Es extraño que el movimiento político supuestamente más grande de la Argentina tenga tantas dificultades pare renovarse, ya no digamos en ideas, sino siquiera mínimamente en personas. Dos de sus piantavotos más colosales son Amado Boudou y Aníbal Fernández. A éste último, pese a ser el principal -por lejos- artífice de la derrota del peronismo en las presidenciales de 2015, lo acaban de nombrar nada menos que en la cartera de seguridad. A Boudou no lo pueden nombrar porque está inhibido de ejercer cargos públicos de por vida al haber sido hallado corrupto y condenado por ello. ¿Caso contrario, le ofrecerían la cartera de Justicia?
Aníbal es parte de la picaresca del justicialismo en su versión kirchnerista. Su leyenda (verdadera) lo hizo tristemente célebre por aquel día durante el menemismo en que siendo intendente debió escaparse de la intendencia en el baúl del coche para que no lo metieran en cana. Su fuga salió en los diarios de la época. Luego, con el tiempo, se convirtió en un habitué de los cenáculos de poder del kirchnerismo.
Se cree un heredero intelectual de don Arturo Jauretche porque ha escrito junto a Carlos Caramello -otro excéntrico como él- un par de libritos sobre el legendario autor de las zonceras argentinas. La distancia entre el original y sus continuadores es infinita porque aquél fue un gran referente político intelectual de los años 60 mientras que Aníbal y Caramello son dos expresiones acabadas de la comedia a la argentina, la versión local de la comedia a la italiana, aquella donde los italianos se burlaban risueñamente de sus peores defectos. Aníbal es precisamente eso, uno de los defectos manifiestos en que ha derivado el ser nacional argentino en tiempos de dura decadencia.
Hace ya varios años, en una de sus habituales notas para el diario La Nación, el humorista Carlos Reymundo Roberts inventó una reunión entre él, Cristina y Aníbal que éste último tomó como cierto e increpó a Roberts, quien no sabía si reír o llorar.
Ese es Aníbal, un personaje que no sabe distinguir entre realidad y ficción, y frente al cual nadie sabe distinguir que parte de Aníbal es realidad y cual es ficción. A veces, por sus actitudes, parece sacado de un sketch de los tres chiflados, como una versión nac & y pop de Moe, salvo que en vez del flequillo de éste, tiene un bigote desaforado en su reemplazo. O sea, es, y parece que además le gusta ser, un personaje farsesco que dice payasadas pero pretende que lo tomen en serio, como alguien que dice verdades que los demás no se atreven a decir.
Siendo tan grande la intrascendencia de este politicastro, lo único que lo torna relevante es la cantidad de cargos -y la importancia de los mismos- para los que fue convocado en los años kirchneristas.
A él le hubiera gustado ser como el Jaroslavsky de Alfonsín o el Corach de Menem, pero le falta talla para alcanzar a cualquiera de esos dos puesto que es muy propenso a caer en el ridículo y ni siquiera parece darse cuenta, por lo que insiste en el mismo camino una y otra vez.
Ese personaje irresponsable famosísimo por haber asegurado que la inseguridad y la pobreza en la Argentina K no son realidades sino sensaciones, fue el candidato a gobernador de Buenos Aires cuya estrepitosa derrota arrastró a Daniel Scioli a perder la presidencia. Era tal su impopularidad que hasta una parte importante del peronismo le negó su voto.
Por eso es raro que ahora haya sido convocado a un cargo tan delicado como el de ministro de Seguridad cuando los votos que no obtuvo en 2015 fue precisamente por la mala evaluación pública de su persona como ministro de seguridad de los gobiernos kirchneristas.
Y se lo pone precisamente en el mismo cargo que llevó al kirchnerismo a la debacle electoral. Es algo extraño en un movimiento político tan preparado para sobrevivir como el peronismo. Porque era previsible que alguna macana grosera iba a cometer quien no se cansó de cometerlas en su larga trayectoria como funcionario. No pasó ni un mes desde que fuera designado ministro para que peleara el podio con Alberto Fernández a ver quien cometió el desatino más grande para alejar aún más los esquivos votos: si el presidente en el cumpleaños de Fabiola o Aníbal amenazando a los hijos del dibujante Nik. Dos errores colosales más allá de la acabada expresión de irresponsabilidad, por decir poco, de ambos hechos.
En fin, que el peronismo se está alejando tanto de la realidad que no se encuentra demasiado lejos de cometer un doblete: que el responsable principal de la derrota electoral de 2015 contribuya significativamente para que lo mismo se repita en 2021.