Análisis: Losardo y el avance de la mancha voraz cristinista

A la ministra de Justicia ya la agobiaron tanto que esta debe haber sido la peor experiencia de su larga vida profesional junto a Alberto. Ahora se quiere ir, igual que los otros que quieren que se vaya

Análisis: Losardo y el avance de la mancha voraz cristinista
Marcela Losardo, cuando asumió en diciembre de 2019. Allá lejos y no hace tanto tiempo.

Para conseguir la candidatura presidencial Alberto Fernández llegó a un acuerdo, el de ofrecer impunidad a cambio de gobernabilidad. Debe haber creído que era más fácil de lo que era porque se imaginó poder reformar la Justicia como él quería y lograr la impunidad como ella quería. Gustavo Béliz pudo haberle advertido (por sus dos experiencias frustradas en reformarla, una con Menem y otra con Néstor) que eso no sería posible, pero en apariencia pudo más la seducción del poder.

Bastaba con poner algunos jueces en el lugar adecuado, insistir en la tontería del lawfare y usar el poder que da la presidencia para dejar a Cristina y familia tan limpios como recién nacidos, pensó Alberto. Por su lado, él llevaría a cabo su regeneración judicial con la gente de su mayor confianza. Sin que una cosa se superponga con la otra. Tan fue así que cuando ocupó para sí el ministerio de Justicia, no puso en ella simplemente a la señora Losardo, sino que se puso a sí mismo porque ella siempre fue él, desde hace 35 años. Una apuesta tan audaz como delirante si apenas hubiera conocido un poco los bueyes con los que araba.

Los cristinistas, como una mancha voraz venida del espacio exterior, se han tomado cuatro años para ocupar todos los lugares estratégicos del gobierno a fin de que en 2023 Alberto no tenga nada y ellos tengan todo. Pero en algunos lugares se están apurando porque temen que el tiempo no les alcance. En particular, en justicia.

Y Alberto siempre cumple. Ya hizo una parte de su tarea sacando del área al ideólogo de la reforma judicial, Béliz, mandándolo a vegetar dirigiendo un Consejo Económico y Social que hace recordar a aquella frase pícara de Perón: cuando quiero que algo no salga, creo una comisión. Pero lo peor es que Alberto cree que algo saldrá de ese Consejo, mientras Cristina, como Perón, bien sabe que no. Es la diferencia entre hacer política y creérselas.

Queda ahora acabar con la ejecutora de la reforma y en efecto, a Marcela Losardo ya la agobiaron tanto que esta debe haber sido la peor experiencia de su larga vida profesional junto a Alberto. Ahora se quiere ir, igual que los otros que quieren que se vaya.

Ya se fue María Eugenia Bielsa porque algún día se atrevió a decir que en los gobiernos K hubo corrupción, “nosotros robamos” dijo dramáticamente. La eyectaron primero que a nadie, por honestidad personal y política. A Losardo la van a eyectar por honestidad intelectual y a Béliz ya lo mandaron a las nubes de Úbeda a que recite poesía.

Ahora solo falta elegir al verdugo que deberá ejecutar a la justicia para cumplir el pacto de impunidad, que no se pudo lograr tan fácilmente como el Alberto soñó.

Algunos dicen que con la entrega de su amiga, que es como si se entregara él mismo, el Presidente se ha mimetizado totalmente con Cristina. Que ya los dos son uno solo. Pero otros más crueles dicen que luego de la partida de Losardo, con el único con que logrará mimetizarse Alberto Fernández es con Parrilli. Aunque quizá no sean más que calumnias de los mal pensados de siempre. Mas sea como sea, la mancha voraz sigue avanzando.

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