolana que acompasaba nuestro rato de charla relajada con tragos frescos y gustosos. A ella se parecen aquellas amigas que están tendidas al sol, sobre la arena blanca que moja el Pacífico. Solo que éstas confabulan en francés entre sus risitas cómplices y son muy rubias.
Las miramos desde nuestra parcela de playa, donde hemos elegido pasar este día panameño; otro más, pero casi una antítesis de aquél de los rascacielos abrumadores y las bolsas rebosando vestidos a estrenar.
Aquí estamos, en la provincia de Coclé, en la zona del Río Hato: Playa Blanca, le dicen, apenas a una hora de viaje del ajetreo de las compras y los cálculos del cambio de peso a dólar.
En este Panamá el placer es otro; ése que nos invade cuando nos tendemos despreocupados sobre la reposera para dejar que los pensamientos caminen al paso que gusten. Basta la vista del mar con sus gaviotas y pelícanos, los barcos blanquísimos sobre el agua azul, el chapuzón entre las olas tibias, el vasito de ron, el libro, las gafas. Acá somos Hemingway en su hamaca después de la lucha impiadosa contra el tiburón colosal.
Con esa calma nos hundimos en esta 'babel' de lenguas extranjeras que pasan de ida y vuelta por entre las piletas del resort (all inclusive), que se acercan al bar de tanto en tanto o apuran alguna de las comidas o snacks sin restricciones: estamos en el paraíso para el ocio contemporáneo.
Antes, durante el trayecto que recorrimos en auto del centro de la capital hasta el Riu Playa Blanca (en Penonomé), pudimos ver la geografía impertinente de los verdes selváticos adueñarse del paisaje campero.
Plátano, mango, toda clase de frutas que a nosotros, tan desérticos, nos resultan impensables; eso se cultiva por la zona de Coclé. Y, claro: la pesca; aunque -nos cuenta el chofer- en Panamá muy pocos -sólo los ricos- prueban los frutos del mar. “Aquí se come carne de vaca”. “Rarísimo, ¿no?”, pensamos. Después nos explican que no es una llanura como la pampeana sino una cría de vacunos parecida a la de Brasil: el cebú; ni novillitos, ni vaquillonas.
A nosotros, turistas evidentes, nos tiene sin cuidado: la gastronomía que hemos probado es deliciosa. Eso sí: fuerte, cargada. No podía ser de otro modo con estas palmeras que crecen como pasto y los manglares que indican los rasgos de su clima tropical: los bosques de manglares ocupan unas 170 mil hectáreas en este país y crecen en 11 de las 13 especies que existen. Así de diverso, así de exótico y pródigo es este territorio.
El suelo donde comenzó la historia
Volvemos a la capital. Queremos más experiencias, distintas. Panamá propone muchas, nos han prometido, y estamos comprobando paso a paso que no nos mintieron.
El auto que nos trae de la margen del Pacífico sigue bordéandola y nos lleva por el cinturón costero. La panorámica que conjuga a la Panamá ultramoderna con la vieja ciudad inicial, es un prodigio que nos deja atónitos. “¡Mirá, no se puede creer, qué flash!”, nos decimos mientras no podemos dejar de mirar ese paisaje alucinante de contrastes impensados. Las ciudades pueden ser sorprendentes, también, en su paisaje.
Vamos camino al Casco Antiguo de la capital -declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad-. Allí, muy rápido, resumen la trama épica que nos coloca en otro estado: mutamos a arqueólogos en busca de los rastros de aquella época colonial en la que esclavos negros, barcos cargados de oro inca, caballeros españoles y mansiones para la tertulia ofrecen pistas a ser develadas.
El casco antiguo de la ciudad de Panamá no es un mapa urbano de casas históricas. Es más: allí se puede oler la pólvora de los barriles que Henry Morgan tiró contra las murallas fundacionales. Se escuchan los susurros de la huida ante el saqueo galés, los pasos rápidos de los monjes tapando con barro los altares dorados para preservarlos de la codicia pirata.
“Entre el 28 de enero y el 24 de febrero de 1671 el pirata Morgan atacó la primera ciudad de Panamá. Hay dos versiones. Una cuenta que fue él quien la incendió. La otra, que fueron los habitantes de la ciudad los que prendieron el fuego para que él y sus hombres no pudieran llevarse nada”, cuenta el hombre que nos acompaña por el recorrido entre esas calles angostas de piedra sinuosas, de edificaciones tan bellas y ancestrales que casi no nos animamos a tocar.
Esta ciudad vieja en la que caminamos se levantó dos años después de aquel asalto en el que murieron (según las investigaciones de Berrío Lemm) unas 3 mil personas. Fue en 1673.
Visitamos la iglesia de San José, a la que llaman “Altar de Oro” porque es prodigioso el trabajo de orfebres y carpinteros renacentistas en toda su nave central. Auscultamos las ruinas de un convento, entramos y salimos de las casitas impecablemente restauradas donde las artesanías coloridas y los sombreros panameños, se ofrecen por pocos dólares y un ratito de regateo juguetón.
En la Panamá Vieja está concentrada la tradición: no sólo de los edificios pintorescos sino de la gastronomía más selecta o los platos típicos. Probamos el sancocho panameño, el arroz con pollo, el gallo pinto, la tortilla, el bollo y el tamal de maíz.
Pero la noche, como la de la geografía moderna, también ofrece sus placeres. Son distintos. Es que algunas terrazas de estas construcciones centenarias se convierten en ‘roofbars’ para que los Dj’s ensayen el despertar de los cuerpos a fuerza de ritmo, y la barra de tragos se convierta en posta obligada de los sedientos que bailan o charlan mientras miran, desde el fondo de la historia americana, cómo nos cambió el paso de los siglos. Allá, a lo lejos, brilla el mar y la urbe inmensa donde se enseñorea la Trump Tower, el Hard Rock, los edificios bancarios y los helipuertos a 50 pisos de altura.
Datos de interés
Chau pucho. Hay que saber que los fumadores no son bienvenidos a la ciudad de Panamá. No se puede fumar en ningún sitio: ni abierto al aire libre, ni cerrado. Los hoteles y restaurantes tienen habilitados pequeñísimos espacios fuera de sus edificios para despuntar el vicio. Pero en la calle, en las plazas, en los parques o por las veredas este hábito está prohibido terminantemente.
Recaudos para celíacos. En Panamá no está instalada la cultura gastronómica de cuidar la elaboración de alimentos de los rastros de gluten. Por ello, los celíacos tienen que ser extremadamente cuidadosos con sus alimentos, vigilar la preparación y ser precisos en las indicaciones. Ésta es, claramente, una contra para los que padecen la enfermedad.
Subí, que te llevo. Los taxis abundan. Es que en la ciudad nueva de Panamá las caminatas a pie son casi imposibles. Existe, y se usa mucho, la posibilidad de Uber. Lo bueno es que este transporte es económico: de 5 a 15 dólares promedio.
Los precios
Comidas: los precios son variadísimos. Un orientativo es el menú de hamburguesas, que sale aproximadamente U$S 6. En un restaurante, para dos personas, es un aproximado de U$S 35.
Hoteles. Si elegís un all inclusive, un precio orientativo es el del Riu Playa Blanca (del 21 de enero de 2018 al 1 de abril de 2018, con todo incluido, doble estándar: U$S 98 por persona, por noche). Si la opción es parar en la ciudad nueva de Panamá, el Riu Plaza Panamá tiene ofertas de hasta U$S 95 para dos personas.
Vuelo de Copa Airlines, directo de Mendoza a Panamá, orientativo: $ 18.114 (salida el 22/02/18 y regreso 2/03/18). Frecuencia de cuatro vuelos semanales a Panamá: lunes, martes, jueves y sábados sale de nuestra provincia a la 1.34 AM el vuelo CM421 que llega a Panamá a las 6.30 AM.
El vuelo de regreso desde Panamá hacia Mendoza -CM420: lunes, miércoles, viernes y domingos a las 3.40 PM desde el Aeropuerto Internacional de Tocumen y llega a las 12.21 AM a nuestro Aeropuerto Internacional El Plumerillo.