Con la bandera de la plaza a media asta y el silencio como luto más sincero. Así amaneció ayer la pequeña localidad de Eugenio Bustos, en San Carlos, donde la fatalidad sacudió a sus 5.500 habitantes. Fue cuando un conductor ebrio atropelló y mató a dos mamás y a la hija de una de ellas.
Romina Lazcano y Mariana Salinas, ambas de 29 años, se habían hecho amigas en primer grado en el colegio Nuestra Señora del Huerto. De allí en adelante, hasta que la tragedia se cruzó en sus caminos, fueron inseparables.
Tenían tanto en común que se habían elegido madrinas de sus respectivos hijos. Eran, además, verdaderas “madrazas” que luchaban solas con sus niños de edades similares.
El lunes a la tarde las dos decidieron ir con sus hijos en bicicleta a visitar a Sabrina, otra gran amiga del grupo, porque era el cumpleaños de su hija. “Vengan que hay mate y torta”, les avisó en el grupo de WhatsApp.
Romina cargó a Luana, de 6 años, en el asiento delantero de su bicicleta y Renata, de 9, fue en la suya. Mariana y sus hijos, Santino y Bautista, pasaron a buscarlas y así emprendieron camino.
“Charlamos como siempre; nos reímos, nos contamos cosas y quedamos en volver a juntarnos el sábado”, relató Sabrina a Los Andes, todavía en shock. Apenas media hora después de despedirse, llegó la peor noticia.
Mientras las mamás pedaleaban detrás de los tres niños, en dirección al Sur sobre la calle San Martín, un conductor ebrio identificado como Gabriel Rubén Paco, de 21 años, que circulaba con cuatro veces el permitido de alcohol en sangre, las embistió violentamente provocándoles la muerte en el acto a Romina, Luana y Mariana. Los restantes niños resultaron ilesos.
Todo transcurrió en cuestión de segundos y el estruendo del impacto se oyó a lo largo de varias cuadras. Los vecinos se asomaron, temerosos, pero el espectáculo era tan desolador que pocos pudieron colaborar. La menor de las víctimas terminó en una acequia y los otros cuerpos yacían en el medio de la ruta.
Pero lo más terrible fue que el conductor abandonó el Peugeot 206 que manejaba y salió caminando rumbo a su casa, donde luego fue detenido.
María, que atiende un quiosco a metros de la intersección con calle Quiroga, pasaba caminando junto a su nieto y pudo contemplar lo sucedido. “Las dos bicicletas fueron arrastradas con el paragolpes. Fue un ruido impresionante, fue algo que quisiera sacarme de la cabeza. Decidí meterme en una finca para que mi nieto no viera eso”, contó la mujer.
La casa de Romina, en pleno barrio Ceferino II, ayer parecía un sepulcro. Los vecinos, que organizaron una marcha para pedir justicia, se iban acercando de a poco, silenciosos, a darles un abrazo a sus padres y hermanos.
“Era una mamá excelente y una amiga de fierro”, la definió Gabriela, su hermana mayor, para agregar que estudiaba para ser maestra jardinera y que vivía con sus padres. La familia tiene una pequeña despensa y Romina solía atenderla.
Mariana, que tenía un local de ropa en el mismo sector, también era una joven “divertida, familiera, amiguera y una madrina de lujo”.
Los vecinos se quejaron ayer por la velocidad con que circulan los vehículos en la calle San Martín, la vieja ruta 40. “Todavía me dura el susto; no tuve fuerzas para acercarme, fue horroroso. Desde acá se veían los cuerpos en la calle. Tengo miedo porque mis hijos juegan todo el día y no hay veredas ni ciclovía, sólo ruta”, definió Ruth, que atiende un local de venta de huevos de campo.
La bronca y el espanto incluso superan el dolor entre los habitantes del barrio Ceferino II de Eugenio Bustos, donde todos se conocen y estas chicas eran muy queridas y respetadas. Eso sí, casi nadie conoce al responsable. “Queremos justicia como sea. Que este hombre, que no sé quién es, quede preso de por vida, porque ellas tres están muertas”, se lamentó Betiana, que conocía muy bien a las víctimas.
Con toda su inocencia, Renata, la hija de Romina que salvó milagrosamente su vida, definió al conductor como un “loco que venía a toda velocidad”. Así lo describió incluso cuando ella misma les dio la noticia a sus abuelos.
Sabrina, última en ver con vida a sus amigas, expresó que vive la peor pesadilla. “Me consuela la hermosa tarde que compartimos. Una tarde llena de risas, de anécdotas y de conflictos amorosos que nunca tenían fin”, concluyó, mientras pidió justicia junto al pueblo, que anoche encendió velas blancas por Romina, Luana y Mariana.