En momentos de crisis profundas como los actuales, indudablemente vuelven a resurgir debates acerca de modelos y/o proyectos de país porque sentimos que tal como está el país no nos contiene, o al menos no nos contiene a todos. Y, a la vez, sentimos que no somos una sola cosa, que dentro de la Argentina de hecho residen varios países, algunos de ellos muy diferentes.
La provincia de Buenos Aires con su conurbano es un país en sí mismo, lo es el feudalismo norteño y también la Patagonia desierta, como electoral y socialmente hoy se expresa también la franja del centro de la nación que es la más rebelde al actual modelo populista que nos gobierna. Si se siguen profundizando los problemas, es muy posible que esa distribución política geográfica puedan entrar en algún tipo de conflictos entre sus miembros.
Esta semana el ex gobernador Cornejo viajó a Formosa para participar en actos de protesta contra el autoritarismo local, y mientras eso ocurría nuestro gobernador Suárez expresaba las grandes diferencias que existen entre Mendoza y Formosa, como oponiendo dos modelos de país e insinuando algún tipo de separatismo progresivo entre ambas formas de hacer política.
El norte argentino tiene muchísimas expresiones de política caudillesca donde los gobernadores se perpetúan en sus cargos basándose en la dependencia que hacia el empleo público tiene la mayoría de su población. Formosa es hoy la mayor expresión de esas prácticas ya que su primer mandatario, Gildo Insfran, lleva más de 25 años continuados en su cargo, y venía de ser antes dos veces vicegobernador. Casi la perpetuidad.
En cambio, las provincias más autosuficientes como Santa Fe, Córdoba o Mendoza tienen instituciones bastante más fuertes que sus hombres fuertes si los hubiera. En nuestra provincia, como en Santa Fe, no casualmente, ni existe la reelección inmediata del gobernador.
Mendoza ni siquiera tuvo caudillos muy significativos a su largo de su historia. El federal Aldao tuvo muchos problemas para imponerse y por el lado liberal Emilio Civit fue lo más parecido que podría parecerse a un caudillo institucional, con algunos excesos pero con una constitución que lo limitaba ampliamente.
La democracia de 1983 no pudo solucionar este problema entre dos países tan diferentes en un solo país y las tendencias para un lado y para el otro se contradijeron constantemente. Nuevas constituciones con nuevos derechos coexistieron con intenciones de perdurabilidad indeterminada en los cargos. En su momento La Rioja, ahora Formosa, pero también Santa Cruz lo lograron. Y conste que de esa cultura política surgieron nada menos que los presidentes Menem, Kirchner y Cristina Fernández, tres de los más importantes de la nueva era. Cultura que sin duda trasladaron a la nación.
El argumento con que se fundamenta la reelección indefinida es antirrepublicano. Sostiene que la voz del pueblo es sagrada y por lo tanto si la gente quiere elegir a un mismo gobernador por toda su vida está en su derecho. Ya en épocas de Montesquieu ese debate había sido superado, porque una democracia debe equilibrarse con un modelo republicano de división y de control donde los poderes no solo se limiten entre sí, sino que cada poder sea limitado por dentro. Y no hay control más republicano y constitucional que limitar las reelecciones para que la república no devenga una monarquía como de hecho lo son muchas provincias del norte.
Han existido varias rebeliones en democracia a esas verdaderas dinastías. El caso María Soledad en Catamarca develó las elites políticas corrompidas que este sistema feudal genera. La pelea del obispo Piña para evitar la reelección indefinida del gobernador Rovira en Misiones fue un éxito de la civilización contra la barbarie. Incluso la propia intervención por el gobierno nacional en la autocracia juarista de Santiago del Estero.
Lo interesante de esos ejemplos es que en general los gobiernos nacionales, pese a que los gobernantes locales cuestionados eran en general de sus mismos partidos, no los impulsaron, dejaron de alguna manera hacer a sus pobladores para que resistan e intentaran modernizar las instituciones de esas provincias.
Pero ahora ocurre exactamente lo contrario: la rebelión de la clase media formoseña que por primera vez cuestiona el autoritarismo reinante de un modo que se puede visibilizar por fuera de la provincia, está siendo apoyada por la opinión pública nacional y por los partidos de la oposición. Pero el gobierno nacional ha hecho causa común con Insfran, o sea que está apoyando lo retrógrado por sobre lo progresista, al caudillo por sobre las instituciones, a la barbarie por sobre la civilización.
Esa es la gran diferencia, que para los dos políticos más poderosos del país, el presidente y la vicepresidenta de la Nación, el gobernador de Formosa es un modelo a imitar y a defender. Allí está el peligro si el gobierno nacional se separa de los reclamos populares por una mayor institucionalidad en el país.
En fin, mientras sigan existiendo Mendoza y Formosa como dos provincias susceptibles de expresar dos modelos de país sustancialmente distintos, será muy difícil construir un único país para todos donde la comunidad nacional nos integre en una misma Constitución más allá de las lógicas diferencias locales. Hoy corremos, por el contrario, el riesgo de la desintegración.