Cuando se tiende en una reposera a tomar sol para secarse luego de un buen baño de mar, sea en una playa del Caribe, de Brasil, Chile o de la Costa Atlántica argentina, hay que recordar que lo que hoy parece tan habitual a la hora de veranear, en realidad es una moda que nació en el siglo XVIII en Europa.
En 1753 el médico inglés Charles Russell publicó el libro "Los usos del agua de mar", donde recomendaba los baños de mar para curar todo tipo de enfermedades. Russell enviaba a sus pacientes a las playas de Brighton, un tranquilo pueblo de pescadores ubicado en la costa sur de Inglaterra.
En 1783 el príncipe de Gales, George IV, visitó Brighton y decidió construir un palacio donde pasar sus vacaciones. Eso consolidó al sitio como el primer destino turístico masivo de Inglaterra, aunque enfrentó luego la competencia de Bath, Scarborough, Ramsgate y Blackpool, entre otros lugares.
Muy preocupados por lo que podía pasar en una playa a la hora de cambiarse de ropa, los ingleses crearon las bathing machines, unas cabinas de madera montadas sobre un carro con ruedas, impulsado por caballos.
Cada bañista debía subir a esa cabina en tierra firme y cambiarse lejos de las miradas indiscretas. En esa época, los trajes de baño cubrían el cuerpo casi totalmente. También influía el hecho de que las aguas eran frías.
Con los años, las cabinas de madera quedaron instaladas al borde de la playa, como vestidores fijos. En 1914 se transformarían en las carpas de alquiler que hoy se ven en tantas playas del mundo.
La moda de los baños de mar pronto cruzó a Francia, para una clientela que buscaba aguas más cálidas. Desde 1854 se impuso Biarritz, una playa sobre el mar Cantábrico donde el emperador Napoleón III construyó un palacio para su mujer, Eugenia de Montijo.
Con el auge del ferrocarril nacieron en Francia muchos otros balnearios modernos: Niza y sus hoteles de playa, Mónaco y su casino, Cannes y los atractivos de la Riviera.
En la costa este de Estados Unidos se consolidó en 1890 el balneario de Atlantic City. Fue hasta 1930 el sitio turístico más popular de ese país, hasta que se difundieron las playas de Miami (Florida), Malibú (California) y las islas Bahamas, que representaban la avanzada de la competencia en el Caribe.
En la década de 1870 nació en Argentina el balneario de Mar del Plata -cuyos creadores se inspiraban en Biarritz- mientras en el País Vasco español se difundían las playas de San Sebastián como sitio de veraneo de la aristocracia. Las playas de Australia -como Bondi Beach, en Sidney- se impusieron desde la década de 1950 junto al auge del surf en California y Hawai.
Hoy en día, pocos bañistas se animarían a tostarse sin usar un buen filtro solar. La piel tostada se puso de moda durante la década de 1920 en las playas de la Riviera francesa, como Antibes y Cannes. Allí veraneaban algunos millonarios, estrellas de cine, pintores y escritores que se lanzaban a tomar sol vestidos con mínimos trajes de baño.
Y así fue que pronto, al menos entre la élite social que frecuentaba la Riviera, tener la piel tostada se transformó en un símbolo de status. Hasta entonces, en Europa las personas de piel tostada no eran un ícono de la riqueza sino todo lo contrario.
"Brighton rock", un relato de suspenso escrito por Graham Greene en 1938, es el preferido a la hora de leer en la arena. Es que, además de ser un sitio privilegiado para los deportes y la sociabilidad, el juego y la diversión, las playas han inspirado buena literatura.
En la antología de Lena Lencek "Playa: historias de arena y mar" hay relatos de Chejov, Salinger, Cheever, Camus y Doris Lessing, entre otros autores.