Alfredo Cornejo no suele festejar sus cumpleaños. Es, casi desde siempre, de los que prefiere que la fecha pase desapercibida. “No me gusta cumplir años”, argumenta. Pero, contradictorio como todos, dice que varias veces ha soñado con hacer una fiesta “grande y genuina” para invitar a sus afectos verdaderos, dejando de lado los compromisos. Entonces, la política es la que inclina la balanza: “Todos mirarían a quién invito y a quién no, lo interpretarían como señales políticas, por eso nunca la termino haciendo”.
La política rige la vida del primer gobernador mendocino desde 1983 que logra su “reelección”. Tal vez por eso mismo consiguió lo que ninguno antes. Cornejo está consagrado a la política, aunque él reniegue del término. Dice que en lo suyo no hay sacrificio alguno, como el que entiende encierra esa palabra aplicada a los sacerdotes, sino puro placer y felicidad.
Por eso no vive como una frustración no hacer cosas que le gustaría hacer. “Me retraigo -confiesa-, aunque también es cierto que me sirve como excusa para quedarme en casa y disfrutar la soledad”. Las series y los libros son un plan perfecto para él. Así como ir de vacaciones a Chile.
Alguna vez, hace 30 años, coqueteó con abandonar su gran pasión. Vivía en Chile con su familia, donde había hecho un posgrado, trabajaba y tenía cierta tranquilidad económica. Había dejado atrás su etapa de militante destacado de Franja Morada como estudiante de Ciencias Políticas. Pero ese intervalo duró hasta que César Biffi lo llamó para que lo acompañara como asesor en la Legislatura y lo ayudara a tejer su plan para ganar la intendencia de Godoy Cruz.
Su fama de estratega implacable empezaba a cocinarse y desde ese momento nunca dejó de crecer en el organigrama de la política: secretario de Gobierno municipal, senador provincial, ministro de Gobierno, ministro de Seguridad, diputado nacional, otra vez ministro de Seguridad, intendente de Godoy Cruz durante ocho años, gobernador, diputado nacional, senador nacional y ahora nuevamente gobernador. Todo eso en 24 años y en siete elecciones que lo tuvieron como protagonista.
Durante ese tiempo, hubo siempre en Cornejo un rol que excedía su función visible: el operador, el constructor de poder, el estratega. Esa capacidad para “la rosca” por la que lo convocó Biffi, que luego puso a disposición de Julio Cobos, que ayudó a anudar la alianza con Néstor Kirchner y que terminó usando sólo para él desde 2007. Rompió con sus ex jefes, en muy malos términos, para ser el jefe de su propio proyecto.
Sin el carisma ni la oratoria de su admirado Raúl Alfonsín, él mismo es el mejor ejemplo de sus habilidades políticas: transformó a alguien que parecía condenado a trabajar para otros, desde las sombras, en el líder de un proyecto político que lleva diez años invicto y seguirá hasta 2027.
Su mayor fracaso en todo este tiempo fue no poder instalarse como una opción dentro de Juntos por el Cambio para la candidatura presidencial. Ese objetivo no logrado es la causa de su retorno a Mendoza y también, quizás, el de su supervivencia política viendo el fenómeno Milei.
Temido y hasta odiado por muchos de sus rivales fuera y dentro del radicalismo, idolatrado por sus incondicionales del núcleo duro cornejista y líder de un proyecto político que se fue descascarando en los últimos ocho años. Ese es el Cornejo que volverá el 9 de diciembre, muy distinto de aquel de 2015. Sobre todo, sin el crédito social que tuvo entonces.
Acusado de autoritario por los opositores, sometido durante la campaña a un profundo desgaste de parte de Omar de Marchi, en los últimos meses Cornejo pasó a ocupar ese lugar que él se encargó de asignar al kirchnerismo durante una década. Su apellido pasó a ser el sinónimo de todos los males de la provincia.
El lado B
Cornejo llega esta vez con 61 años (nació el 20 de marzo de 1962) y muchos cambios personales. En la parte final de su primer mandato, murieron sus padres. Primero su papá, Carlos, en noviembre de 2018, y luego su mamá, Ramona, en noviembre de 2019.
Pero no perdió la conexión con San Carlos, donde nació y se crio. Va seguido a comer con sus hermanas los fines de semana. Ellas nunca dejaron el terruño. De hecho, Silvia es presidenta de la UCR sancarlina y fue delegada de la DGE en el Valle de Uco.
El gobernador electo ahora se asume separado, aunque no divorciado, de quien fuera su pareja casi desde la adolescencia, Lucía Pannocchia. Y eso no sólo es un cambio personal, sino también una particularidad: ninguno de sus antecesores tuvo ese “estado civil”.
Los hijos, Constanza (veterinaria) y Lautaro (comerciante), ya superaron la barrera de los 30. Constanza lo hizo abuelo de Indiana, que el viernes cumplirá un año. Cuesta imaginar al gobernador electo como un abuelo “baboso”. Él mismo admite que no se moría precisamente por serlo. Pero ahora espera que llegue el fin de semana para ver a la beba.
Con Lautaro comparte su otra gran pasión: el fútbol y, en particular, el Tomba. Juntos han viajado a ver partidos de visitantes cuando compitió en las copas Libertadores y Sudamericana. Así como Godoy Cruz lo une a su hijo, supo compartir con su padre el amor ahora más distante por Independiente de Avellaneda.
Quienes lo rodean saben que, si hay partido de su equipo, no deben molestarlo. Si es de visitante, lo mira sí o sí por televisión. Si es de local, nunca falta en la preferencial del Malvinas Argentinas. De hecho, el domingo anterior, fue el último en llegar al debate obligatorio de candidatos porque había estado viendo el 0-0 de su equipo con Belgrano en el estadio. Hoy, a las 18.30, estará en la tribuna para ver cuando el Tomba enfrente a Racing.
“Me pone de buen humor si gana, me pone de mal humor perder. Eso es la pasión”, define.
Su fanatismo por el fútbol no se limita a verlo. Juega partidos dos o tres veces por semana, con distintos grupos. Alguna vez fue un volante ofensivo y hoy juega más retrasado, de 5 clásico. ¿Los rivales se abren para dejarlo pasar por ser él? “No me van fuerte, eso es cierto, pero me marcan como a todos”, resume. Su actividad deportiva se completa con un par de partidos de pádel a la semana.
Cornejo es un hombre de rituales. Están los días de fútbol, los días de pádel y sobre todo el café. Muchas de reuniones políticas transcurren en cafés. En Palmares, en Chacras Park o en un hotel céntrico últimamente. Puede ser un ministro, un candidato o un intendente. Los cafés son su oficina. Y no es raro ver que mientras termina una reunión, otro de los citados esté aguardando un par de mesas más allá a que le toque su turno, como si fuera una sala de espera.
Hay otro ritual que tiene bloqueada su agenda todos los sábados al mediodía. Es el almuerzo con su grupo de más estrecha confianza. Sus leales. Esos que han ocupado cargos claves del Estado los últimos ocho años, que seguramente continuarán y que le reportan sólo a él: Pablo Sarale, Néstor Majul, Marcelo D’Agostino, Hugo Sánchez, Diego Costarelli, Lisandro Nieri y Andrés Lombardi.
Ante ellos dijo una frase el sábado siguiente a anunciar su candidatura que aún retumba: “Los voy a jubilar a todos y voy a gobernar con millenials”. Mitad broma, mitad en serio, es parte de la renovación que planea.
Fuera de ese grupo, y con otro tipo de vínculo, orbita muy cerca del planeta Cornejo Tadeo García Zalazar, el intendente de Godoy Cruz. Es su “discípulo” y está llamado a ser una figura clave del próximo gobierno.
Hay en cada encuentro y café, una frase que Cornejo suele repetir y que todos ya conocen de memoria: “Pagáme”. Es que el gobernador electo, además de consagrado a la política, es acusado de amarrete por quienes lo conocen. “El ahorro es la base de la fortuna”, se defiende él sin negarlo. “Soy cuidadoso con la plata propia y con la del Estado también”, argumenta todavía en modo campaña.
Bilardista a ultranza, no le importa golear. Sólo quiere ganar. Sabe de los riesgos de repetirse, de no variar la agenda de su primer mandato, pero refuta aquello de que las segundas partes nunca son buenas: “Tengo ganas, no vuelvo para fracasar”.