El título de esta nota es el mismo de la consigna con el cual un grupo de ultrakirchneristas convoca a una movilización y acampe para el próximo lunes a fin de exigir la libertad de algunos políticos presos entre los cuales se encuentra Juan Pablo Schiavi condenado por la tragedia de Once, Ricardo Jaime confeso y arrepentido de innumerables delitos y hasta el Caballo Suárez apretador sindical de tristísima fama. Y Boudou, of course. Reos condenados con pruebas más que suficientes, hasta sobrantes.
Para peor, a Cristina Kirchner la ponen en ese afiche junto a esa gentuza y a otros de similar tenor. Y a todos los ubican bajo un manto ideológico preciso que va incluso más allá del delirio del lawfare. Con esa consigna de que “las cárceles no son para lxs compañerxs” explícitamente se está diciendo que, sea corrupto u honesto, todo militante de mi sector político no debe ir preso precisamente por eso, por ser de mi mismo color. Ya sea un burro o un gran profesor. Con ser peronista basta y sobra para portar la impunidad como si fuera el DNI.
La carta escrita ayer por la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, se inscribe en esa misma lógica aunque lo haga de un modo más refinado, pero igual de apasionado y desmedido.
A diferencia de pedir libertad para los cumpas por el solo hecho de serlo, Cristina se eleva a las alturas donde siempre soñó estar porque el tenor de la carta, si viviera en el Imperio Romano, es que como ante la incompetencia del César para cumplir las funciones de conducción imperial, el Senado asume ese papel y delega al César al mero papel de fachada para mantener mientras se pueda la formalidad institucional.
El Senado de Cristina, según Cristina, es uno que jamás hizo tantas cosas buenas como este año y que a partir de ahora le declara la guerra al Poder Judicial ya que éste está buscando hacerle un golpe al debilitado César impidiéndole manejar la economía y también intentándola meter presa a Ella, la presidenta del Senado y la real conductora de la Nación.
De hecho estamos ante un evidente conflicto entre poderes de suma gravedad institucional. Para peor, el titular del Poder Ejecutivo, el presidente Alberto Fernández, no tiene la menor idea de donde estar parado. Dijo en agosto que aunque comparta o no todos los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, ella siempre actúa ajustada a derecho. Pero ahora acaba de decir que en la mayoría de las cosas que dijo Cristina contra la Corte, su vice tiene razón. O sea, es imposible contar con Alberto Fernández ni siquiera para mediar en el conflicto, porque salta de un lado para otro sin solución de continuidad.
Cristina propone una salida: hacer lo mismo que hizo Néstor Kirchner al asumir su mandato presidencial con la Corte heredada del menemismo, mediante juicios políticos y otras yerbas destituirlos a todos u obligarlos a renunciar. La única gran diferencia es que en aquel entonces Néstor no necesitaba aún jueces supremos adictos para desarrollar sus políticas, mientras que hoy Cristina los necesita imperiosamente, pero ni siquiera para desarrollar las políticas de su gobierno sino para no ir presa, o al menos para que no prosigan los juicios en su contra, de los cuales en lo que va del año no ha podido eliminar ninguno pese a que se intentó de todo.
Justo al cumplirse el primer aniversario del gobierno peronista Cristina avisa casi sin ningún disimulo que se le acaba de terminar a Alberto Fernández el plazo que le dio para que le solucionara sus problemas con la justicia, y que ahora ella se hace cargo de la conducción estratégica del problema. Y para eso, con esta Carta, convoca a la movilización de sus cumpas, esos que piensan que las cárceles no son para lxs compañerxs.
De ahora en adelante, en consecuencia, todo está permitido.
Cristina, indignada con Alberto por lo que ella supone su pusilanimidad y desesperada por la situación judicial de ella y sus hijos, ha decidido jugar con fuego. Demasiada pasión en el momento en que más reflexión y prudencia se necesitan frente a un país real que nada tiene que ver con estos debates y que está sufriendo en serio, mientras los que se supone deben defenderlo se pelean entre sí como si fueran dioses del Olimpo solo ocupados de sus propios egoísmos, de su propia sobrevivencia.