El gobierno nacional se equivocará rotundamente si aparte de decirlo, piensa en serio que las manifestaciones populares que todos los feriados se realizan a lo largo y lo ancho del pais, se deben a una conspiración opositora y/o a una conspiración golpista, Y se equivocará aún más si subestima los motivos reales de esas marchas.
Suena además del todo hipócrita que uno de los que más ofendió ayer a los manifestantes del 120 sea el ministro Agustín Rossi quien en diciembre de 2017, siendo diputado, cuando se trató la reforma jubilatoria propiciada por Cambiemos llamó, desde dentro del recinto legislativo, a la resistencia popular y a los cacerolazos, incitando con sus palabras a un grupo de desaforados patoteros que desde la plaza lanzaban piedras y disparaban morteros con intención de invadir a los golpes la institución. Pero aquellos bárbaros eran el pueblo resistente a la oligarquía y los de ayer son gorilas queriendo destituir al gobierno popular. Con las palabras se puede decir cualquier cosa, pero como afirmaba el gran juez Carlos Fayt, los hechos son sagrados. Y lo de ayer fueron hechos reales de una significativa parte de la sociedad argentina a la cual este gobierno vive menospreciando, tapándose la nariz en señal de desprecio hacia ella, atacando de todas las formas posibles al mérito, que fue el gran instrumento de la clase media argentina para protagonizar la más extraordinaria gesta de movilidad social ascendente en toda América Latina.
Este gobierno desprecia a la clase media a pesar de formar casi todos de ella (y de su sector más acomodado, gracias casi siempre a la única movilidad ascendente que sigue existiendo en el pais, la de la política).
Debería el gobierno, al decir que representa a todos los argentinos, leer lo que quieren decir con sus movilizaciones estas multitudes tan respetables, valiosas y populares como cualquier multitud que reclama por sus derechos. En vez de la lectura retorcida basada en el prejuicio ya enteramente arcaico de que sólo ellos pueden ocupar los territorios de la calle y que los demás son una especie de invasores alienígenas.
Deberían, además, preguntarse si no están fallando en varias cosas, como en esa cuarentena eterna cuyos datos cuantitativos son aplastantes en su contra, acercándose o incluso superando en contagios y muertes a todos esos países de los que se burlaron cuando tomaban a dicha cuarentena como una gesta malvinera y a los que la criticaban como defensores de la muerte.
Deberían pensar si los brutales y desaforados intentos de impunidad judicial que ordena la vicepresidenta y el presidente ejecuta, pueden ser tolerados por ciudadanos amantes de la república, forjados al calor del aprendizaje democrático de más de 30 años.
Deberían alegrarse de que aparte de reclamar por sus reivindicaciones particulares y sectoriales, una gran parte del pueblo de la nación argentina salga a reclamar también por las instituciones y la libertad. Por algo que es de todos y no sólo de los que reclaman.
Debería el gobierno sacarse las anteojeras y en vez de ver la paja en el ojo ajeno (que también la hay, como ir a la casa particular de Cristina Fernández) ver la viga en el suyo propio.
Deberían, en suma, dejarse de despreciar a esa clase media sobreviviente, que quiere que el país vuelva a ser enteramente de clase media.