El ruidoso festejo de los mendocinos que salieron a copar el microcentro por la victoria de Javier Milei entraña para él un mensaje que deberá procesar inteligentemente para no errar ante la oportunidad que muchos le han dado.
Es un hecho que alguna parte de su prédica de campaña prendió en la provincia. Cada visita suya se convertía en un acto multitudinario. Los mendocinos lo legitimaron y hasta le prodigaron afecto. No es común que ocurra eso, pero tampoco se sabe muy bien por cuál de sus propuestas volcaron en él tanta credibilidad y esperanza.
Se puede intuir que, más que nada, fue por su famoso combate a la “casta política”. La sociedad mendocina es respetuosa y no insulta a casi ningún referente político, pero tampoco se emociona con ninguno. Al enfrentarlos, el legislador se convirtió en el dirigente más apreciado de todos en estas tierras.
¿Eso significa que todas y cada una de sus ideas prendieron en el votante mendocino? Sería dudoso afirmarlo, al menos. Desde los números, parece incuestionable: más del 70% del electorado se rindió a sus pies este domingo.
Pero a la par de haber puesto la boleta de La Libertad Avanza en las urnas, en las últimas semanas hubo otras expresiones ciudadanas a tener cuenta, porque marcan un contraste claro con el nivel de aceptación del comicio.
Hace poco se conoció una encuesta de una consultora (Demokratia) que averiguó cuáles eran los problemas e inquietudes de los mendocinos en vísperas del balotaje. En el sondeo se preguntaba a los vecinos de Gran Mendoza qué preferencia tienen en materia de educación: las instituciones públicas o privadas.
Pues bien, la respuesta de una marcada mayoría fue que “elegiría instituciones públicas”. Las prefirió el 68,44% de los encuestados. O sea, casi la misma cantidad de gente que la que votó en el balotaje a Milei, quien no se destaca precisamente por la defensa férrea de la educación pública. Por lo menos no en las condiciones en que se desarrolla actualmente.
Esta sorprendente coincidencia en los números de dos criterios complemente diferentes puede servir como ejemplo de los límites de la legitimización social que da el voto.
Si Milei no acierta con sus medidas o cree que el público ha abrazado en esta elección todas las ideas que ha promovido en campaña, corre el serio riesgo de equivocarse y perder rápidamente el capital que construyó.
No debe marearse ni ser soberbio. La sociedad volátil que lo ungió para ser Presidente está harta de unos cuantos vicios de la política y de la enorme crisis económica, pero tal vez no esté dispuesta a que el hombre de la motosierra destruya todo lo que encuentre a su paso.
Los que en la madrugada de este lunes todavía tocaban bocinas con banderas argentinas en la mano han sentido que alguien los representa o que alguno de los dirigentes políticos de la vidriera entendió sus padecimientos. Incluso puede pensar que el que llegó los libera de lo anterior, que indudablemente fracasó.
Pero si las soluciones no estuvieran a la altura, si alguna de ellas les produjera daño, los mismos podrían volverse en contra del líder venerado, más temprano que tarde.