Muerto el experimento político que intentó al delegar la presidencia en Alberto Fernández, Cristina Kirchner se ha lanzado a otro, más riesgoso: diferenciarse en todo lo que pueda del gobierno que integra, sin resignar las cajas que administra, para que cada error de la actual administración legitime su posición y sus expectativas electorales para 2023.
Es una pirueta desesperada, que intenta vender como “nueva genialidad estratégica” el fracaso evidente de su más reciente “genialidad estratégica”. Cristina propone una nueva estafa piramidal: les está pidiendo a los votantes estafados un nuevo aporte para pagar lo que incumplió. Pero así como le funcionó bien electoralmente la candidatura vicaria de Alberto Fernández, no hay por qué descartar que este nuevo intento de prestidigitación política consiga convencer a algunos, o a muchos, de sus fieles.
“Ultrainflación”
A diferencia de lo que hacía cuando era presidenta, esta vez la vice decidió primero ponerle nombre a la estafa para luego tomar distancia. Habló de “ultrainflación”, una terminología que ni sus opositores se animan a usar. Para bautizar lo que pasa, Cristina no se preocupa por la precisión de los técnicos, sino por sintonizar con la percepción que el ciudadano común tiene del aumento constante de los precios.
Para irresponsabilizarse por la ultrainflación, la vicepresidenta decidió mantener y acrecentar el canibalismo político contra su propio gobierno. A tono con la voracidad inflacionaria, va multiplicando el número de las cabezas que reduce. Pero el dato principal es el esfuerzo dialéctico que viene ensayando la vice para despegarse de la bancarrota oficialista frente a la ultrainflación mediante un discurso exculpatorio más sofisticado.
Cristina es consciente de que sólo le quedan excusas frágiles frente al descontento social por la inflación. Por eso insiste con una impugnación más compleja. Necesita desarticular el discurso dominante sobre las causas de la inflación: que la inflación se debe al déficit fiscal y al exceso de emisión monetaria.
Intenta instalar lo contrario: que las causas de la inflación son en realidad su consecuencia. De allí su interés por señalar la formación concentrada de precios, la creciente toma de deuda y la evasión fiscal no como una secuela del gasto desenfrenado del Estado y la consecuente pauperización de la moneda, sino como las causas de la ultrainflación.
Es el mecanismo de la irresponsabilización de ella frente a su gobierno, pero elevado al cuadrado: la irresponsabilización del Estado frente a las políticas que aplica. Como si las ganancias de las empresas impactaran en los precios, pero la maquinita de impresión de billetes no. Ese pase de magia inverosímil se advierte especialmente cuando compara el déficit fiscal y financiero de la Argentina con los de las potencias del Grupo de los 20, en especial los Estados Unidos.
Con guiño a la perspicacia, aclara que en Estados Unidos ese déficit no es grave porque allí tienen la máquina de imprimir dólares. Como si no estuviese manejando su propio Gobierno la máquina de imprimir moneda local y formando precios con eso.
Una necesidad, un peaje
El atajo que busca para evadir esa evidencia es –para decirlo en sus términos– el “yeite” de la economía bimonetaria. También allí la traicionan los ejemplos. A Techint le renovó la queja por la importación de insumos por 200 millones de dólares. Una cifra sustancialmente menor a las pérdidas por más de 430 millones de dólares que informó Aerolíneas en su último balance. Esas pérdidas ocurrieron pese a los subsidios por 650 millones de dólares que recibió la empresa de bandera el año pasado. Una cifra similar a lo que se llevan en dólares las importaciones de bienes de consumo similares al celular de la vice, que encima –Cristina dixit– “es una porquería”.
Al hablar del “festival de importaciones”, Cristina entregó otra clave. No sólo criticó el supercepo actual al dólar, sino que apuntó a la asignación discrecional de divisas para la importación. El kichnerismo mantiene intacto su olfato: donde hay una necesidad, hay un peaje. Mal que le pese a la doctrina Rosenkrantz.
El mismo reflejo es el que guía a Cristina con el novedoso cuestionamiento a los piqueteros. Sintoniza con la irritación social por los piquetes constantes, al mismo tiempo que reclama la caja para administrarlo sin intermediarios desobedientes.
La oposición a Cristina Kirchner no debería subestimar este nuevo experimento de autopreservación política de la vice. Ella resolvió dar un debate macroeconómico con discurso estatista, pero también criticó a Javier Milei. Sus adversarios tienen el desafío servido en bandeja: empieza a quedar claro que el problema de la ultraderecha se corrige afianzando el centro, no corriendo el centro hacia la ultraderecha.