El sorpresivo triunfo que consiguió en las primarias el aspirante presidencial por La Libertad Avanza, Javier Milei, expuso mucho más que el hastío de un sector mayoritario de la sociedad.
La victoria de este lobo estepario que promete terminar con la “casta” política convalidó un drama que, tal vez, fue hasta ahora menospreciado en el debate público: la incapacidad de la dirigencia para garantizar la representatividad.
Milei arrasó, ganó en 16 provincias, impulsado por un electorado que desoyó identificaciones partidarias, y consiguió más del 30% del total de los votos en las Paso, en las que la participación no alcanzó el 70%.
Con sus mensajes dirigidos al “argentino de bien”, el provocador libertario canalizó el clamor de esa “mayoría silenciosa” que suele motorizar el “voto bronca” en las épocas de desánimo.
Pero la dimensión del fenómeno Milei también se explica porque fallaron todos los intentos en los partidos tradicionales para dar con una narrativa que les permita generar expectativas.
Algunas muestras de esa desconexión salieron a la luz durante los banderazos que se realizaron contra la extensa cuarentena que el gobierno de Alberto Fernández impuso para tratar de minimizar el impacto del coronavirus.
Las Paso revelaron que ese drama golpeó por igual a la coalición oficialista Unión por la Patria (UP) y a la opositora Juntos por el Cambio (JPC), pero también al Frente de Izquierda y a quienes trataron de proponer alternativas por fuera de la grieta.
JPC cosechó el 28,27% del total de los votos, apenas un punto más que un oficialismo que atraviesa serios problemas en el acuciante frente económico y que no logra salir de la trampa de la inflación.
En otras palabras, la oposición no logró capitalizar el mal momento de un peronismo acorralado e incluso sacó menos votos que en las primarias de 2019, cuando Mauricio Macri cosechó el 31,8% en la búsqueda de su reelección frustrada, también, por los resultados adversos en el frente económico.
Otro elemento que convalida el dilema de las estructuras partidarias es el referido a la dura derrota que afrontó el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, quien en los últimos dos años se abocó a construir un amplio armado en sociedad con los referentes más representativos de la UCR, guiados por el propio Gerardo Morales, y de la Coalición Cívica, con la bendición explícita de su fundadora Elisa Carrió.
Rodríguez Larreta perdió la interna por más de cinco puntos de diferencia contra una Patricia Bullrich que, en sintonía con Milei, desoyó los manuales de la corrección política.
A Rodríguez Larreta no le alcanzó la visibilidad propia de conducir la Ciudad de Buenos Aires, epicentro histórico del antiperonismo, ni el respaldo de los principales socios de la coalición opositora. Y quedó en una situación más que incómoda, porque en su carrera presidencial incluso optó por desafiar a su mentor Mauricio Macri para sortear las contradicciones del primer gobierno de Cambiemos.
Las urnas permitieron delinear las verdaderas particularidades de la próxima contienda presidencial, que podría resolverse en una segunda vuelta.
Pero también existen múltiples incógnitas por resolver en una Argentina aún impredecible. Por caso, vale preguntarse si Milei tendrá la capacidad para afianzar la apuesta de ese electorado rabioso que desoyó incluso las alertas en torno de sus propuestas más polémicas, como el cierre del Banco Central, la dolarización de la economía y el plan “motosierra” para aplicar un el ajuste del Estado aun mayor al que reclama el Fondo Monetario Internacional (FMI).
También habrá que ver si el frente JPC, con Bullrich al frente, logra alcanzar consignas superadoras para ganar volumen, o si el temor por la posibilidad de que asuma un gobierno más alineado con la derecha instala una oportunidad para que Sergio Massa pueda torcer su magro destino.