Su llegada a la guardia del hospital Gailhac, en Las Heras, alteró primero a los médicos que la recibieron. Su muerte, a los dos meses de vida, sacudió a la sociedad mendocina la semana pasada al saber que sus jóvenes padres habían sido detenidos y luego imputados. Y aunque su madre sostiene que la pequeña Emma Peralta murió ahogada con la leche que estaba tomando momentos antes y que tenía flemas, para la Justicia hay pruebas que revelan maltratos a la criatura y un informe preliminar de los forenses que establece que pudo haber muerto ahorcada.
El caso volvió a conmover a la provincia pero no es el único. En un triste repaso por la historia reciente, varios niños han sido asesinados por sus padres y madres en Mendoza. De hecho, aún permanecen en las retinas las imágenes del cuerpito cubierto de moretones de Luciana Rodríguez en su pequeño ataúd. La niña de 3 años fue asesinada a golpes en Ciudad en enero de 2014. Por el hecho fueron condenados a prisión perpetua su madre Rita Rodríguez y su padrastro Jorge Orellano, quien la llevó moribunda a la clínica Santa María y la abandonó, ya muerta. Los maltratos recibidos en su corta vida también fueron aportados por el Estado, que desatendió 16 denuncias previas que revelaban su calvario.
La muerte de los hijos provocada por sus propios padres se denomina filicidio y conlleva una carga personal, familiar y social que la diferencia de cualquier otro homicidio. La vuelve aberrante, incomprensible, repudiable. Especialistas sostienen que esa carga es más pesada debido a que la persona fallecida es indefensa.
Al menos 11 hematomas fueron detectados en el cuerpo de Giuliano Ibáñez en la necropsia. Habían sido provocados los 20 días anteriores a su asesinato. Murió el 28 de noviembre de 2017 en el hospital Notti por shock mixto tras la fractura de su columna. Tenía 2 años y 9 meses de edad. Su muerte configuró el primer juicio por jurados en Mendoza que abordó la problemática del maltrato infantil y posterior infanticidio. Maximiliano Ortiz y Yamila Ibáñez recibieron la pena máxima y terminaron acusándose mutuamente de los golpes que el niño había sufrido.
El pequeño Valentín Tizza tenía un año y 10 meses cuando llegó sin vida a la guardia del hospital Las Heras, en Tupungato, el 15 de abril de 2018. Luego se supo que había recibido una golpiza ya que presentaba lesiones en el abdomen y en la frente, además de hematomas en un ojo y en otras partes del cuerpo. Sus padres Sebastián Tizza y Celeste González fueron condenados a perpetua en septiembre de 2019 por el filicidio. El hombre tenía una prohibición de acercamiento al pequeño, que no respetó. La medida había sido dictada porque, cuando el niño tenía 9 meses, había ingresado al hospital también luego de ser golpeado.
Quizás el más dramático de estos casos, por la cantidad de víctimas, fue el que ocurrió en agosto de 1994 en Chapanay, San Martín. Julio César Giménez usó un cuchillo de cocina para degollar a sus cuatro hijos, de 2, 5, 6 y 7 años. Luego este obrero rural y albañil se hizo un profundo tajo en la garganta para intentar suicidarse en la humilde casa de adobe donde había cometido los filicidios. Tenía una sola habitación donde dormían todos juntos.
Los casos mencionados tienen un denominador común: se dieron en familias vulnerables, donde la pobreza, la exclusión y la violencia eran una constante “Pero difícilmente se pueda restringir a eso”, aclara la licenciada en Trabajo Social Mary Salazar. Y suma: “Tiene que ver con una serie de situaciones y con el origen de esas familias, si pertenecen a minorías. Porque el ser pobre es pertenecer a una minoría, que también ha sido violentado en no tener las condiciones mínimas de acceso a ciertos derechos, que seguramente han sido vulnerados en su infancia, y que estos a su vez reproducen muchas veces en sus hijos. Tiene que ver con cuestiones vinculadas a lo cultural, formas de poder colocar límites, no medir esos límites, no saber que esto genera no sólo este daño físico sino toda una alarma a nivel social”.
El psicólogo clínico y máster en economía de la salud, Mario Lamagrande coincide: “Tal vez en otros ámbitos no quedan tan manifiestos de esa manera pero existen castigos o estas cuestiones en clases más altas también. El tema es el nivel de conciencia de hasta dónde se llega. A veces los maltratos se van solapando en la cotidianidad. Tal vez hay chirlos, tal vez hay violencia pero no llega a esa escalada de que salga en un diario”. Mientras tanto, se da un silencio cómplice, influido por el temor, de familiares, amigos y vecinos.
Múltiples causas
Para la sociedad el filicidio se aparta de un comportamiento esperable y aceptable. “Cuando hablamos de violencia, hablamos de una multiplicidad de situaciones y de causas. En este caso ha sido la manifestación de la muerte de un niño pero estamos hablando de una multiplicidad de causas que han llevado a esa madre y a ese padre a propinarle ese daño físico, que es el que más se ve y no es el otro daño, que es el psicológico. Lo físico toma una mayor connotación, incluso a través de los medios y del clamor social”, explica Salazar.
La especialista llama a entender los mecanismos socioeconómicos y culturales involucrados en este tipo de delito. “Cuando empezamos a tener una vida social y a interrelacionarnos, aprendemos ciertas normas que nos permiten regular nuestra conducta con el otro de una manera saludable. Pero si esas normas que regulan esa interacción social no fueron dadas en su momento en los términos que corresponde, es muy probable que lo que se reproduzca sea la violencia que ellos vivieron”, analiza la trabajadora social.
Lamagrande, quien además es docente universitario, concuerda: “A veces estos padres violentos repiten los modelos de otros ciclos de familias también sometidas a violencia. Son como un calco de sistemas familiares violentos”.
“Siempre buscamos un depredador”
Según la bibliografía mundial, los tipos de filicidio son tres: neonaticidio, cuando el crimen se produce durante las primeras 24 horas de vida y es casi exclusivamente cometido por una mujer; infanticidio, cuando se comete durante el primer año; y una tercera forma que no tiene denominación propia, que es la muerte de un hijo después del primer año de vida.
Es posible encontrar enfermedades mentales en los padres en los diferentes tipos de filicidio. Alteraciones psiquiátricas como esquizofrenia, depresión psicótica o trastorno delirante, son algunas de ellas. Pero además, este comportamiento puede ser causado por estados disociativos, depresión o psicosis, especialmente en el caso de mujeres filicidas.
Sin embargo, el titular de la cátedra de Psicología aplicada, en la Universidad del Aconcagua, aclara: “No tenemos que salir a buscar al ‘gen malo’ o al factor biológico que condiciona. En general, nadie se va a identificar con que podría hacer una cosa así. Pero a veces, bajo ciertas circunstancias y ciertos factores, hay personas que pueden llegar a cometer estas acciones”.
“Siempre buscamos un depredador y pensar que quienes hacen estas cosas no pueden ser una persona común. Necesitamos pensar que es alguien enfermo o que tiene alguna características psicopática, pero a veces no necesariamente esa persona tenía esa característica sino que también hay que ver las condiciones, ya que en ocasiones provienen de familias que carecen de soportes”, añade Lamagrande.
Y sentencia: “Nos cuesta creer que todos tenemos una parte buena y una parte mala esperando las condiciones para que se manifiesten. No sabemos cómo van a reaccionar todas las personas hasta que no se presentan esas instancias límites”.
Además, es difícil reconocer que las mujeres pueden ser crueles y capaces de actuar con brutalidad contra sus propios hijos ya que, en general, se considera que la violencia es privativa del varón.
Existen patologías específicas que llevan a padres a quitarles la vida que ellos mismos les dieron a sus hijos. Es el caso del síndrome de Munchausen. Las madres con esta enfermedad mental causan daño deliberadamente a sus hijos y luego mienten sobre el origen de las dolencias para satisfacer su necesidad de llamar la atención, a veces para salvar su matrimonio o ganarse la simpatía de los demás apareciendo como víctimas, según un estudio de la Universidad Emory de Atlanta, Estados Unidos, donde al menos un 10% de las muertes infantiles se atribuyen a estos crímenes.
Sin embargo, en los casos que con mayor frecuencia se han dado en Mendoza, se debieron a malos tratos, castigos donde a los padres “se les fue la mano” y descuidos por falta de información adecuada sobre cómo criarlos. “Poder ponernos en el lugar y escuchar esas voces y cómo se generan esas crianzas nos permiten pensar en medidas preventivas. No sabemos si esa madre estaba drogada, si tenía algún problema neurológico. Esas cuestiones son las que a veces están presentes en estas cotidianidades y no se visibilizan”, señala Salazar.
La científica social aclara que “es más fácil juzgar pero hay que ver qué está pasando del otro lado, cómo está viviendo, cómo llega esa madre o ese padre a hacer tal hecho”. “¿Qué le pasó en su subjetividad para llegar a este hecho tan aberrante? Ahí es donde tiene que ver más con una cuestión cultural, ahí es donde aparece la hipoculturización”, agrega.
El psicólogo Lamagrande opina en el mismo sentido. “Lamentablemente también es verdad que las crisis socioeconómicas han hecho mella en los factores de protección de la familia. Muchas veces el grado de capacidad intelectual también es un factor que delimita. De algún modo hay factores que condicionan estas cosas. No contar con una red de apoyo, llámese abuelos, familiares, o no contar con recursos socioeconómicos para tener espacios, el hacinamiento, las carencias económicas, la sobrecarga laboral, la precariedad en los vínculos, son factores que van sumando en la posibilidad de lo que significa asistir a un menor. Padres deprimidos, cansados, con carencias básicas terminan siendo facilitadores de estas cosas”, concluye.