Ayrton Brian Godoy, al que llamaban “Yoryi”, hoy tendría 28 años. Pero sus restos se encuentran sepultados en el cementerio de Guaymallén. Es que hace 25 años Mendoza fue el escenario elegido para escribir una de las historias más violentas en contra de un niño cometido por sus progenitores.
Fue el lunes 13 de mayo de 1996 cuando la provincia despertó con una alarmante noticia: un nene había sido robado en la playa de estacionamiento de un supermercado de Villa Nueva. Sus papás dieron aviso a la Policía y a los medios de comunicación del presunto rapto.
El pequeño tenía 3 años y vivía en una casa ubicada en la calle Bombal, casi Adolfo Calle, de Dorrego. Sin embargo, el drama se había iniciado horas antes.
El caso movilizó a la población toda. Cientos de fotocopias mostraban la imagen de una criatura vestida con una camisa blanca y una corbata oscura. Era pelirrojo y de ojos oscuros.
Primero fueron las radios, después la televisión, hasta que la información sobre el “secuestro” ganó la portada de los medios gráficos y trascendió los límites geográficos de Mendoza.
Sus interlocutores fueron Jorge Godoy, un pintor de carteles, y su esposa Graciela Camargo, ama de casa. Los padres del menor y de tres hijos más explicaron una y otra vez detalles de lo ocurrido. “Fue el sábado a la tarde cuando el nene se alejó de su padre, en la puerta de un súper y no lo vieron más”. El comentario sólo era interrumpido por las preguntas de los periodistas y por el llanto de la pareja, y puso en alerta máxima a la Policía, mientras que la población improvisaba un rastrillaje por la zona para dar con el pequeño.
La confesión
A poco de conocerse el hecho, en una comisaría de Guaymallén, Jorge Godoy asumía lo ocurrido y el “secuestro” se transformó en filicidio. Si bien la versión no sorprendió a los uniformados ya que, debido a un relato lleno de contradicciones lo sospechaban, sí los estremeció por la crudeza de sus palabras cuando este hombre dijo que su hijo no lo había saludado al irse a trabajar y por eso lo había golpeado con patadas y puñetazos; le provocó fracturas en varias costillas, la rotura del bazo, daños en uno de sus testículos y un severo hematoma en la cara, el cuello y la cabeza, según la autopsia judicial.
“Yoryi” agonizó 9 horas en su cama, sin que su madre hiciera nada en su ayuda. Según el parte médico, si la víctima hubiera sido asistida en un hospital podría haber salvado su vida.
Sobre el filo de la medianoche, el cuerpito envuelto en una frazada fue metido dentro de una bolsa y atado a la parrilla de la bicicleta en la que el acusado llegó hasta las cercanías del canal Pescara, después de desandar casi 10 kilómetros. Allí enterró a su hijo en un pozo que abrió en la tierra húmeda.
De regreso a su casa, el pintor “armó” la versión de la desaparición en manos de alguien. En el operativo, ya en la madrugada, estuvo el juez Marcos Pereira a cargo de la instrucción. El magistrado llevó a la pareja a un juicio oral y público.
Padres condenados, hoy libres
Los progenitores del pequeño fueron enviados a juicio un año después y los jueces de la Quinta Cámara del Crimen los sentenciaron a cadena perpetua a los dos. Reclusión (la pena más grave del Código Penal) para el hombre y prisión para la mujer.
Fue uno de los debates que más convocatoria popular tuvo en el edificio de Tribunales. Hoy, él con 59 años de edad y ella con 54, obtuvieron el beneficio de la libertad condicional, mientras que en un espacio del cementerio de Guaymallén, con algunos juguetes desordenados sobre la tierra, descoloridas fotos, ilegibles cartas y cintas de colores, recuerdan que en esa sepultura están los restos de “Yoryi”, recordado por su camisa blanca y corbata oscura. Ese que un día de mayo de hace 25 años sus padres denunciaron que había sido secuestrado, ocultando un crimen salvaje y sin razón.