El Mendozazo, inserto dentro de una innumerable cantidad de puebladas de corte insurreccional ocurridas entre 1969 y 1972, fue la expresión de una Argentina que ya no existe más, que empezó a morir poco después, cuando entre 1975 y 1976 implosionó el peronismo post Perón y los militares retomaron el poder para gestar una dictadura criminal, genocida, cuyo fracaso estrepitoso dio origen a la democracia que hoy vivimos, la cual fue producto más de las frustraciones que de las esperanzas del país anterior.
Desde el Cordobazo acontecido en mayo de 1969 hasta el Mendozazo datado en abril de 1972, el país entero pareció incendiarse bajo los fuegos revolucionarios del Rosariazo, el Tucumanazo, el Viborazo y una veintena más de eventos que poco a poco fueron tumbando al gobierno militar iniciado en 1966 por Juan Carlos Onganía y que sobrevivió hasta 1973 con Alejando Agustín Lanusse. En el medio, debido en medida superlativa a dichas insurrecciones, cayeron el ministro de economía Adalbert Krieger Vasena, los presidentes Onganía y Levingston, y en Mendoza el gobernador Francisco Gabrielli. Fue como que una serie de tsunamis sociales barrieran con todo el pasado para supuestamente generar algo nuevo, que a la postre no vendría.
La Argentina de los años 60 era producto de un empate político entre los dos sectores de mayor poder: el populismo peronista, prohibido desde su caída en 1955 pero que conservaba la mayoría de los votos y los militares que se consideraban los custodios del orden constitucional, aunque cada vez que asumían lo que hacían era romper ese orden constitucional. Entre ambos pululaban la UCR y otros partidos menores que de tanta en tanto llegaban al gobierno pactando con el peronismo o con los militares, tras la esperanza de poder llamar a elecciones libres pero cuando lo intentaban, los militares, los sindicalistas o las fuerzas “vivas” empresariales se lo impedían. Era inevitable que ese imposible empate, ese enrevesado entramado político generara formas anormales de resistencia, de las cuales las puebladas insurreccionales fueron su magna expresión.
No obstante, desde el punto de vista social, la Argentina era aún un país bastante razonable, no con la grandeza que tenía a inicios del siglo XX cuando parecía destinada a ser los Estados Unidos de América del Sur o la Europa de América, pero sí sobrevivía un país de clase media, único en América Latina, donde casi todo el mundo era de esa clase social, y quién aún no lo era aspiraba a serlo. Un país con escasa pobreza y con problemas económicos generados más que todo por los furiosos enfrentamientos políticos que por otra cosa. O sea un país socialmente vivible pero políticamente imposible. Paradójicamente, mejor que hoy que somos social y políticamente imposibles.
En esa Argentina, las insurrecciones provinciales no fueron, entonces, producto de la miseria sino de las crisis políticas combinadas con las esperanzas de ascenso social. No salieron a la calle los más desesperados, sino obreros, estudiantes, maestros y hasta pequeños empresarios que aspiraban a progresar social, económica y culturalmente, en un país saturado de obstáculos políticos para ello.
En Córdoba 1969 los principales sujetos del Cordobazo fueron los obreros mejor pagos de los sindicatos industriales y los estudiantes hijos de la burguesía en todas sus expresiones, alta, media y baja.
En el Mendozazo 1972 lo fueron los maestros sindicalizados, obreros concientizados, estudiantes ideologizados y empresarios pymes que no podían pagar los irracionales aumentos de los servicios públicos.
O sea, toda gente con expectativas sociales en ascenso. Es verdad que muchos pensaban que estábamos en las vísperas de alguna revolución al mirarse en el espejo de Cuba o de Vietnam, pero lo cierto es que, en los hechos, fuera de la parafernalia discursiva, estábamos más cerca del Mayo francés de 1968 donde obreros y estudiantes venían a aggiornar el país de sus padres con nuevos reclamos, nuevas ideas y proponiendo un reemplazo generacional donde la evolución social pesaba más que las escaramuzas revolucionarias.
La gran diferencia fue que en Francia dicha evolución pudo darse con relativa normalidad. El “padre” de la vieja Francia, el general Charles De Gaulle, vencedor de la guerra y gran constructor nacional en la posguerra, renunciaría a la presidencia (aún habiendo ganado las últimas elecciones) para dar paso al futuro de la manera menos confrontativa posible. Con el tiempo los revolucionarios del mayo francés serían los sucesores en la dirección de los asuntos franceses de aquellos mayores a los que habían venido a combatir pero simplemente terminaron continuando, con más diferencias de forma que de fondo. Quizá porque Francia no necesitaba tantas reformas de fondo…. Mientras que la Argentina sí las necesitaba y entonces un proceso en apariencia similar fue profundamente distinto, mucho más dramático y mucho más fallido.
Perón y los militares habían librado un combate de casi veinte años; el primero intentando volver, los otros buscando de que no volviera más. El resto de los actores políticos estaba en un vaivén entre ambas ambiciones. Al final, Lanusse y Perón, viendo el país políticamente imposible en que se había transformado Argentina donde ninguna de las partes podía imponerse sobre la otra, buscaron ver si era factible algún tipo de retorno a la democracia con peronismo incluido, que impidiera la prosecución de los estallidos violentos que esas puebladas insurreccionales preanunciaban. Sin embargo ya era tarde y las consecuencias se verían en la peor década de la historia argentina del siglo XX, la de los 70, que acabaría con todas las ilusiones sesentistas de un gran país de clase media políticamente reconciliado, con un camino propio pero sensato de incorporación al desarrollo y al progreso.
Militares liberales como Lanusse intuían que algo grave pasaría si los uniformados seguían en el poder. Perón, por su lado, quería, según sus propias palabras, construir (incluso en contra de sí mismo, del primer Perón más populista y autoritario) una democracia a la europea donde conservadores y progresistas se alternaran en los gobiernos de acuerdo a la voluntad popular. Pero lamentablemente, las fuerzas de la violencia ya estaban demasiados incorporadas a las luchas políticas luego de casi dos décadas de un empate tumultuoso entre civiles y militares. Por ende, desde el peronismo y la izquierda muchos querían hacer la revolución cubana y desde los militares y la derecha muchos pensaban resistir esas intentonas con armas igual o más violentas. Antes de las elecciones de 1973 ya las fuerzas del caos estaban preparadas para librar su combate final, que se inició durante el gobierno peronista y se dramatizó casi hasta el infinito durante la dictadura militar cuando se destruyó el país anterior. Cuando en 1983 regresaba la democracia luego de tanta sangre, el viejo país de clase media ya no era el mismo. Ahora la pobreza y la miseria en proporciones creciente devenía estructural como en el resto de América Latina. Con algo aún más doloroso: mientras nuestros vecinos comenzaban a salir de su secular pobreza, nosotros empezábamos a entrar.
Significado histórico del Mendozazo
En Mendoza, el estallido de abril de 1972 vino a alterar la supuesta pax conservadora de la que los dirigentes de la provincia se vanagloriaban, pero allí se demostró que nosotros también éramos parte de la Argentina y que los problemas de los demás argentinos eran también los nuestros.
Mendoza estaba gobernada por el Partido Demócrata a través de su pater familis, el ingeniero Francisco Gabrielli, quien había aceptado el convite de los militares para supuestamente volver a la democracia. El dirigente conservador ya había cumplido dos gestiones anteriores como gobernador por el voto popular y eso parecía darle cierta cobertura política. Pero las quejas por la situación económica crecían hasta que a principios de abril de 1972 un aumento del 300% de la luz a nivel nacional hizo que todas las demandas se conjugaran para provocar el estallido que tuvo en vilo a la provincia desde el 4 al 7 de abril con grandes movilizaciones que llegaron a tomar como zonas liberadas partes del centro capitalino y departamentos aledaños, con destrozos de todo tipo y con algunos muertos por la represión policial.
El Mendozazo no tuvo las características clasistas que al Cordobazo le imprimieron los sindicatos combativos de las industrias más avanzadas. Acá fueron comerciantes, maestros y militantes de izquierda con base en el estudiantado y en algunas fábricas. Pero aún así generaron una movilización inmensa y por momentos incontrolable. Se fue disipando cuando luego de cuatro días intensos el gobierno nacional decidió anular el exagerado aumento de la luz. Como colofón el estallido social condujo a la renuncia del gobernador Gabrielli aunque poco después asumiría otro dirigente del partido conservador en su reemplazo. Esa alianza entre los “gansos” y los militares fue el germen de la hoy casi desaparición del tradicional partido político mendocino.
Podría sintetizarse todo lo que dijimos, con que el Mendozazo si bien sería reivindicado como un antecedente de las expresiones revolucionarias dominantes en esa época, obedecía más bien a lo que entonces algunos llamaron “la revolución de las expectativas crecientes”. Algo parecido a lo que hoy ocurre en Chile. El Mendozazo fue hijo de una Mendoza y una Argentina de clase media con muchas expectativas de crecimiento que encontraba en el fracaso del sistema político una gran traba para seguir progresando, como hoy en Chile se necesita distribuir la educación y la salud a una clase media creciente que carece de buenos servicios.
Las puebladas insurreccionales argentinas querían ampliar las reivindicaciones sociales y sustituir las clases dirigenciales que demostraron no estar a la altura de las circunstancias de un país con potencial desaprovechado por las desavenencias políticas. Fueron expresiones del progreso, de la necesidad de su ampliación y no productos de la decadencia como lo serían años después cuando el país perdería muchas de las expectativas aún existentes en aquel entonces. Porque, lamentablemente, la sociedad argentina seguiría caminos de retroceso socioeconómico pese a esa inmensa movilidad social y capacidad de protesta popular que las puebladas no hacían más que reforzar.
Hoy nos sobrevive, sin embargo, el viejo espíritu de clase media aunque sus miembros hayan disminuido considerablemente. Y a esa aspiración debemos seguir afirmándonos para salir de esta encrucijada histórica tan preocupante como la que vivimos en este confuso presente.