El “Lole” Reutemann comenzó su carrera política a impulsos de Carlos Saul Menem, allá por 1991 cuando fue electo gobernador por Santa Fe, cargo que -salteando un periodo- ocuparía un par de veces. Todo el resto de su carrera política -hasta su muerte ocurrida ayer- sería Senador de la Nación por la provincia de Santa Fe.
Fue siempre un hombre moderado, de pocas palabras y de actitudes razonables, que huyó siempre de los extremos y apoyó indistintamente a quienes más se alejaban de los mismos. Su sentido político era práctico, basado en su experiencia de corredor automovilístico y de productor rural, actividades de las que aprendió mucho y que nunca dejó de lado para hacer política, por lo que nunca fue un diletante o un arribista, sino el mismo hombre de siempre en una tarea distinta. Podría decirse que se fue de este mundo siendo un político hecho y derecho ya que dedicó la mitad de su vida a dicha vocación y siempre todos lo respetaron.
Sin embargo, este hombre con tanto sentido de la moderación y que en general tomó casi siempre decisiones correctas, dejó pasar la gran oportunidad de su vida, justo el momento en que su personalidad y la historia se conjugaban como nunca en una sola cosa, algo que pocas veces suele ocurrir.
En 2002/3 el presidente Eduardo Duhalde, electo por el Congreso, había decidido no presentarse en la elección popular y por ende siempre quiso ser continuado por Carlos Reutemann cuyo prestigio en ese entonces del que se vayan todos, era inmejorable. Tenía en cartera también a José Manuel de la Sota pero sólo en segunda instancia porque éste estaba bastante cuestionado. Por eso insistió tanto con el “Lole”, quien al principio parecía dispuesto a aceptar, frente a lo cual todo el mundo pensaba que la elección presidencial sería un mero trámite ya que él le ganaría a Menem y a todo quien quisiera disputarle el cargo.
No obstante, de una manera críptica y con pocas palabras, Reutemann insinuó, antes de aceptar, haber visto algo lo suficientemente malo para que él se corriera de esa posibilidad. Algo que, por supuesto, y en el caso de haber existido, desde ayer sabemos que se llevó a la tumba.
Luego la historia es conocida, subió De la Sota quien nunca pudo medir lo suficiente para ser el candidato oficial y entonces, Duhalde decidió jugarse a la aventura de poner a un desconocido como Néstor Kirchner que demostraba gran vocación de ser y que a la vez parecía ser controlable por su escasa entidad.
Lo del “Lole” es lamentable porque su oportunidad histórica la tuvo justo en el momento en que, por primera vez luego de más de cien años, las materias primas exportables argentinas pasaban a valer a precio de oro como en los mejores momentos de la vieja Argentina agroexportadora. Y Reutemann era el único hombre de la política, además con amplio consenso, que expresaba tanto los intereses agroexportadores como las concepciones justicialistas más liberales y más republicanas. Era, a no dudarlo, el hombre del destino, solo con observar todo lo que pasó después.
El justicialismo que ganó las elecciones con el apoyo del aparato oficial, resultó ser el ideológicamente más enfrentado con el campo argentino, tanto en intereses como en ideología, tal cual se expresó en el debate de la 125, que de algún modo aún no ha terminado del todo porque los gobiernos K nunca dejaron de estar enfrentados con el sector más productivo de los productores agrarios desde que el mundo revalorizó el papel de las commodities por el renacer chino y asiático en general. Por supuesto que aún sin dejar de lado su identidad partidaria, Reutemann jamás apoyó a los K en sus delirios con el campo.
En fin, todo esto hoy ya es historia contrafáctica, pero es imposible dejar de imaginar qué otro país muy distinto al actual se hubiera podido tener si el campo y el gobierno, en el momento de mayor dinamismo agroexportador, hubieran marchado para el mismo lado. Y allí es cuando Reutemann aparece, en los papeles, como la síntesis perfecta. Y los Kirchner como el conflicto perfecto. Pero Néstor fue presidente y el “Lole” -que hubiera podido ser una cosa muy distinta- no. Por razones que jamás podremos entender, salvo quizá conjeturar.