El índice de confianza en el gobierno de Alberto Fernández se desplomó en 2020

Es un sondeo de la Universidad Torcuato Di Tella. El Presidente registra un nuevo piso en la confianza de la ciudadanía. Los errores de gestión golpean las expectativas.

El índice de confianza en el gobierno de Alberto Fernández se desplomó en 2020
Alberto Fernández. El indice de confianza en el gobierno se desplomó en 2020

Las expectativas están golpeadas y marcan un nuevo piso para el Gobierno de Alberto Fernández. Hay un manto de incertidumbre por el futuro de corto y mediano plazo que ensombrece las decisiones a quien hoy todavía tiene un peso excedente para invertir. Y la Casa Rosada, con sus contramarchas, genera confusión y complica un escenario que se irá enrareciendo aún más a medida que se acerquen las elecciones.

Los traspiés de la gestión enmarañan las expectativas. El Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) que elabora la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) cayó en nueve de los doce meses del 2020. La medición de diciembre fue de 1,85 puntos, lo que representó una baja del 8,2% respecto a noviembre y se ubicó 6% por debajo de la última medición del gobierno de Mauricio Macri. “Es el nuevo piso para la gestión de Fernández”, dijo la UTDT.

Fernández había iniciado su gestión con un salto considerable el Índice de Confianza del Consumidor que elabora esa misma casa de altos estudios. Pero a lo largo de 2020, por la pandemia, la mayor crisis económica desde 2002 y la falta de previsibilidad, el indicador cayó en siete de los doce meses. Y cerró el año en diciembre con un descenso anual el 7,2%. Ese es el plafón desde el que partió el 2021.

Si se analizan los subíndices, el que experimentó la mayor caída fue evaluación general del gobierno, con un desplome del 13,5%. Mientras, la honestidad de los funcionarios bajó 7,4%; la capacidad para resolver problemas del país descendió 7,1%; la eficiencia en la administración del gasto público descendió 7%; y por último la preocupación por el interés general se contrajo 6,5%.

El cierre sorpresivo de las exportaciones de maíz fue un caso testigo de una gestión confusa. Se decidió, se generó un conflicto económico que amenazó con convertirse en político. Luego vino el diálogo. Se retrocedió a medias. Siguió el diálogo. Y el Gobierno terminó retrocediendo completamente. Todo en trece días.

Se había decidido sin dialogar contra un mercado que en 2020 generó u$s 5.850 millones. En el medio, el ministerio de Agricultura publicó que el stock del cereal era de 9.965.478 toneladas en diciembre y no de 4.270.000 toneladas, dato que había llevado a suspender exportaciones.

Compendio de contramarchas

En la sucesión de hechos aparece Vicentin como un ejemplo claro. Pero hubo otros: la autorización en el Boletín Oficial para que la medicina prepaga aumente sus cuotas un 7% en enero, con la desautorización en el mismo Boletín doce horas después.

El 13 de septiembre el ministro de Economía, Martín Guzmán, le dijo a La Nación: “Cerrar más el cepo sería una medida para aguantar y no vinimos a aguantar la economía”. El 15 a la noche, dos días después, el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, anunció un ajustazo del cepo.

En la mañana del 11 de enero, la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, dijo que se evaluaba diferir lo máximo que se pueda la aplicación de la segunda dosis de la vacuna Sputnik V para que más ciudadanos reciban antes la primera. A la tarde, el ministerio Ginés González García confirmó que podrían hacerlo. Y Fernández salió al cruce, diciendo que eso no iba a suceder.

En octubre el Tesoro había enviado una señal al mercado diciendo que no se iba a financiar más con adelantos transitorios (emisión) del Banco Central. ¿Qué hizo? Fue por las utilidades de la entidad. Guillermo Bermúdez, economista de la fundación Fiel, señaló que aquella asistencia al Tesoro de noviembre y diciembre disipó las expectativas en el corto plazo de un giro a la prudencia en el manejo de la política monetaria.

Hacia adelante, Bermúdez indicó que el Banco Central podrá sostener su estrategia de esterilización, con una lenta recuperación de la velocidad de circulación del dinero y una actividad económica que no muestra una rápida y difundida mejora. El drenaje de divisas y brecha de cambio continúan sin corregirse, mientras se agota el superávit de comercio. Ahí hay varias bombas a desactivar.

“Estas señales resultan ambiguas para el proceso de formación de expectativas de mercado en cuanto al manejo fiscal y monetario de los próximos meses, en especial sin una recuperación robusta de los recursos fiscales, o mayores correcciones como en el caso de los subsidios a tarifas”, expresó Bermúdez en un análisis de Fiel. Todo lo que el gobierno toque de aquí en adelante terminará teniendo implicancia en la inflación y en el nivel e inversión.

Gestión marcada la necesidad de bajar la tensión interna

Lucas Romero, politólogo y director Synopsis Consultores, consideró que la falta de confianza esponde a tres cuestiones. La primera: hay una ausencia de centralidad en el proceso de toma de decisiones. “Al inicio de este ciclo uno se preguntaba si Alberto iba a tener la palabra final. El tiempo terminó corroborando que la palabra final no está en Alberto”.

Se da una particularidad del tipo de liderazgo que ejerce el Presidente. Romero graficó que si la Argentina fuera un barco, Fernández sería el capitán con las manos en el timón que, en el medio de la tempestad, está atento primero a que los marineros no se peleen entre sí. Busca todo el tiempo consensuar con los marineros hacia dónde va a ir el barco por las divergentes líneas ideológicas en la coalición y eso no define una ruta segura.

El Presidente, analizó Romero, tiene “viciada” su legitimidad de origen porque lo eligió Cristina Fernández de Kirchner quien en realidad es la “dueña” de los votos. Frente a ello, el jefe de estado halló su “legitimidad alternativa” en la defensa de la unidad del Frente de Todos. “La unidad vino después de su designación como candidato. Eso lo obliga a tener un liderazgo consensual hacia adentro de su coalición”, marcó el politólogo.

En tercer lugar, dijo Romero, Fernández siempre fue un “operador político”. Siempre se dedicó a buscar acuerdos, a conversar, a persuadir, a dialogar. Esa característica personal le complica la toma de decisiones concretas. “Tiene un funcionamiento más de jefe de Gabinete. Él cree que es el único que está capacitado en hablar sin alterar los ánimos internos”, analizó el politólogo.

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