Antes que cualquier otra cosa, hay que señalar el gran error: la banda de los copitos de azúcar no existe. O, al menos, todavía no hay pruebas de que este grupo de buscavidas que se dedican a patear las calles porteñas vendiendo enjambres de algodón azucarado compongan una banda.
Hay indicios de que por lo menos tres de ellos podrían haber sabido o sospechado de la intención de matar a la vicepresidenta Cristina Fernández. También se van descubriendo fotografías en las que a tres de ellos se los ve cerca del departamento de Recoleta donde vive Cristina.
Hasta existe una cómica fotografía de uno de ellos, oculto entre la multitud, enarbolando su rama con algodones azucarados en medio de una manifestación de apoyo bajo el departamento de la vicepresidenta ¿Qué persona adulta se pondría a masticar una nube de azúcar rosado mientras está brindando su aliento sobrio a una líder perseguida –como ella declara– por una conspiración que incluye al Poder Judicial, a los líderes opositores y a los medios de comunicación?
Peaky Blinders de Barracas
Hasta ahora, la banda de los copitos es apenas un título ganchero para los titulares. Al grupo no se le conocen antecedentes delictivos. No hay testimonios, ni prontuarios, ni captura de mensajes telefónicos que indiquen la existencia de otras actividades ilegales compartidas.
No se han detectado fuentes de financiamiento externas al grupo que indiquen que fueron utilizados por otro cerebro perverso. Por ahora, los copitos no alcanzan a ser ni los Peaky Blinders de Barracas, el barrio porteño donde vivían algunos de ellos.
Por eso es que llama tanto la atención que dos personas, la pareja compuesta por Fernando Sabag Montiel y por Brenda Uliarte, hayan querido comenzar su incursión en el universo del crimen asesinando nada menos que a la persona más poderosa de la Argentina.
El primer bocado sangriento que quisieron morder fue una expresidenta. Nada de comenzar una digna carrera criminal robando carteras en las paradas de colectivo o engañando a jubilados con dólares falsos. No sabían pescar mojarritas y fueron derecho a encarar a un tiburón.
Bueno, aunque sí tenían un antecedente criminal común: ambos contaban con falsos certificados de discapacidad emitidos por el Estado.
Pero se sabe: engañar al Estado argentino con falsas pensiones y certificados es casi un deporte nacional. Así lo señalan las estadísticas que revelan que el país tiene un millón y medio de personas que cobran por certificado de discapacidad. Un país con necesidades especiales, sin dudas.
Ataque a Cristina Kirchner: un sicario desatento
Más increíble es todavía, lo que cuentan las últimas novedades judiciales. Sería ella, Brenda, el cerebro de la banda. Ella habría convencido, no se sabe cómo, a su compañero “copitero” para que pusiera la pistola a solamente centímetros de las sienes de la vicepresidenta y apretara el gatillo.
Ella lo habría enviado a matarla. “Hoy me convierto en San Martín. Voy a mandar a matar a Cristina”, le escribió por teléfono a una amiga. Claramente, la cerebro de la banda tenía mala información sobre las hazañas reales de San Martín.
Pero el asesino que habría enviado Brenda falló. Por un motivo humillante. Se trataría, por lo que se sabe hasta el momento, del sicario menos profesional y más desatento de la historia del sicariato internacional.
Sabag Montiel, que hasta grababa videítos pavoneándose con la pistola Bersa Lusber calibre 7.65, en el momento decisivo se olvidó de cargar el arma. Mejor dicho: la pistola tenía balas, pero no donde debían estar: en la recámara.
El sicario Sabag Montiel se habría comportado como un panadero que no amasó el agua junto con la harina antes de meterlos al horno, o como un médico que quiso operar habiéndose olvidado el bisturí en un cajón del escritorio ¿Quién corre a ejecutar un magnicidio y no se asegura de que la bala esté en el recoveco indicado de la pistola?
Cualquier niño argentino ha visto ya 200 películas sobre asesinos profesionales, que les enseñaron a quitarle el seguro al arma, recargar, y hacer que cualquier revólver dispare. Casi que uno podría arrojar una escopeta recortada en el patio de un colegio primario y estar seguro de que –gracias a este exceso de pedagogía cinematográfica– habría por lo menos un niño que supiera cargarla y hacerla funcionar.
Pero Sabag Montiel no habría visto tampoco esas películas.
Atentado a Cristina Kirchner: asesinos, pero laburantes
Hasta ahora, quien sería la materia gris de los copitos, Brenda, sí mostró sangre fría en la conferencia que ofreció a un canal de televisión porteño junto al resto de sus compañeros vendedores. Allí, vestida con un tapado de piel, como cualquier vendedora callejera, afirmó: “Nos están culpando por algo que no hicimos. Dicen que somos un grupo terrorista. Y nada que ver”. Y agregó: “Nosotros buscamos el mango, somos gente trabajadora, queremos laburar”.
Otro de los copitos, el supuesto jefe del grupo de vendedores, Nicolás Carrizo, además escribió en sus mensajes telefónicos que también querían matar al jefe de La Cámpora, el diputado nacional e hijo de la vicepresidenta, Máximo Kirchner. Eso es planear en grande.
–”Esto estaba planificado para dentro de una semana. Hizo todo mal. Es un pelotudo”, escribió Carrizo sobre el malogrado sicario. “Estamos decididos a matarla a la puta esa”, agregó.
Los mensajes previos entre ellos son una prueba inapelable de amateurismo que explica el fracaso de sus intenciones homicidas.
El componente antipopulista y reivindicatorio del valor del trabajo de este grupo que muchos supondrían beneficiario de la avalancha de planes sociales que ha descargado el grupo político de la vicepresidenta, ha desconcertado al Gobierno.
En las entrevistas televisivas previas, Sabag Montiel y Brenda hablan contra los “planeros” y reivindican su trabajo como vendedores callejeros.
Las balas que no salieron
Luego del intento de atentado cualquier oficialista hubiera apostado a que el revólver lo sostuvo un representante de la oposición, un vecino recalcitrante de Recoleta, un enviado de la sinarquía internacional contra la que despotrica la vice.
Pero no: fue un lumpen de la selva del conurbano bonaerense. Un hijo de la geografía donde van a parar las millonadas que inyecta mensualmente el kirchnerismo para sostener la principal base electoral de la vicepresidenta.
Vistos con mirada histórica, los copitos también empalidecen frente a los otros delincuentes que también intentaron cometer magnicidios en otras épocas argentinas. Son la farsa que sigue a la repetición de la tragedia histórica.
Al presidente Domingo Sarmiento lo intentó asesinar un grupo de inmigrantes mezclados en la lucha política de aquellos años, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. A Julio Argentino Roca lo intentó asesinar, un demente primero y un obrero desempleado e ideologizado después.
A los presidentes Manuel Quintana e Hipólito Yrigoyen, los quisieron matar los anarquistas. A Figueroa Alcorta le enviaron una bomba en una cesta de frutas, que no explotó, y le arrojaron otra a los pies, también sin resultados. A Raúl Alfonsín, los militares golpistas le colocaron una bomba que fue descubierta antes de explotar, en un predio castrense de Córdoba.
Es decir, la historia argentina es una sucesión de magnicidios fracasados, que llegan hasta 2022 y el reciente intento, también fallido, contra la expresidenta.
Cada uno de estos intentos pudo haber cambiado la historia nacional. Pero las balas que no salieron, las bombas que no explotaron, la escasa puntería de los sicarios o la mala calidad de las armas que usaron los atacantes explican que Argentina siga siendo un país sin magnicidios por lamentar.