Agobiada por la obsesión de Cristina Kirchner con acelerar las reformas en el Poder Judicial, Marcela Losardo claudicó y su salida (aún no concretada) no hizo más que volver a exponer el nivel de presiones que afronta el gabinete de Alberto Fernández, ya devaluado por el desgastante camino para superar la crisis económica y el drama del coronavirus, y también por escándalos inaceptables como el del “Vacunatorio VIP”.
Los acontecimientos públicos indican que la saliente ministra de Justicia fue víctima de la mesura, de su vocación por no asumir consignas apresuradas y difíciles de justificar ante una sociedad con niveles de pobreza que superan el 40 por ciento. Su último “pecado” fue aclarar que la Comisión Bicameral que el oficialismo quiere crear para controlar al Poder Judicial no tendría facultades para “sancionar a jueces”, tal como lo había sugerido el senador kirchnerista Oscar Parrilli.
En ese contexto, el paso al costado de Losardo, una de las personas de mayor confianza de Alberto Fernández, reavivó las especulaciones en torno a la administración del poder en la Casa Rosada.
La definición todavía es un misterio y circulan los nombres de albertistas como Julio Vitobello, kirchneristas duros como Juan Martín Mena, peronistas combativos como Martín Soria, massistas moderados como Ramiro Gutiérrez y hasta el de una prestigiosa jurista involucrada con el feminismo como Marisa Herrera. Y claro que siempre puede haber sorpresas.
Por ahora, el albertista más comprometido con la cruzada de Cristina Kirchner contra el “lawfare” es el propio Alberto Fernández. Él es el que defiende esa teoría de conspiración que indica que la ex presidenta fue víctima de una campaña de persecución judicial que se llevó adelante durante el gobierno de Cambiemos.
Ese es el argumento con el que los oficialistas critican todas las investigaciones por corrupción contra ex funcionarios kirchneristas y dirigentes sociales como Milagro Sala. Para la oposición, esas proclamas no son más que la búsqueda de impunidad.
Agendas diferentes
Fernández aprovechó su discurso ante la Asamblea Legislativa para dejar en claro que prioriza todas las acciones tendientes a reformar el Poder Judicial. Incluso aquel 1 de marzo se hizo eco de la denuncia contra el presidente de la Cámara de Casación Penal, Gustavo Hornos, por sus encuentros con el ex presidente Mauricio Macri.
El Presidente defiende con convicción lo que agotó a Losardo: respaldó cada palabra de la diatriba de Cristina Kirchner en la causa del dólar futuro, en la que se asociaron con el lawfare las presuntas irregularidades en la administración de alrededor de U$S44.000 que Macri le pidió al FMI.
“Todo lo que dijo Cristina es verdad”, resumió el Jefe de Estado, que además interrumpió su actividad en la Casa Rosada para condenar el escandaloso mensaje contra las mujeres que el juez Juan Carlos Gemignani escribió en el grupo de WhatsApp que tiene con otros integrantes de la Cámara de Casación Penal.
Esa agenda que promueve la Vicepresidenta y que toma el Presidente es la que “agobió” a Losardo y la que promete complicarle el andar al resto de los referentes albertistas del Gabinete, ya sea porque desdibuja sus gestiones y eventuales logros (como los que se perciben en el frente económico) o porque constituye una consigna con contradicciones que son preferibles evitar, sobre todo cuando el Gobierno debe blindarse hacia las elecciones de medio término.
En la lógica de Cristina, no hay margen para dar pasos en falso: así lo demostraron las salidas de María Eugenia Bielsa por su incapacidad para controlar el conflicto de las tomas de tierras y de Ginés González García por sus gestiones paralelas para darle la vacuna del coronavirus a un grupo de privilegiados de su entorno. Y no hay un solo ministro que tenga garantizado el éxito de su gestión, los problemas apremian en todos los frentes.
Aunque Alberto Fernández sigue escoltado por propios como Vitobello, secretario general de la Presidencia; Vilma Ibarra, secretaria de Legal y Técnica; Gustavo Béliz, secretario de Asuntos Estratégicos, y Juan Manuel Olmos, jefe de Asesores, es sabido que cada espacio a cubrir es una oportunidad que entusiasma al kirchnerismo.