Se cumplieron 50 años desde que Carlos Eduardo Robledo Puch iniciara su camino de crímenes, sumando en poco más de 300 días, el irrepetible y trágico saldo de 11 personas asesinadas, entre ellas dos mujeres a las que previamente violó y una veintena de asaltos a mano armada.
Así, desde el 15 de marzo de 1971, se convirtió en una leyenda como el mayor asesino serial de la historia argentina. Además, desde su detención lo señalan como uno de los condenados con más años en prisión.
Con 69 años, cumplidos el pasado 19 de enero, después de ocupar varios psiquiátricos, Robledo Puch continúa alojado en el penal de máxima seguridad de Sierra Chica.
La condena
“Esto es un circo romano... Algún día voy a salir y los voy a matar a todos”. Así habló ante los jueces Robledo Puch. Fue el 27 de noviembre de 1980. Minutos más tarde los miembros de la Sala I de la Cámara de Apelaciones de San Isidro dieron a conocer el fallo que lo condenó a la pena de reclusión perpetua con accesoria por tiempo indeterminado (la más grave del Código Penal en aquel tiempo), al haberse probado “ser el autor penalmente responsable de los delitos de homicidios calificados reiterados (10 hechos), tentativa de homicidio calificado, homicidio simple, robo simple cometido en forma reiterada (16 hechos), robo calificado, violación calificada, tentativa de violación calificada, raptos reiterados (dos hechos), abuso deshonesto, hurtos simples reiterados (2 hechos) y daño, todos en concurso real”.
Amigos y cómplices
Junto a Jorge Ibáñez, Robledo Puch cometió su primer asalto a una joyería en 1970. Pero fue el 15 marzo del año siguiente cuando mató a Pedro Mastronardi y a Manuel Godoy, encargado y sereno de la discoteca Enamour, a los que sorprendió durmiendo.
Después las víctimas fueron José Bianchi, sereno de una casa de repuestos, un empleado del supermercado Casa Tía y dos mujeres (Virginia Rodríguez, de 16 años y Ana Dinardo, de 23), a las que antes violaron.
Meses después, Ibáñez moría en un accidente automovilístico que dejó más dudas que certezas, aunque los crímenes continuaron, ahora con la complicidad de Héctor Somoza (17), hasta que en febrero de 1972, después de asesinar al empleado de una ferretería, Robledo Puch ejecutó de dos disparos a su compañero, tras lo cual en el mismo lugar le quemó la cara y las manos con un soplete, en un intento de borrar toda huella.
Sin embargo, en un bolsillo Somoza guardaba la cédula de identidad de su “amigo”, que fue detenido a las pocas horas.
El juicio
Su figura con cara de niño se hizo famosa, siempre escoltado por personal policial, hasta que logró escapar por los techos del edificio donde había sido alojado preventivamente. Sin embargo, su calidad de prófugo terminó un par de días después.
Ocho años después, con la asistencia de los abogados María Elvira Rodríguez Villar y Jorge Dodero, “El ángel de la muerte” fue llevado a juicio oral y público, aunque las audiencias fueron a puertas cerradas.
Declararon más de 70 testigos, en su mayoría familiares de las víctimas y profesionales de la salud. Unos hablaron del ensañamiento y la violencia ejercida por el asesino juvenil, mientras que otros se refirieron a estar frente a “un psicópata con plena capacidad para comprender la criminalidad de sus actos”, argumento en que se basó, sin éxito, la defensa.
Su historia primero fue rescatada en el libro el “Ángel Negro”, del periodista Rodolfo Palacios en el 2008 y 10 años después se transformó en el argumento de la película “El Ángel” dirigida por Luis Ortega, con el debut en cine del joven actor Lorenzo Ferro.
Mientras tanto, pese a los reiterados pedidos de Carlos Eduardo Robledo Puch, ningún juez se animó a firmar la “condicional”.
Muertos sus padres, no tenía a nadie que garantizara su libertad, solicitada en el 2008, 2011, 2013 y 2015. También pidió morir con una inyección letal (algo no previsto en Argentina), por eso continúa encerrado en el sector de homosexuales de la Unidad Penal 2, ubicada en la localidad de Olavarría, inaugurada en 1882 y que fuera escenario de la muerte de 17 internos, en uno de los motines más grave en la Semana Santa de 1996, incidente del que Robledo Puch no participó.
En mayo de hace 5 años, custodiado por una decena de efectivos, “El ángel negro” dejó el penal para ser sometido a una serie de controles médicos. Fue en ese momento y sólo por unas horas que volvió a ver la luz más allá de los muros de la prisión.