Los guardiacárceles encontraron muerto al dictador Jorge Rafael Videla la fría madrugada del 17 de mayo de 2013. El cuerpo permanecía sentado en el inodoro de la celda. Fue retirado recién a las cuatro de la tarde, con rumbo a la morgue judicial, donde los forenses constataron problemas cardíacos, un tumor de próstata y los efectos de una caída reciente.
Nacido el 2 de agosto de 1925 en Mercedes, provincia de Buenos Aires, Videla gobernó la Argentina desde 1976 hasta 1981, cuando lo sucedió otro militar, Roberto Eduardo Viola. Los golpistas/dictadores definían a su gobierno como Proceso de Reorganización Nacional.
El terrorismo de Estado -con sus campos clandestinos de concentración, secuestros, asesinatos, torturas, violaciones, robos, censura, asesinatos, desapariciones y sus cómplices civiles y eclesiásticos- funcionaba como ariete del plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía de Videla.
“El 24 de marzo de 1976 no se materializó solamente la caída de un gobierno. Significó, por el contrario, el cierre definitivo de un ciclo histórico y la apertura de uno nuevo”, había explicado Videla en aquella primera cadena nacional.
Tras su muerte, medios nacionales e internacionales replicaron imágenes icónicas de su mandato. Videla comulgando en misa; Videla gritando goles del Mundial 78 y entregándole finalmente la copa a Daniel Passarella; Videla y la posibilidad cierta de una guerra con Chile por el conflicto del Beagle; Videla y la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; Videla y sus advertencias sobre supuestas campañas antiargentinas. Las calcomanías celestes y blancas, “Los argentinos somos derechos y humanos”, el encuentro del dictador con Jimmy Carter, presidente demócrata de los Estados Unidos.
Tras la Guerra de Malvinas -que le costó la presidencia a Leopoldo Fortunato Galtieri- y el regreso de la democracia -Reynaldo Bignone, el último presidente de la dictadura cívico militar, le entregó el mando a Raúl Alfonsín-, Videla comenzó su periplo por juzgados y lugares de detención, lo que marcaría sus siguientes treinta años de vida, el tiempo que le quedaba. Habló poco, sólo para justificar sus actos y los de su gobierno.