No hacía falta de encuestas para prever el resultado de ayer: era cantado el triunfo de Cambia Mendoza, con Cornejo, Suárez y Cobos en la boleta. Pero lo que nadie pudo anticipar fue la derrota catastrófica del peronismo, que se sabía segundo de antemano pero volvió a caer al piso del 25% que ha tenido en sus peores momentos.
Las caras de Anabel Fernández Sagasti y Adolfo Bermejo anoche lo decían todo. Fueron los únicos que aparecieron en un búnker hundido en el silencio y el vacío. Ninguno de los seis intendentes hizo acto de presencia. Dos estaban seguramente tan mal como ellos, los de Maipú y San Rafael. Los restantes cuatro tal vez prefirieron festejar sus pequeños triunfos en la seguridad de su pago chico.
La derrota de ayer tiene factores locales y en gran medida nacionales: esta vez no es Mendoza una de las excepciones del país en donde perdió el peronismo. Lo que ocurrió aquí se repitió en otros 16 distritos, incluidos esos en los que siempre gana.
El de ayer fue un reproche a la gestión de Alberto Fernández, que expresa la decepción de ahora, por más que él se haya esforzado en recordar los desaciertos de Mauricio Macri. Los votantes, de aquí y del país, ya castigaron al fundador del Pro hace dos años por sus yerros. Ahora, para ellos, el duro presente que vivimos no tiene otros responsables que el actual presidente de la Nación y su vice, Cristina Kirchner. Y se lo hicieron saber.
A la hora de buscar explicaciones, los mendocinos que ayer decidieron castigar al peronismo y sus aliados encuentran en la economía la principal razón de su enojo.
El año pasado el PBI cayó 10%, por la pandemia pero también por la cuarentena más larga del mundo, y la prometida remontada de este año no termina de asomar. Los indicadores que más duelen están peor: el desempleo y su consecuencia directa, la pobreza. Como si fuera poco, pese al congelamiento de tarifas y el dólar contenido a fuerza de cepo, la inflación de los últimos 12 meses supera el 50%.
Después están también todos esos errores que sumados hacen un tsunami: desde las promesas de vacunación incumplidas al vacunatorio VIP, desde el encierro compulsivo al festejo de cumpleaños de la primera dama que pareció una burla, sobre todo después de que el propio Presidente mintiera y lo negara. Hasta que una foto lo dejó off side.
Sería cómodo y muy fácil para el Frente de Todos mendocino culpar de su caída al Gobierno nacional. Pero también sería mentira y un dato lo confirma: desde 2011, cuando Paco Pérez se convirtió en gobernador, perdió todas las elecciones. Con la de ayer suma 13 contando primarias y generales, y en noviembre todo indica que sumará la catorceava.
Al PJ le ha costado diseñar y plasmar un proyecto de provincia. De hecho, el triunfo de 2011 fue exclusivo mérito del arrastre nacional de Cristina, que obtuvo el 54% de los votos.
La municipalización del peronismo, con los intendentes haciendo las veces de señores feudales, lo acható, le quitó vuelo y sobre todo una visión de conjunto. A eso se suman las malas gestiones de Celso Jaque y Pérez, que los mendocinos no olvidan aún.
Con ese modelo quiso terminar Fernández Sagasti. Paso a paso, fue avanzando internamente hasta que derrotó a los viejos caciques, ya desgastados. Tan desgastados que podría decirse que más que bajarlos, se cayeron solos del pedestal.
Pero lejos de romper con ellos, tal vez porque la victoria había sido demasiado ajustada, Anabel buscó sumarlos y entonces el PJ siguió siendo lo mismo aunque con una conducción provincial que intentaba sostener la unidad a cualquier costo.
Como si fuera poco, a la hora de sumar aliados tampoco acierta: llevar a José Luis Ramón como candidato a senador por el primer distrito, en lugar de atraer votos se los espantó: la boleta de diputados provinciales que encabezó el ex Protectora en el primer distrito sacó apenas 23%.
¿Podría ella, si se deshiciera del lastre, ser la refundadora del PJ? Está claro que no. Y la principal razón es que carga con una mochila propia de la que no puede desligarse.
Por más que busque dejarlo en el olvido y ya no se presenta como tal, Fernández Sagasti es un producto de La Cámpora, la denostada organización juvenil del kirchnerismo.
Pero sobre todo su imagen nunca subirá porque no podrá separarla de la de Cristina Kirchner, la dirigente peor considerada en la provincia. Anabel es la discípula dilecta de la vicepresidenta y, según algunos encuestadores, tiene menos imagen positiva incluso que el magro porcentaje de votos que cosechó.
Quienes frecuentan los despachos de funcionarios nacionales cuentan que a la senadora mendocina no le tiembla el pulso a la hora de hacer sentir esa preferencia a todos.
Pero acá es distinto y Fernández Sagasti lleva perdidas las tres últimas elecciones en las que se presentó: a senadora nacional en 2015, a gobernadora en 2019 y ayer nuevamente a senadora, cuando obtuvo 10 puntos menos que hace dos años y su proyecto 2023 quedó gravemente herido.
Ni la decisión de llevar a Adolfo Bermejo a la cabeza de la lista de diputados la ayudó. El maipucino es el peronista con mejor imagen, pero como le pasaba al radical Víctor Fayad en los ´90, su aceptación social no le alcanza para ganar elecciones.
Para entender la derrota, los dirigentes del Frente de Todos deberían hacerse una pregunta: ¿por qué los mendocinos deberían votarlos? Es difícil encontrar razones contundentes, salvo para los incondicionales que eligieron la boleta ayer. Tal vez, algún peronista podrá decir que tampoco hay demasiados motivos para votar a Cambia Mendoza. Pero el 43% que obtuvo ayer el oficialismo se entiende en buena parte porque es el que mejor expresa la oposición al kirchnerismo.