Sergio Paroldi, el dueño del departamento en donde se alojaba desde hace ocho meses Fernando Andrés Sabag Montiel, el agresor de la vicepresidenta, mantuvo un diálogo con Telefé y mostró un video de cómo vivía. “Vivía así, no es desorden del allanamiento”, señaló.
El propietario le ofreció las llaves del lugar a la Policía cuando se presentó en la comisaría local tras ver la foto de Montiel “en el informativo”: “Todavía estoy sorprendido”, dijo. Pero gran parte de esa sorpresa también es producto de las condiciones en las que estaba la unidad en cuestión.
La última, al fondo, a la que se accede tras pasar por la entrada principal, un ambiente con cocina y televisor y una lámina con el signo de la paz colgado en la pared.
Luego viene un patio interno, delimitado por paredes grises despintadas. “Por acá nos cruzábamos y era hola y chau”. Así era el diálogo que tenían propietario e inquilino, según relata Sergio.
La puerta del “hogar” de Montiel es de madera, pintada de blanco y con sectores devenidos en ventanas. De la misma parece colgar un atrapasueños.
De inmediato, sin dar espacio a un paso completo, aparecen pilas inmensas de bolsas blancas de basura, que hacen las veces de alfombra del lugar.
Se intercalan con una gorra, toda blanca, y un gato del mismo color, pero con cola gris, que parece vigilar el lugar mientras mira incrédulo a su alrededor.
Contra una pared, la de la izquierda, hay mal apoyado, casi en diagonal a la línea que traza el suelo, un parlante de guitarra marca Marshall. De los grandes que forman las paredes de sonido en un recital de rock.
Una caja de medicamentos vacía y desarmada destaca por sus detalles verdes. Según había contado Ambar, su pareja, Montiel padece escoleosis, problemas en la columna vertebral.
Una angosta biblioteca vacía y pintada también de blanco termina de adornar la misma pared. A continuación, una mesa que podría ser usada para apoyar la computadora secuestrada en el allanamiento, que como todo allí, se destaca por tener un montón de basura a lo largo y a lo ancho de su superficie.
Un plato plateado con restos de polenta y la cuchara adentro aún sucia, junto al que, aseguran, es el único vaso con el que contaba el agresor, son el botín del cuarteto de moscas que sobrevuelan la zona del monoambiente.
Solamente una planta en el lugar intenta renovar el seguramente viciado aire de la vivienda, acompañada, a su derecha, por un lavamanos que está a punto de desprenderse de la pared y que, claro, está tapado con basura.
Una despensa que tampoco parece firmemente arraigada a la pared aparece torcida, pero sus vidrios opacos impiden ver qué hay adentro.
No hay adornos en las paredes, nada cuelga de ellas, pero en el piso abundan papeles que parecen ser documentos de alguna entidad y boletas de impuestos a pagar.
Sergio cuenta que Sabag era silencioso y que dudaba que escuchara música. “Si lo hacía, la escuchaba en muy bajo volumen, porque nunca la escuché”, asegura.
“Siempre fue educado”, dice al describirlo y destacar que nada de su comportamiento lo hizo sospechar que fuera capaz de un ataque de la magnitud del intento de magnicidio.
Sergio cuenta además que era “buen pagador” porque le abonaba con lo recaudado de los tres autos que tenía para alquilar.
Consultado sobre si el desorden era producto de la inspección hecha por las autoridades en la madrugada de este viernes y en la que se encontraron dos cajas con 50 balas cada una, el propietario, aún en “shock”, sentenció: “Vivía así, no es el desorden del allanamiento”.