Llegan en escasos minutos, a una velocidad de 200 kilómetros por hora y montados en poderosas máquinas negras, que hacen bramar como un toro enfurecido. Sus uniformes en azabache y sus cascos robóticos acentúan la imagen de rudeza. Detrás de cada moto otro “hombre de negro”, que sólo se sujeta con las piernas al vehículo, esgrime una escopeta. Dos, seis o decenas de motos se agrupan y, con movimientos perfectamente sincronizados, avanzan por las calles para prevenir y reprimir el delito en Mendoza. Son los efectivos de la Unidad Motorizada de Acción Rápida (UMAR), un cuerpo que combina los rápido movimientos con aceitadas tácticas y un costado solidario, con fuerte espíritu de equipo.
En abril de 1998 los 18 oficiales que voluntariamente decidieron conformar un grupo experimental que daría rápida respuesta a la creciente inseguridad probablemente no imaginaron que 24 años después el cuerpo se consolidaría y ganaría un prestigio que traspasa las fronteras de la provincia. Es que “Los hombres de negro” se han ganado un respeto por el que su sola presencia es disuasiva al delito. “Se vio que era necesario crear una unidad que fuera ágil y versátil ya que en esos años se empezó a incrementar el parque automotor en la provincia con muchas motos y las plazas y espacios verdes empezaron a ser ganados por jóvenes que cometían ilícitos y vendían estupefacientes. No era difícil llegar pero la demora era grande con los móviles y personal a pie”, detalla el jefe de la UMAR central, a cargo de todo el Gran Mendoza, el subcomisario Ángel Terrero.
La unidad empezó a funcionar con dos motos Honda Night House de 750cc y cinco Kawasaki de 250cc. Hoy sólo la sede central, ubicada en el corazón del barrio Sol y esperanza, en Godoy Cruz, cuenta con más de 30 motos BMW de 650, 700 y 800cc, otras Yamaha 660 y Honda Tornado de 250cc. Más de 80 efectivos patrullan las calles. Las otras sedes están ubicadas en el Valle de Uco (Tunuyán), en el Este y en el Sur provincial.
Pero la llegada al barrio no fue sencilla ni hospitalaria. La base está emplazada en lo que fuera un enorme depósito, que una vez abandonado, se convirtió en un “aguantadero” de delincuentes. “Cuando llegamos a este edificio este barrio se nombraba como conflictivo y nos costó muchísimo que ellos nos recibieran y nosotros adaptarnos a ellos porque salíamos de acá y nos tiraban piedras, nos cruzaban alambres para que nos cayéramos en la noche. Y a menos de un kilómetro hacia el Sur está el Campo Papa, que era una pasada de todo esto. Nos costó ganar la confianza de la gente”, resume Terrero desde su despacho, enfundado en su uniforme negro.
“Las BMW 800 son para el patrullaje convencional diario y para conformar los pelotones de combate. El tamaño, el color y el sonido llaman mucho la atención en caso de tener que intervenir. A la gente le impacta. Se juega con la imagen disuasiva”, admite el jefe entrevistado por Los Andes.
Honor, valor y lealtad
Los hombres “con sangre azul y corazón negro” de la UMAR tuvieron dos acontecimientos significativos que los marcaron, los unieron como grupo y significaron su bautismo de fuego: el motín vendimial en marzo del año 2000 y los saqueos del 2001. Durante varias noches, los efectivos descansaban -”porque no se dormía”, aclara Terrero- al lado de sus motos. Y durante la crisis de 2001 los policías debieron permanecer durante días en la base sin poder ir a sus casas. “No nos podíamos ir de franco porque saltaba un saqueo y teníamos que ir a cualquier hora, hasta en el Este hubo. Descansábamos cinco o 10 minutos y saltaba otro en Guaymallén o Las Heras y había que ir. Eso nos fue formando y forjando la identidad de la unidad”, analiza el subcomisario.
Esa unidad que menciona no es fortuita. Desde sus inicios se buscó crearla y mantenerla, algo que hasta el día de hoy se ha conseguido. “Lo que distingue a la unidad de otras divisiones es el sentido de pertenencia. Hay tres valores muy importantes que hemos logrado obtener: el honor, el valor y la lealtad. Tratamos de que los tengan y los mantengan”, sentencia Terrero y luego apunta a la gigantesca pintura en la puerta del cuartel, que refleja esos tres principios.
Y agrega: “El policía que está acá sabe el riesgo que corre arriba de las máquinas. Asumimos ese riesgo y no cualquiera lo hace. El que está acá es porque le gusta, aunque sepa que en cualquier momento en una caída el paragolpes de la moto somos nosotros”. Lamentablemente esto no es sólo una metáfora. Algunos efectivos de la UMAR han caído en el cumplimiento del deber, generalmente por haber protagonizado siniestros viales en procedimientos. Sus rostros son recordados con fotos en la guardia de la base central y sus nombres encabezan las distintas dependencias, como la sala de armas, donde escopetas calibre 12/70 perfectamente ordenadas descansan junto decenas de tonfas, sprays de gas pimienta y equipos airsoft Spider calibre 0.68 para controlar a revoltosos en distintos incidentes.
Al trazar un perfil de un integrante de la UMAR, Terrero indica que “un motorista tiene que tener conducta y templanza”. “Los capacitamos permanentemente física, táctica e intelectualmente porque no sólo somos una unidad operativa de prevención. También tenemos que estar preparados intelectualmente para saber resolver otras cuestiones, como sentarse detrás de una máquina y poder escribir para completar un procedimiento”, aclara.
A la UMAR llegan jóvenes policías que buscan sumarse. Entonces se los perfila durante un tiempo para determinar si tienen condiciones y si asumen los elevados riesgos de la tarea diaria. Actualmente no hay mujeres en el grupo, pero algunas oficiales han integrado la unidad y dejado su marca.
Maniobras y formaciones
La imponente BMW 800 del jefe está en la puerta de la base. En caso de emergencia, el uniformado hará sonar una vez su bocina para que los efectivos se alisten. El segundo bocinazo, en cuestión de minutos, será la orden de subirse a las motos y partir. El oficial a cargo se ubicará frente al resto y, mediante señas con sus manos, irá impartiendo las órdenes de las maniobras y formaciones.
Los “hombres de negro” trabajan en binomios, es decir, en duplas. Dos motoristas al mando de cada moto conforman una patrulla convencional. De a cuerdo a la situación, a esos binomios se suma un “operador” y, en ese caso, conforman una patrulla reforzada. Se trata de un policía que va detrás del conductor del rodado, armado con “material”, de acuerdo al tecnicismo policial. En rigor es una escopeta con posta de goma o un arma que lanza “pellets”, esas bolitas de goma que contienen pintura, como las que se usan en los combates de paintball. Además, cada efectivo lleva su arma reglamentaria, una pistola calibre 9 milímetros.
Si la orden es formar una patrulla de combate, serán dos los motoristas con dos efectivos atrás armados con material. Por otro lado, puede conformase un pelotón de combate, que tendrá como mínimo a seis motos con dos ocupantes cada una.
La coordinación entre el motorista y el operador es fundamental. Con un suave golpe en los hombros quien viaja en la parte trasera del vehículo le indica que ya está listo. El motorista está capacitado para concentrarse en el manejo y en el traslado de su compañero. El operador se sujeta con las piernas para facilitar el manejo y se encarga de observar, alertar a su colega, darle algunas indicaciones que crea necesarias y, en caso de que lo requiera, abrir fuego.
“Todos los sábados hacemos academias, que son instrucciones en el terreno, de velocidad, frenado, cómo llevar a un compañero atrás, la conformación de los pelotones de combate. Estoy convencido de que al policía hay que capacitarlo. Mientras más capacitación le damos, menos margen de error tienen en la calle operativa y administrativamente”, sentencia Terrero.
Según la capacidad operativa, los policías de la UMAR central patrullan el Gran Mendoza, desplazándose con mayor frecuencia a zonas conflictivas. Pero puede que sus servicios se requieran como pelotones de combate para allanamientos o para las canchas de fútbol o eventos deportivos, en un trabajo en equipo con otras divisiones de la Fuerza. También realizan cápsulas de seguridad cuando llega algún mandatario, incluso de otros países, como ocurrió durante la cumbre del G20.
En 2008 dentro de la UMAR se creó la sección enduro ante los crecientes hechos delictivos en el piedemonte o en los senderos de Chacras de Coria, donde runners y ciclistas eran constantemente asaltados. Las motos Honda Tornado son ideales para incursionar en esos terrenos. Son 20 los efectivos en la subdivisión de enduro, que también acuden a rescates en el cerro Arco o en otras áreas donde suelen perderse o accidentarse los deportistas.
Solidaridad en dos ruedas
La dureza que expresan a través de sus máquinas, sus movimientos y sus uniformes queda a un lado si de solidaridad se trata. Es que los miembros de UMAR fomentan ese costado, primero entre ellos, y luego con la comunidad. “Empezamos a trabajar con los chicos que venían a jugar afuera, les inflábamos la pelota y así empezamos a trabajar hacia afuera, íbamos a una escuela en La Jaula, empezamos a llevarles mercadería, los trajimos a Mendoza al cine y todo sin dejar atrás la tarea operativa. Hicimos charlas en una escuela de Las Heras, en otra ubicada en Alto del olvido, en Lavalle, cómo le faltaba pintura y las rejas de las ventanas estaban desoldadas, fueron policías de acá estando de franco y con materiales propios y la dejaron en condiciones”, describe Terrero.
Las acciones solidarias se publican en la página de Facebook de la UMAR, junto a otras novedades. Y allí se genera un efecto “contagio”, por lo que desde distintas instituciones piden la presencia y ayuda de estos uniformados. Entonces organizan eventos para los niños en Pascuas o para Reyes, que incluyen a los propios efectivos disfrazados de esas figuras bíblicas de Oriente, repartiendo caramelos y juguetes. Un comedor de Maipú, otro en el barrio San Martín de Ciudad, uno más en el Campo Papa son testigos de la acción solidaria de los efectivos.
Las visitas suelen tener un plus: “Si nos autorizan, y gracias a Dios los jefes nunca nos dicen que no, como saben que a los chicos les gusta y les sirve que nos acerquemos a ellos, les llevamos las motos y ellos están felices de la vida”, resume Terrero con una sonrisa.
Referentes en el país
Por estos días aún se desarrolla en la sede de la UMAR central el décimo curso para motoristas de Mendoza pero también llegan policías de otras provincias a realizarlo. “Hace unos tres años se empezó a ampliar no sólo para la provincia sino a nivel nacional y hemos tenido muy buena convocatoria. Viene gente de Córdoba, Buenos Aires, Santa Cruz, Jujuy, San Juan. Son 30 días en los que se les da una semana conducción, otra de enduro, formaciones, pelotones de combate, cápsulas. Cuando una provincia quiere montar una unidad motorizada vienen a nutrirse de la experiencia de acá”, cuenta con orgullo el jefe de “Los hombres de negro”.
Y se le hincha el pecho al agregar: “Hay un prestigio ganado de esta unidad. En este curso hemos tenido una convocatoria muy importante: 32 efectivos, de los cuales 18 son de otras provincias”.
“Para nosotros andar en moto es una pasión. El motorista de UMAR ama lo que hace. El salvar una vida, evitar un delito o sacarle una sonrisa a un niño gracias a nuestras motos es la mejor satisfacción y, más allá de que es nuestro trabajo, nos preparamos todo el tiempo para ser lo más profesionales que podamos y disfrutamos lo que hacemos junto a nuestras motos”, concluye Terrero antes de que su voz se pierda en el bramido de los caños de escape.