Si no hablaba, Vlada Radivojevic parecía un mendocino más. Un tipo que aparentaba más de 40, flaco y alto, que se movía por la ciudad en un Fiat Uno negro, con el pelo largo, barba encanecida y unos ojos saltones que eran pura profundidad y vacío. Hasta le gustaba el “Fernete”, como le decía al fernet.
El serbio había llegado a Mendoza en 2003 y dos años después ya era un incipiente empresario gastronómico: tenía dos bares donde se comían pizzas y sándwiches; uno en Guaymallén y otro en el límite entre la Cuarta Sección y Las Heras, cerca de El Barloa. A los dos los había bautizado con el mismo y explosivo nombre: “La bomba”, tal vez recordando su sangriento pasado pero también avizorando un futuro estruendoso. “La bomba 1” y “La bomba 2”, tenían carteles que lucían un explosivo como esos que salen en los dibujitos, con una mecha encendida.
Una noche de copas, una fanfarroneada y un engaño amoroso generaron chispas suficientes que activaron otra bomba, una mediática, con repercusión internacional. Denuncias, identidades falsas, informes internacionales, huellas dactilares y un tatuaje delator -la figura de un muerto marcada borrosamente en el pecho- terminaron confirmando la verdadera identidad del serbio-menduco: Vlada Radivojevic no era otro que Nebojsa Minic, conocido también como “El Muerto”, un oscuro paramilitar de la ex Yugoslavia que había organizado la matanza de Cuksa, una aldea cercana a Pec, en Kosovo, en mayo de 1999, donde murieron 41 separatistas albaneses bosnios.
Sí, el tranquilo dueño de “La bomba”, había sido uno de los dos líderes de la milicia serbia “Relámpago”, que participó en la limpieza étnica comandada por el genocida Slobodan Milosevic con el fin de diezmar la autonomía de Kosovo. En la práctica, ese comando parapolicial funcionaba como una nefasta rueda de auxilio de la Unidad Especial de Policía del Ministerio del Interior Serbio: lo que nadie quería hacer, lo hacía “El muerto” con sus amigos de “Relámpago”.
Según Human Rights Watch, el grupo “Relámpago” ocultó e incineró cadáveres de familias enteras de albaneses en la ciudad de Kusca. Además escoltaron entregas de cuerpos de sepulcros de Serbia y del norte de Kosovo, para ser quemados en hornos de una refinería de plomo.
Por estas y otras tantas atrocidades, Minic había desaparecido en 2003, antes de ser juzgado por la Corte Internacional de La Haya.
En el sincero furor del alcohol
Una versión que manejaba la Dirección de Inteligencia Criminal de Mendoza (DIC) indicaba que en septiembre de 2003 Minic había ingresado desde Chile en micro acompañado por una prostituta trasandina. Tenía un pasaporte falso a nombre de Vlada Radivojevic que se lo habían robado, junto con 7.000 dólares, ni bien ingresó a la ciudad.
Con el tiempo, Minic se hizo amigo de unos jóvenes que le presentaron a su madre, quien era secretaria del por entonces rector de la UTN Julio Cobos. El falso Vlada y la secretaria del futuro gobernador se enamoraron y se fueron a vivir juntos. Él, tal vez con intenciones de casarse, pidió un nuevo pasaporte a unos amigos de Europa, mientras gerenciaba las pizzerías.
Chiste negro o venganza, le enviaron uno a nombre de Gora Petrovic, un ex funcionario del Ministerio del Interior yugoslavo durante el gobierno del genocida Slobodan Milosevic. Minic le cambió la foto y lo presentó en Migraciones. Petrovic tenía pedido de captura internacional y entonces la Justicia Federal mendocina le inició una causa por falsificación de documento, que tuvo un turbio desarrollo y le permitió caminar las calles de Mendoza.
Todo parecía estar a favor del serbio hasta que un día su pareja lo descubrió tomando café con otra mujer y entonces recordó esa larga noche en la que el falso Vlada le había revelado, en el sincero furor del alcohol, cuál era su verdadera y terrorífica identidad. Comenzó a buscarlo en internet y descubrió las atrocidades que había llevado adelante ese tipo con el que había convivido casi dos años. El 3 de septiembre de 2004 tomó coraje y lo denunció.
El caso fue investigado por la DIC, que llevó sus resultados a la Justicia Federal que, a su vez, desempolvó la vieja causa por el pasaporte trucho. El 13 de marzo de 2005 la Policía de Mendoza detuvo a Minic. “¿Qué hacía usted en su país?”, le preguntó un uniformado. “Yo era un policía mucho más bravo que usted”, le contestó Minic.
“Hay un proceso de identificación para ver si es un criminal acusado de matanzas importantes en los Balcanes. Por lo pronto, tiene una triple identidad”, le decía el actual diputado nacional Alfredo Cornejo, por entonces a cargo del Ministerio de Justicia y Seguridad durante la administración de Cobos.
Pero Vlada, Gora o Nebojsa -tal sus tres posibles nombres en ese momento- no fue encarcelado sino que quedó internado en el pabellón de judiciales de hospital Lagomaggiore, con custodia policial. En ese nosocomio era atendido por dos patologías graves: VIH/Sida y cáncer de pulmón. En esa situación se dispararon las alarmas internacionales: la detención fue comunicada al Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE), al Ministerio del Interior de la Nación, a las embajadas de Serbia y Montenegro, de Bosnia y de Croacia, y al Tribunal de La Haya (Holanda) que estaba a punto de juzgarlos por crímenes de lesa humanidad antes de que desapareciera de Europa.
El 25 de mayo de 2005 Interpol confirmó que las 10 huellas dactilares tomadas en Mendoza pertenecían a Nebojsa Minic. El 2 de junio Migraciones ordenó la expulsión de Argentina y un mes después, por pedido de un grupo de fiscales serbios, Interpol recibió un pedido de captura internacional en su contra.
Por ese entonces, en Mendoza la Justicia Federal lo condenaba a tres años de prisión en suspenso por el asunto del pasaporte fraguado. A la espera de un juicio de extradición solicitado por Serbia y Montenegro, Minic, “El muerto”, falleció finalmente en el hospital Lagomaggiore, el 20 de octubre de2005.
El cáncer de pulmón y el Sida terminaron con su vida llena de secretas atrocidades. “No me arrepiento de nada y no tengo la culpa de nacer en un país en guerra”, aseguran que dijo tras ser detenido.